Ya por 1992, se constata el debate en torno del sumak kawsay en documentos que circulan entre las dirigencias políticas de movimientos indígenistas, especialmente de la región de Pastaza, el oriente ecuatoriano. Debemos a los escritos y activismo del intelectual y político del sarayaku, el antropólogo Carlos Viteri, el acceso a estos documentos. En Viteri se da el encuentro y puente entre lo indígena ancestral y la cultura contemporánea ecuatoriana. Lo que buscaba era una alternativa autóctona, un proyecto indígena, frente a las políticas del desarrollo y modernización importadas al país. Además Viteri logró introducir el samak kawsay en las universidades del Ecuador, traduciendo esta habla a la fórmula del “buen vivir”.

Los indígenas y la totalidad que conforman los elementos de su territorio, en un mismo plano de las vidas, son testigos participantes del sumak allpa, o “tierra prodigiosa sin mal”, como la forma de habitación en medio de las selvas. La “armonía” -palabra que habremos de conocer mejor-, aparece en la conversación permanente del kichwa con la Naturaleza de sus territorios. La hacen suya en la ligazón con los espíritus del lugar, que, a su vez, son parte de la comunidad, integralmente “personas” del territorio.

La llegada de los humanos blancos constituye una alteración mayor de esta pertenencia a una “armonía”. Uno de los elementos centrales de sentido en la cosmovisión indígena, que se choca con lo occidental moderno, consiste en la forma de un tiempo circular donde no hay lugar para una noción como el desarrollo (progreso), para un proceso de tiempo lineal y acumulativo -con una mención cuantitativa-. No existe la percepción del tiempo con un pasado y un futuro, como anterior y posterior, y menos que en este proceso los humanos se acerquen a algo así como el bienestar.

El buen vivir contiene un elemento espiritual que trasciende la satisfacción de las necesidades básicas, y, al mismo tiempo, con/funde la vida cotidiana con lo que nosotros llamaríamos un ideal de vida. La vida en el sumak kawsay se comprende desde una acción en los rituales, como experiencia que llamaríamos performativa. No corresponde a la interpretación de una subjetividad que describe su modo de vida.

El sumak kawsay, entonces, ha de darse en un territorio particular como un cosmos en el que interactuan lo profano con lo sagrado -los espíritus del lugar-; la existencia cotidiana con la de los dioses. La “armonía” es expresada en mitos de los lugares. Este sumak kawsay comprende una serie de lo que llamaríamos virtudes (fortaleza, sabiduría, perseverancia., etc.). El ser humano aparece en la educación de ellas, por medio del relato de los mitos y la experiencia directa de la selva.

“Respeto” quiere decir interacción con lo sagrado de un lugar o de alguien de ese lugar. La sociedad aparece como la práctica de los lazos de la solidaridad, de la generosidad y la reciprocidad. Así es como nos está permitido hablar de la existencia de los kichwa, con las categorías inevitables de nuestro mundo moderno.

El sumak kawsay lo entendemos mediante una categoría como la de “filosofía” de la vida y el medio natural. Carlos Viteri habría sido el adelantado en la traducción de una forma de existencia que actualmente está llamando la atención más allá de Ecuador y Bolivia, junto con la percepción de que algo no marcha en las sociedades modernas -que está, diríamos, definitivamente desequilibrado-. La síntesis de la herencia indígena con las necesidades culturales del presente, nos tienen aquí escribiendo sobre algo que comprendemos muy aproximadamente porque no habitamos la tierra de los kichwa que dicen sumak kawsay; habitamos las tierras latinoamericanas, mestizas y modernas.