El “Estado de las Autonomías” ha sido enormemente beneficioso –“¡quién te ha visto y quién te ve!”- para el desarrollo en el conjunto español. Pero han subsistido, indebidamente, privilegios que ahora deben transformarse en unas normas en las que, con un suficiente autogobierno, quepan todas las excelentes particularidades culturales e históricas que configuran el Estado.

Ni un día más bailando al son del déficit y las primas de riesgo. Las riendas del destino común no pueden seguir anquilosadas, ceñidas al pasado.

Manos a la obra para, a primeros de junio, haber perfilado, en un gran acuerdo general, los cambios que permitan abordar con serenidad la nueva andadura. Esto es lo importante.

Y lo urgente: cambiar la Constitución y un “Plan País” para saber qué tipos de trabajos pueden y deben generarse.

Lo demás son cuentos… amargos.

 

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