La tierra es un complejo ecosistema desarrollado sobre la corteza de uno de los millones de planetas existentes. Agarrado a la estrella que le da la vida mediante la simple gravedad y en constante viaje a través del vacío y frío espacio, la existencia de agua y atmósfera con los gases adecuados, permiten la existencia de la milagrosa vida sobre su superficie. Es un suceso único e irrepetible, una conjunción de casualidades que permiten el desarrollo, partiendo de la simple materia, de una biodiversidad increíble, abrumadora. Es todo un prodigio casi inexplicable.

Sin embargo en la actualidad parece que el equilibrio de este ecosistema se ve amenazado por cambios climáticos en los que no acaba de estar claro hasta donde tiene influencia la actividad humana. De hecho, si retrocedemos en el tiempo podemos observar cómo periódicamente los registros de su temperatura superficial han sufrido grandes oscilaciones, con alternancia entre períodos de glaciación y deshielo. Puede que este argumento sea en el que más se amparan los que cuestionan que el
cambio climatico que desde hace décadas se deja sentir por todo el planeta, tenga como principal origen la intervención humana, aunque dos factores apuntan hacia ella como elemento especialmente implicado, o al menos como colaborador necesario.

Por un lado estudios científicos han detectado una anormal aceleración en la variación de las temperaturas que, aunque en valores absolutos no es excesiva, si se ha producido en muy breve espacio de tiempo. Por otro, la constante emisión de gases a la atmósfera ha variado la composición de la misma hasta provocar el conocido
efecto invernadero, por el que las radiaciones solares en lugar de rebotar contra la superficie del planeta y disiparse nuevamente hacia el exterior, quedan atrapados entre ésta y la atmósfera en un porcentaje mayor al natural, provocando de ésta manera un incremento en la temperatura global.

Deshielo de los polos con incrementos del nivel del mar de entre 0,5 y 2 metros; redistribución de las zonas habituales de precipitaciones con incrementos y disminuciones de las mismas; desplazamiento hacia arriba de la horquilla de temperaturas, suavizándose las mínimas y aumentando las máximas; incremento de las zonas áridas o semiáridas, etc., son algunos de los efectos previsibles a los que ya estamos empezando a enfrentarnos.

Sea mayor o menor el grado de implicación del hombre en este proceso, el sentido común nos indica que algo estamos haciendo mal cuando diariamente vertemos toneladas de gases contaminantes en nuestra atmósfera, sin el menor respeto y convirtiéndola en un basurero que todos los seres vivos nos vemos obligados a respirar. Es por ello que, con independencia de valoraciones subjetivas respecto a sus logros, en la Cumbre de la Tierra que Naciones Unidas convocó en Río de Janeiro en el año 92, las naciones más desarrolladas asumieron la implicación de la actividad humana como elemento determinante en el
cambio climatico, decidiendo en consecuencia trabajar para la consecución de un tratado que limitase, o al menos estabilizase, las emisiones de gases de
efecto invernadero en un período razonable de tiempo.

Desde entonces se llevaron a cabo diversas Conferencias de las Partes de la Convención sobre el
cambio climatico, hasta llegar al año 1997 en el que 39 gobiernos de los principales países, firmaron el 11 de Diciembre en Japón el Protocolo de Kioto por el cual, los países industrializados se comprometían a reducir sus emisiones, en relación con los niveles de 1990, entre un 6 y un 8% durante el período 20082012, mientras que a los países menos desarrollados, y menos contaminantes en consecuencia, se les permitía el incremento de sus emisiones en orden a facilitar su desarrollo económico, pero de forma que las emisiones globales totalizasen un descenso del 5,2%. Para ello se estipuló que le entrada en vigor del Protocolo se llevase a cabo cuando el mismo fuese ratificado por un número de países cuyas emisiones conjuntas de C02 representasen al menos el 55% de las totales, situación ésta que se produjo con la ratificación rusa en septiembre de 2004, momento a partir del cual los 126 países firmantes a la fecha sumaban ya el umbral mínimo de emisiones f i j a d o , permi tiendo su entrada en vigor con el rango de Ley Internacional, el 16 de Febrero de 2005.

Al obligar a una reducción en las emisiones, el protocolo induce al empleo de nuevas tecnologías y al empleo de fuentes de energía menos contaminantes, primando desde ahora, por ejemplo, la generación de electricidad mediante centrales de cogeneración en sustitución de las obsoletas de carbón o fuel, junto con una mayor implantación y utilización de fuentes de energía renovables. Pero además del sector energético, otros como el cementero, el siderúrgico, el cerámico o el papelero se verán obligados a adoptar tecnologías más eficientes y limpias en sus procesos de fabricación para conseguir cumplir con los objetivos. No obstante, Kioto prevé que las medidas reductoras no puedan ser implementadas en un grado tal que permita lograr los recortes fijados en el horizonte de 2012, por lo que admite cuatro mecanismos que complementan el esfuerzo reductor.

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Se trata de los siguientes:

> Comercio de Emisiones: Por el que un país que supere el cupo asignado de emisiones, puede comprar los derechos para emitirlos a otro que no los haya consumido.

>Mecanismos para un Desarrollo Limpio: Por el que un país desarrollado o una empresa perteneciente al mismo, puede transferir tecnología o invertir en proyectos de reducción de emisiones o sumideros en países en desarrollo, consiguiendo certificados de emisión equivalentes para su uso.

> Implementación Conjunta: El mismo esquema que el anterior caso, pero entre países industrializados.

> Sumideros: Mediante este mecanismo se consiguen créditos de emisión equivalentes a la absorción de las reforestaciones que se lleven a cabo, independientemente de que éstas se realicen en el propio país o en terceros.

Creo que los cuatro mecanismos son efectivos, y aunque la falta de una exigencia estricta en el cumplimiento de las reducciones sea motivo de críticas hacia el Protocolo de Kioto, el primero de ellos aporta un nuevo concepto en lo que a la preservación del medio ambiente se refiere. Por primera vez se le asigna un coste a la generación de gases contaminantes en los procesos industriales, con lo que la rentabilidad de los mismos estará desde ahora ligada al grado de eficiencia que sean capaces de conseguir, es decir, para un mismo producto, la menor emisión de gases de
efecto invernadero durante su proceso de fabricación se traduce en un abaratamiento de los costes y consecuentemente en una mayor competitividad en el mercado. Este es uno de los grandes logros del Protocolo, y su aplicación ya no tiene vuelta atrás.

Es evidente que este tratado internaci onal va a posibilitar la aplicación de tecnologías más eficientes y el desarrollo de las energías renovables, ya que por ejemplo, tras la puesta en marcha en España del Registro Nacional de Derechos de Emisión el 20 de junio del año pasado, el exceso de emisiones de C02 , sobre sus asignaciones, de las tres principales empresas eléctricas españolas (Endesa, Iberdrola y Unión FENOSA) alcanzaba casi los diez millones de toneladas, con un coste en adquisición de derechos de emisión cercano a los 300 millones de euros. Seguramente estarán poniendo en marcha los mecanismos necesarios para evitar que en el futuro, ni se siga repitiendo, ni se incremente este lastre para su competitividad.

Pero existe otro matiz en el Protocolo que me parece muy interesante resaltar y que no ha tenido el reconocimiento debido. En estas páginas hemos abogado en multitud de ocasiones porque el sistema político alcance el tamaño y la madurez necesaria para hacer frente a los desafíos de este mundo globalizado, equiparándose al menos con las estructuras a las que debe organizar y supervisar, y en ese sentido es destacable el esfuerzo que Kioto representa, ya que por primera vez se han aunado las voluntades políticas de diferentes países a lo largo de los cinco continentes, con el objetivo común de hacer frente a un problema que a todos nos afecta.

Nunca antes la sociedad mundial había asumido un tratado de estas características en tiempos de paz, y es la primera ocasión en la que la voluntad política encara y asume un reto de magnitud global aportando soluciones que, obligadas a un equilibrio lógico, nos indican el camino que deberá seguirse en el futuro para dar solución a los retos de la sociedad humana. Es un tratado básico, quizás de mínimos, pero es el primer tratado internacional efectivo que da respuesta a problemas que afectan a conceptos no económicos o de relaciones internacionales. En este sentido, bienvenido sea.