Aunque nos parezca una cosa del pasado, más propia de la literatura de aventuras y de tiempos pretéritos lo cierto es que la esclavitud, en muchas de sus formas, sigue estando muy presente en muchas latitudes de este mundo.
Millones de seres humanos de todas las edades están obligados a vivir como esclavos. Las condiciones de explotación más espantosas, tanto en el terreno del trabajo o de las libertades individuales más básicas, son el pan de cada día pese a que está expresamente prohibida en la mayoría de los países donde se practica.
A pesar de la mencionada “Declaración de los Derechos Humanos de 1948” y la posterior “Convención Suplementaria sobre la Abolición de la Esclavitud, la Trata de Esclavos y las Instituciones y Prácticas Análogas a la Esclavitud” de 1956, en este mismo instante en que Ud. lee este informe, se trafica con niñas y niños, se condena a mujeres a ejercer la prostitución en condiciones de servidumbre por deudas y se obliga a hombres a trabajar como esclavos en haciendas agrícolas y explotaciones mineras.
LA CONFIRMACIÓN DEL ESPANTO
Hace pocas semanas – la noticia todavía colea en los medios de comunicación – , la policía federal y la inspección de trabajo de Brasil, liberaron a 1.106 trabajadores esclavos en una plantación de caña de azúcar propiedad de la compañía agrícola Pagrisa, cercana a la ciudad de Ulianópolis, en el Estado de Pará en plena la zona amazónica.
Los liberados – en su mayoría hombres de entre 18 y 40 años -, habían sido engañados con la promesa de un empleo bien remunerado en las selvas del Amazonas. El transporte desde los lugares de captación, la pensión alimenticia y la adquisición de útiles para el trabajo, les generaba unas deudas con sus empleadores que ya no eran capaces de amortizar y esto le obligaba a ejercer de verdaderos esclavos.
Millones de seres humanos de todas las edades están obligados a vivir como esclavos
En 1995 el Gobierno brasileño, consciente de la existencia de esta lacra – se suponían entre 25.000 y 85.000 esclavos en Brasil -, decidió tratar de acabar con este estado de cosas. El éxito ha acompañado al Gobierno de Lula. Los mejores colaboradores de los agentes gubernamentales son los sacerdotes, los escasos esclavos que consiguen escapar acuden a las iglesias más próximas y denuncian su situación. Si concurren a la policía o a las autoridades civiles locales, corren el peligro de ser devueltos a las haciendas. Como en pleno siglo XIX.
El plan nacional de erradicación del trabajo forzado, trabaja insistentemente para detectar la esclavitud, se han ampliado los canales para recibir las denuncias y se han endurecido las penas y las multas para los esclavistas. Desde 1995 han sido liberados 18.464 trabajadores. Brasil fue, precisamente, el último país que abolió la esclavitud en América en 1888; sin embargo se supone que hace unas cuatro décadas se recuperaron ciertas formas de servidumbre y de trabajos forzados.
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UNA HISTORIA ANTIGUA
La esclavitud existió en casi todas las civilizaciones, desde la antigua Sumer – donde se dice empieza la historia- , hasta los grandes Imperios modernos, pasando por la Grecia Antigua y el Imperio Romano, todo el que ha tenido poder ha esclavizado.
La abolición oficial de la esclavitud es muy reciente. En España tuvo lugar en 1837, pero sólo se aplicó en territorio metropolitano. En 1870, durante el gobierno de Segismundo Moret, se promulga la Ley de los Vientres Libres, fue el gran primer paso para abolir la esclavitud en las colonias españolas. Cualquier niña o niño concebidos a partir de ese año eran libres de derecho, pero no de hecho, puesto que tenían que acatar servidumbre – patronato – hasta los dieciséis años; los mayores de setenta alcanzaban también su teórica emancipación. Sin embargo, hubo que esperar hasta 1880 para que la metrópoli eliminara, de modo definitivo, esta ignominia y su lacra.
No están tan lejanos los días en que los civilizados países europeos y americanos, abolieron la esclavitud, sólo un segundo en la larga historia de la humanidad.
Se olvida con frecuencia que la esclavización de los indígenas fue la primera. Desde la llegada de los primeros colonizadores, hasta la “comercialización” de esclavos africanos hay un período de cerca de un siglo donde los indígenas fueron los primeros esclavos del continente americano y todo pese a que países como España promulgaban leyes (1542) para proteger la mano de obra indígena, prohibiendo la práctica de la esclavitud. Sin embargo se sabe que en toda la región de México y hasta en Colombia, los indígenas eran comprados y vendidos durante el siglo XVII e incluso en el siglo XVIII.
La Revolución Francesa, con la promulgación de los Derechos del hombre y del Ciudadano a finales del siglo XVIII, consagraba que los hombres nacen libres e iguales; no obstante, en las colonias de la nueva república, los hombres nacían y morían esclavos. Inglaterra abolió la esclavitud en 1807; mas, cínicamente se convirtió en proveedora de otras naciones. Los Estados Confederados de América, mantuvieron las plantaciones del Sur con mano de obra esclava hasta el final de la Guerra de Secesión en 1865. Como ya hemos dicho, el último país – constitucional – en derogarla, fue Brasil en 1888.
Durante el siglo XX en
África y en toda Asia siguió existiendo. El mundo fue evolucionando y la palabra libertad tomó todo su significado. Las revoluciones sociales y la conciencia ciudadana alcanzaron su cenit histórico y sin embargo, persistieron los hombres y mujeres a quienes se les privó del más elemental de los derechos.
La Segunda Guerra Mundial fue el paradigma de la esclavitud moderna. Millones de personas se vieron obligadas a trabajar bajo ese régimen en fábricas y explotaciones nazis; sin derechos, sin personalidad, sin futuro. En Asia las cosas no fueron mejor y los trazados de los ferrocarriles japoneses en los países ocupados o las horas de asueto y sexo de las tropas niponas, fueron cubiertas por mano de obra sometida y por esclavas sexuales. Las grandes industrias de material bélico disfrazaron el concepto de beneficio por el de deber patriótico.
Se calcula que en la actualidad 27 millones de seres humanos son, contra su voluntad, propiedad de alguien
Al finalizar la brutal contienda y aunque el mundo se las prometía muy felices, millones de personas siguieron siendo propiedad de otras o bajo un sometimiento total a los caprichos y voluntades de un poseedor. Un tirano levantó, a costa de prisioneros esclavizados, una enorme cruz en un valle de la sierra madrileña de Guadarrama, con el objeto de enterrar sus despojos y demostrar lo feroz que puede ser el hombre con el hombre.
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En las postreras décadas del pasado siglo, los fenómenos de la productividad y la rentabilidad llevaron a inventar nuevas formas de esclavitud. Si en el siglo XIX, la obra de mano barata o casi gratuita, permitía a los explotadores y a las metrópolis disfrutar de pingües beneficios, ahora ya no eran los estados los primeros beneficiados, las multinacionales tomaron el relevo y el nuevo concepto de globalización, sustituyó al de patriotismo, sin hipocresías.
Llegados al siglo XXI nos encontramos que, lejos de desaparecer, la esclavitud está en auge. Es un fenómeno económico como dirían los especialistas cínicos. Entre las grandes multinacionales, los cresos turistas sexuales, los reyezuelos y emires de lejanos lugares – amigos del gendarme único -, los países mal administrados, las naciones en conflicto, las sombras africanas, las inmensidades de Asia y sobre todo la miseria, han llevado esta situación a extremos inadmisibles.
Se calcula que en la actualidad 27 millones de seres humanos son, contra su voluntad, propiedad de alguien. Si entramos en los terrenos de los trabajos sin derechos o a cambio de casi nada y en los de la infancia utilizada y explotada, ya sea en burdeles, en fábricas o en campos de batalla, las cifras globales alcanzan los 400 millones de personas. Esos son los vergonzantes números de nuestra avanzada y globalizada sociedad.
Unos de los fenómenos más singulares – y espeluznantes – de este despropósito, es la constatación de que gran parte de las víctimas son expoliadas de sus derechos y libertades por los entornos más cercanos; compatriotas, padres y supuestos protectores, son los peores negreros de su propia sangre.
Desde el taller chino de debajo de su casa, hasta el lejano burdel de Conchinchina, pasando por las mafias de las pateras y algunas extrañas agencias de viajes y colocación, son los más alegados a las víctimas quienes controlan, hoy, el moderno tráfico de esclavos. Se les obliga a trabajar mediante amenazas psicológicas o físicas y se convierten en propiedad del empleador o del mediador, con el maltrato físico o mental. En realidad se les considera mercancía y se le compra y vende como una propiedad. Y aunque la infancia – por debilidad y longevidad – son los mártires preferidos de los que manejan los complicados vericuetos de tan rentable explotación, no le hacen ascos a cualquiera a quien pueda subyugar.
La ley de la oferta y la demanda es absolutamente aplicable a la esclavitud
No sólo ocurre en las selvas de Brasil, en las minas de oro y mercurio de Perú, en fábricas de China, en las guerras fraticidas de Sudán, Angola, Somalia o Chad, en las calles de la India y Bangla Desh, en románticos e incógnitos emiratos árabes, en el Sudeste Asiático, en burdeles de Europa y de Estados Unidos, en Benín, Burkina Faso, Camerún, Côte d’Ivoire, Gabón, Nigeria, Togo, en talleres – maquiladoras – de México y Honduras, en las salas de masajes tailandesas, etc. etc. , persiste, en pleno siglo del progreso y de la tecnología, el estigma de la esclavitud, en sus más diversas y escalofriantes formas.
La ley de la oferta y la demanda es absolutamente aplicable a la esclavitud. El abaratamiento de los costos y la ausencia de las obligaciones patronales y de los derechos de los trabajadores, son el marco imperfecto en el que se apoyan algunas compañías multinacionales, amorales en sus planteamientos productivos e inmorales en sus beneficios, para fomentar el ancestral y terrible fenómeno. El consumo convulsivo de los habitantes del primer mundo, hacen el resto.
Desde los inocentes juguetes, hasta la insustancial hamburguesa, pasando por famosas industrias del ocio infantil, la ropa de moda y los artículos deportivos, muchos llevan sangre esclava en su elaboración.
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LA NOTICIA DE CADA DÍA
Si la noticia con que se inicia este informe puede sorprenderles, les sugerimos que busquen en los medios de información. Familias enteras son explotadas en situación de servidumbre en el sudeste de Asia, en
África se trafica con niños y niñas sólo por lucro, y en Europa, se exporta a mujeres con fines de esclavitud doméstica y sexual.
La Organización Internacional del Trabajo denunció recientemente que hay 246 millones de niños y niñas, cuyas edades oscilan entre los cinco y los 17 años, que están trabajando y que, de ellos, 8.4 millones son víctimas de la esclavitud. Los sistemas son múltiples: la trata, la servidumbre por deudas, el alistamiento forzoso en los conflictos armados, la prostitución, la pornografía y otras acciones ilegales, como el trabajo doméstico sin retribución. Los explotadores, el mundo rico.
Pero la despiadada esclavitud alcanza a todos los estratos, el mes de junio pasado en la región de Shanxi, en el norte de China, la policía liberó a 31 obreros de una fábrica de ladrillos, esclavizados con de 20 horas, alimentados a base de pan y agua y privados de las mínimas condiciones de higiene, descalzos y semidesnudos. El horno ladrillero era explotado por el hijo del secretario local del Partido Comunista, en vez de enseñarles a pescar, los ahogaba entre torturas y golpes. Así podríamos contarles noticias diarias que demuestran que la aberración continúa.
LAS GRANDES EXCUSAS
Los explotadores, sean brasileños, jamaicanos o chinos argumentan que muchas de estas gentes, provenientes de regiones miserables, tienen un ¿salario? y algo que comer. Nos dicen que cosiendo balones de fútbol carísimos, podrán llevar 50 centavos de dólar a casa, al final de cada jornada.
No es en absoluto válido el argumento de que por lo menos tienen algo en que trabajar; que es mejor comer poco y mal, que no comer. Mendaz fundamento, el mismo que esgrimían los negreros de las haciendas coloniales, poniendo como ejemplo que, en numerosas plantaciones americanas, los esclavos defendieron a sus amos de los ataques del ejército nordista o que en los ingenios cubanos seguían trabajando “alegremente” mientras sus propietarios, enrolados en las “Milicias Blancas” de Valeriano Weyler, mataban mambises en la manigua. Ni unos, ni otros, conocían sus derechos, habían nacido en la opresión y la servidumbre, pero sobre todo tenían miedo a lo desconocido: a su propia libertad.
No es en absoluto válido el argumento de que por lo menos tienen algo en que trabajar; que es mejor comer poco y mal, que no comer
Las empresas occidentales buscan mano de obra sumisa y barata y los países del Sur quieren su parte en el negocio. Indudablemente cabría la posibilidad de que todo el mundo tomara conciencia: menos consumismo,
comercio justo, beneficios honestos; pero sobre todo, los gobiernos de los países ricos: ayudas al subdesarrollo, créditos baratos y crecimientos sostenibles; procurando que el avance tecnológico sirva para eliminar diferencias, no para aumentarlas. Y, por supuesto, castigos ejemplares para negreros y explotadores. Hay mucho que heñir.