Agotadas la esperanza y la espera en las promesas incumplidas de los líderes del mundo, ¿será el clamor popular el que logrará que se cumplan los Objetivos del Milenio, establecidos en las Naciones Unidas el año 2000?

Los ciudadanos del mundo unidos podrán exigir que se haga lo que los líderes no han podido o no han querido hacer hasta ahora. Poco a poco, disminuirá el número de súbditos resignados y aumentará el de ciudadanos capaces de participar, de expresarse, de conferir mayor autenticidad a la democracia.

Tenemos que rendir homenaje a personas como Bob Geldof y Bono, que han puesto su capacidad de convocatoria al servicio de este objetivo mundial apremiante. En estas concentraciones se ha pedido la cancelación de la deuda, la atención al
cambio climatico y sus causas. De nuevo, buenos propósitos. Sin embargo, los Gobiernos no han adoptado medidas para que se lleven a cabo. Y la brecha se seguirá ampliando.

La pobreza material de tantos seres humanos es, en buena medida, consecuencia de la pobreza espiritual de los más prósperos. “No puede haber excusa ni justificación para los requerimientos de millones de seres humanos. Y nada debe obstaculizar nuestro camino para remediar esta situación”, proclamó el primer ministro Tony Blair a principios de este año. Se trata, desde luego, de incrementar la ayuda directa para el desarrollo endógeno (en octubre de 1974 los países ricos decidieron invertir con esta finalidad el 0,7% de su producto interior). El país líder, Estados Unidos, aporta actualmente a
África el 0,16% de su PIB, una de las más reducidas contribuciones internacionales. Pero no es sólo esto, lo m ás importante es adoptar medidas: reducción de los subsidios agrícolas, reforzamiento de la autoridad y recursos de la ONU para evitar la total impunidad en que actúan grandes corporaciones internacionales, la eliminación de los paraísos fiscales, moderación de los beneficios que obtienen las instituciones financieras facilitando la transparencia. Tenemos que “contribuir a evitar la corrupción urgiendo a las compañías a ser más transparentes acerca de los fondos que pagan a los gobiernos por petróleo, diamantes y otros productos, pidiendo también a los bancos seguir adecuadamente y denunciar depósitos y transferencias de fuentes sospechosas”, recomendaba un editorial del International Herald Tribune.

Hace exactamente 30 años se llegó a la conclusión en la ONU de que el desarrollo debería, en primer término, facilitar la capacitación de los ciudadanos a través de la educación. Al poco tiempo, sin embargo, las ayudas se sustituyeron por préstamos otorgados en condiciones tales que se convertían en beneficio seguro para los prestamistas y muy ocasional para los prestatarios que, además, veían cómo se explotaban sus recursos naturales y se incrementaba su deuda exterior. Ahora, para mitigar la situación de endeudamiento y de dependencia que de este modo se ha originado, se vuelve a la incumplida solución inicial para “hacer de la pobreza historia”: se va a duplicar la ayuda a
África, dicen los miembros del G8. Cuidado, porque la importancia de “doblar” depende de la cantidad que se duplica. Doblar una exigua cantidad… y seguir con los mismos procedimientos, no arreglará nada. Las dos modalidades de ayuda y las instituciones que las canalizan (el Banco Mundial, los bancos regionales, el FMI) deben reestructurarse con urgencia, como antes indicaba, para que puedan enderezarse tantos entuertos. Son los consorcios internacionales que explotan los yacimientos, cultivos, caladeros, minas… los que deben someterse a una regulación “global” que evite el marasmo actual a escala internacional. Y para esto el mundo no debe ser dirigido por un grupo de países ricos (“Nosotros, los poderosos…”) sino, por todos los países, en la ONU (“Nosotros, los pueblos”…).

Disponemos de unos medios de comunicación de los que antes carecíamos. Unos medios que, si la sociedad civil se organiza bien, pueden ser de una gran eficacia y propiciar que se escuche la voz del pueblo. Actualmente podemos enviar millones de mensajes a parlamentarios, a los gobernantes, a los miembros de la oposición, a través de los teléfonos móviles y manifestarles nuestro asentimiento o disentimiento, nuestras observaciones y propuestas. Podemos, sobre todo, llevar a cabo una inmensa manifestación no presencial, un gran clamor popular. A escala local y mundial, millones de voces, pacíficamente, asumiendo el papel que les corresponde, sin resignarse, sin ceder al “no tiene remedio”, sin permitir las desmesuras del excesivo poder económico, político, cultural, medioambiental, mediático… concentrado en unas pocas manos.

Cuanto más deseábamos, al final de la Guerra Fría, un mundo inspirado en los valores comunes para un destino igualmente común, los políticos abrazaron las leyes del mercado. El resultado: a una Guerra Fría le ha sucedido la “Paz Fría” que estamos viviendo.