Acerca de cuando un edificio se puede considerar un icono escribe el arquitecto Charles Jencks: “Por un lado, para que un edificio se convierta en icono arquitectónico, requiere una imágen de nuevo cuño rebosante de elementos y estar provista de un porte ostensiblemente elevado, destacando del entorno urbano. Por otro lado, para que evoque una imágen de consistencia, debe, de alguna manera, por improbable que parezca, contener reminiscencias de metáforas significativas y ser un símbolo que encaje con el culto ortodoxo, lo que constituye una dura tarea en una sociedad secular.”

A pesar de la gran cantidad de iconos que tenemos hoy, la práctica de la arquitectura los ha tenido desde antiguo. Las pirámides de Egipto o el coloso de Rodas son ejemplos representativos. Es posible que el aumento significativo que tenemos actualmente de iconos arquitectónicos tenga un primer origen en el cambio que se produce en los años sesenta del siglo pasado cuando el centro no está ya en la producción sino en el consumo, adquiriendo entonces el objeto toda la primacía. Existe una transformación del valor de uso y de cambio del objeto en valor de significación, el objeto tiene validez ahora como signo. Un valor éste que tiene gran volatilidad, de modo que Jean Baudrillard escribirá en su libro Contraseñas que “ …el valor mercantil es aprehensible, el valor signo es fugitivo y movedizo, en un momento determinado se consume y se dispersa en el valedor”.

El sueño americano tiene en la ciudad de Chicago, laboratorio de lo moderno, uno de sus principales valedores. Allí empieza el rascacielos, considerado por la modernidad como un icono, después que fuera devorada por un incendio en 1871 dejando espacio para la experimentación urbana de lo vertical. Daniel H. Burnham, arquitecto del plan urbanístico de 1909, reflejó la ambición del planeamiento que impulsaba cuando dijo: “No hagáis planes pequeños, no tienen magia para agitar la sangre de los hombres y probablemente no se realizarán. Haced grandes planes, apuntad alto en esperanza y trabajo…Dejad que vuestro lema sea el orden y vuestro faro la belleza.” La magia transformada en delirio vertical, representación de una seducción que es desafío a la par que “dominio simbólico de las formas” (Jean Baudrillard). Recientemente hay un nuevo proyecto de rascacielos en cartera, la Fordham Spire Hill House, apuntando con una altura de 610 metros a lo más alto del mundo desde la orilla del lago Michigan, proyecto de Santiago Calatrava que se tuerce con un estilo (algo manierista) ya experimentado en su edificio Turning Torso inaugurado recientemente en Malmö (Suecia).

Existe entre los arquitectos de la élite una búsqueda incesante de la originalidad, muchas veces extravagante y azarosa, para mantener una notoriedad en los medios que refuerce un sello personal o una manera de hacer autorreferencial. La clientela, entre cuyos objetivos está tanto la persecución de titulares como la rentabilización de la operación inmobiliaria, busca en los arquitectos estrella su propia iconografía: un “Ghery”, un “Calatrava” o un “Nouvel”… La figura del arquitecto aparece entonces como un mero mercenario de lo urbano.

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LA SEDUCCIÓN DE LA NUEVA ARQUITECTURA ESPAÑOLA

La arquitectura española pasa hoy por un momento estelar, se inauguró el pasado 12 de febrero en el MOMA de Nueva York la muestra “Nueva Arquitectura en España”. Considera este importante museo que nuestro país es hoy sede del diseño internacional, ello como consecuencia de la experimentación y la calidad de nuestros proyectos en los últimos años. Mucho ha debido influir el llamado “efecto Bilbao”, consecuencia de la construcción de una de las sedes del museo Guggenheim, proyecto de Frank Ghery, conocido arquitecto del movimiento deconstructivista.

La arquitectura se transustancia al pasar de un valor principal de uso a un nuevo valor en su capacidad de procurar producir sensaciones, al compás de una estetización general de la sociedad. Cualquier ciudad debe hacerse notar y para ello qué mejor que la firma de un arquitecto estrella. El caso nombrado del Guggenheim es el máximo referente nacional, y quizás responda al prototipo de la american way of life que puede derivar en un capitalismo de ficción. Teatro y fascinación son atributos del acontecimiento arquitectónico que se puede transformar exitosamente en un icono urbano. Prevalece el continente sobre el contenido y ello nos acerca más al ciudadano espectador como consumidor de imágenes que al ciudadano habitante de lo urbano. Barcelona, Madrid y Valencia no son ajenas a esta atracción, que se fomenta desde las instituciones municipales en pugna constante por ser cima de la arquitectura.

Barcelona, ciudad premiada por el Real Instituto de Arquitectura Británica (RIBA) por su transformación realizada desde el inicio de la democracia y por la Bienal de Venecia en 2002 por su liderazgo en el panorama arquitectónico con el impulso de nuevos proyectos, apuesta hoy por edificios de autor. Recientemente se inauguró la Torre Agbar, ya un nuevo ídolo de la nocturnidad, de Jean Nouvel; y pronto dispondrá de edificios de Toyo Ito en la ampliación del recinto de La Fira, dos hoteles de Dominique Perrault, o la Torre de Gas Natural de Enric Miralles (gran arquitecto desgraciadamente ya fallecido) y Benedetta Tagliabue… Una transformación radical del skyline barcelonés que la seguirá situando en la vanguardia de la arquitectura, que pretende nuevos iconos para atraer inversión y actividad económica, además de captar alguna multinacional para establecer su sede en la misma.

Madrid, con las operaciones urbanísticas como la de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid o Chamartín, aspira también a afianzar su andadura por el nuevo siglo. Cuatro torres en el entorno de los 250 metros de altitud dejarán pequeñas las denostadas torres Kio de la ya superada Puerta de Madrid o el edificio de Nouvel en Barcelona. El ex alcalde José María Álvarez del Manzano era reacio a los rascacielos y prefería una ciudad más urbana y cercana que una ciudad como Nueva York. El actual alcalde RuizGallardón, desde su reivindicación del “derecho a la belleza” en el diseño de la ciudad, apuesta por los proyectos en altura. Una imagen de grandeza y pujanza, que se complementa con la remodelación de la M30 una de las arterias de transporte que articulan la circulación de la ciudad, que quiere colocar Madrid entre las grandes capitales europeas.

Valencia, con la Ciudad de las artes y las ciencias y sede de la Copa de América para 2007, también se halla inmersa en un proceso de culminación urbanística (si fuese posible poner fin a una ciudad). Existe una oportunidad de reconciliación de la ciudad con el mar, al igual que ocurrió en Barcelona con las olimpiadas del 92, que viene alimentando agrios debates desde años atrás. Calatrava, una vez más, se ocupará de completar con tres torres la Ciudad de las artes y las ciencias. Tres torres helicoidales, diseñadas en espiral y de alturas que oscilan entre los 200 y los 300 metros, que situarán a esta ciudad entre las urbes que tocan el cielo.