La modernidad se siente asì la transformación histórica que deja en el pasado la llamada “sociedad tradicional” o el “antiguo régimen”. Este cambio se nombra, a veces, revolución político-social. Dos calidades presenta esta visión del cambio para un “avance”: primero, que parece inevitable, porque habrìa unas “fuerzas de la historia” que movilizarìan la cultura humana –o el “espíritu humano”–, y que fueron soberbiamente consignadas (aunque algo demasiado “espiritualizadas”) por ejemplo, por un Hegel y su historia del “Espíritu Absoluto” –que estaba entonces manifestándose en el nombre de Revoluciòn Francesa y la formación del Imperio de Napoleon.

Segundo, el cambio histórico se comprende poniendo adelante unos “ideales” que adoptan las maneras del “proyecto de futuro” //”de país” o “de nación” –donde deben realizarse modernamente los valores de la ciencia, la verdad y la justicia, en cierto sentido de manera absoluta cuando se trata de formulaciones del progreso como etapa o escala utòpica.

Las ideas culturales de la “evolución” (humana, biológica o geológica) se desprenden de los paradigmas racionales y racionalistas de los tiempos a partir del siglo XV europeo. Los que dan forma a las ciencias naturales modernas y a las ciencias sociales modernas. Con todo ello vivimos y experimentamos nuestras “realidades” màs evidentes los seres humanos del siglo XXI.

En este panorama, ¿què pudieran venir a decir unas propuestas, de corte ideológicas, que provienen de la Amèrica Latina, y que se cubren bajo el paraguas del nombre “Buen Vivir” (de origen indígena)?

Dicho de modo general, la primera impresión es que se trata de “proyectos de algún futuro” que debemos colocar como versiones alternativas a los proyectos con fundamentos Occidentales europeos. Es decir, que estos “buenos vivires” entran a los debates socio-culturales-polìticos latinoamericanos (en primer lugar) bajo el sentido de lo alternativo como de otra cosa que el “progreso” o el “avance social” entendido desde lo moderno de las culturas. De una manera semejante, de pronto llegan a foros globales, también algunos europeos del siglo XX y XXI, para competir quizás con otras fòrmulas actuales para el cambio històrico.

Pero es posible que también (o por debajo) de estas versiones modernizadoras del Buen Vivir, haya que leer la introducción socio-cultural no de lo alternativo meramente, sino de la radicalmente Otro. Es decir, tomar un poco en serio la raigambre indígena de los lenguajes de este Buen Vivir que llega, por ejemplo, del Amazonas ecuatoriano o de las cumbres andinas algunas cerca del lago Titicaca.

Los pueblos y culturas pre-europeas de este territorio, después bautizado como “Amèrica”, y, aun después, rebautizado como “Amèrica Latina”, nunca conocieron, en sus propias aventuras de civilizaciones o de pueblos “cazadores-recolectores”, las nociones del “cambio como historia”, o, màs concretamente, del “progreso”, del “devenir mejores”, de la creencia en un “tiempo futuro” como manifestación de una verdad.

Si aceptamos estos planteamientos, entonces el Buen Vivir de raíces indígenas L.A. –o sea, el sumak kawsay, kûme mongen y otros nombres–, no puede traducirse en ideologías para la consecución social de adelantos culturales y sociales. El “bien” para lo humano del sumak kawsay no se relaciona fàcilmente con ningún bien de la mentalidad moderno-europea –entendidos estos “bienes” desde la idea platónica del “Bien”, hasta la idea racional de una “justicia plena (o casi)” de los revolucionarios después del siglo XVIII.

La “novedad” del Buen Vivir –cuando no es meramente una ideología del progreso adaptada para las lenguas aborígenes–, consistiría, màs bien, en recordarnos que siempre hay lo posible como modos de vida y existencia humana, de los seres humanos concretos y corporales, que se “salen” de lo culturalmente aprendido y aceptado como evidente. Estas “salidas”, estos “fuera”, pareciera que deben comprenderse como algo mucho màs radical que lo “meramente alternativo”. Asì, estos “Buenos Vivires” que por algunos lados transitan vendrían a poner entre nosotros la radical heterogeneidad que encontramos entre pueblos diferentes y en tiempos distintos. Sin embargo, si todavía convenimos en que, al final, “todos somos humanos”, que hay una “humanidad” –donde cada tiempo y cada grupo resulta unas opciones en los modos de serlo–, entonces el Buen Vivir / sumak kawsay puede tener una traducción para el siglo XXI, y comunicarnos otros mundos.