Confieso, y con orgullo, que soy oyente de la Cadena Dial. Lo soy desde sus inicios, cuando sonaba “quisiera ser un pez…” de Juan Guerra. Lo soy por elección y por distracción, porque puedo imaginar a la mujer que amo mientras escucho. Uno de sus últimos eslóganes me ha dado mucho que pensar: “Porque escuchar no es lo mismo que entender…” reza el mismo.

El lema está dirigido a la promoción de las canciones en español y a los autores que cantan en castellano. Sin embargo, me da pie para hacer otro tipo de reflexiones más vitales con la secreta esperanza de que tengan una cierta trascendencia entre ustedes, amigas y amigos lectores.

Es obvio que escuchar no es sinónimo de entender. La comprensión como facultad para entender una cosa o como la capacidad de justificar los actos y sentimientos de otros es una actitud lauta y generosa para con nosotros mismos y para con los demás. Efectivamente, es espléndido poder analizar todo lo que nos dicen y extraer el meollo para obtener nuestras propias conclusiones.

Las nuevas generaciones son más proclives a dejarse “aconsejar”, sin analizar lo que oyen

Primero hay que saber escuchar. La falta de comunicación que muchos sufren, tan común en nuestros días, se debe en gran parte a que no sabemos escuchar a los demás. Oír es percibir las vibraciones de un ruido, puede ser un golpe o el sonido de un trueno. Escuchar precisa de un esfuerzo y entender significa sublimar este esfuerzo.

Nos han acostumbrado a bombardearnos con propuestas, informaciones y directrices con el insano objetivo de que las escuchemos pero que no seamos capaces de entender lo que esconden. Y no me refiero exclusivamente a publicidad que es el paradigma más sencillo del: oiga, calle y compre. Me refiero a las propuestas políticas, sociales, religiosas, costumbristas, consumistas, etc., etc. Y lo que es peor, las nuevas generaciones son más proclives a dejarse “aconsejar”, sin analizar lo que oyen. Tal vez por alineación o tal vez por pereza mental, permiten que sean los “pensadores oficiales” los que impongan sus despropósitos y, quién lo diría, sus propias contradicciones.

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Si nos sentamos reposadamente para considerar lo que dicen los nuevos oráculos podemos pasar de la risa al llanto en un pis pas. ¿Se han dado cuenta de que la bolsa nunca se comporta como anuncian los especialistas del ramo? ¿Se han parado a pensar – y de eso es de lo que les hablo – lo mal que se explican los políticos? ¿Saben Uds.- y permítanme la necesaria exageración – que desde Pedro el Emitaño, ningún predicador se pone al frente de las acciones peligrosas que ellos mismos promueven? ¿No se llenan de rabia cuando una Compañía de Servicios Públicos presume de enormes beneficios y a la semana siguiente deja sin suministros a una gran ciudad por la deficiencia de sus obsoletas infraestructuras? ¿No se les remueve el estómago cuando los bancos cobran atroces comisiones por pequeños descubiertos de clientes humildes y condonan grandes sumas a los cresos? ¿No les conmueve ver gente muriendo de pandemias para las que los laboratorios multinacionales tienen el remedio? Si todo esto es terrible, es mucho peor permitir que nos lo cuenten según les convenga y más detestable todavía es escucharles sin tan siquiera tratar de entender lo que hay detrás.

El reto es sencillo: hay que decir medias verdades que parezcan mentiras y medias mentiras que parezcan verdades

No amigos, no. En Nicea los componentes de la primera cruzada fueron emboscados y aniquilados por los turcos selyúcidas y miren por dónde, Pedro el Ermitaño sobrevivió. Bin Laden sigue lanzando proclamas… por televisión y bien oculto. El presidente de Endesa, Manuel Pizarro, esgrime la Constitución Española cuando considera que una Opa puede fastidiarle sus intereses, pero ni la menciona cuando 3 millones de habitantes se ven afectados por falta de suministro; tal vez considere que unos tienen más derechos que otros. Los laboratorios instan “legalmente” a los países de Tercer Mundo para que dejen de fabricar genéricos. Los programas basura de todas las televisiones nos insisten en las “desgracias” e infidelidades de los ricos y famosos, para confirmar el adagio de que: “los ricos también lloran”. Y miren Uds., todo esto es aceptable, lo inaceptable es, que intenten justificarlo con excusas tan variopintas como el derecho a la información, al de la propiedad, al del justo beneficio o al de la libertad de opinión… eso sí, sesgada.

Dijo el gran Antonio Machado: ¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad. Por tanto el reto es sencillo: hay que decir medias verdades que parezcan mentiras y medias mentiras que parezcan verdades. Y lo siguen al pie de la letra. Pero ahí estamos nosotros los oyentes, los escuchadores, los sufridos receptores, que, para nuestra suerte, disponemos de la facultad del entendimiento ¡utilicémosla! Seamos capaces de comprender, de opinar y de discernir.

Por otro lado y puestos a esgrimir la potestad del entendimiento, seamos generosos y tolerantes para admitir los actos ajenos y analizar las razones y sentimientos de los demás; siempre y cuando, no afecten a los nuestros. Tratemos de comprender a la cansina oposición – oposición intemporal, hoy son unos, mañana pueden ser otros – cuando sólo esgrimen errores de los gobernantes y no ofrecen una alternativa.

Adivinemos – es fácil – cuales son las motivaciones de los grandes bancos para favorecer siempre al que más tiene. Atendamos los plañideros argumentos de las multinacionales del sector cuando se lamentan de que se fabriquen medicamentos de los que tienen la patente. Admitamos que los repelentes espacios- basura de las televisiones tienen su público. Aceptemos que cada cual tenga y esgrima las creencias que considere. Pero pongamos tres condiciones: la primera, que no pongan en peligro ni nuestra seguridad ni nuestros derechos; la segunda, que se nos tolere y respete en la misma medida en que nosotros lo hacemos y la tercera, que no nos hagan comulgar con ruedas de molino o como diría Sabina: “que no te duerman con cuentos de hadas”. Para asegurarse de que esto sea así, escuche, analice, entienda y opine. Pero recuerde: Escuchar, aunque parezca lo mismo, no es sinónimo de entender.