Hay ladrones, rapiñeros, homicidas, algunos jóvenes y otros un poco más adultos. Están Fernando, Marcelo, Andrés y otros 12 presos que comparten un único espacio: la clase de Educación Primaria.  Con una inversión de una hora y media semanal dentro del aula, cerca de 300 internos lograron terminar la escuela en lo que va del año.

Aquellos a los que  les interesa pueden inscribirse para completar sus estudios y, a medida que van recibiendo el certificado de aprobación, pasan a formar parte del alumnado.

La responsable educativa del penal se llama Lilián Baute y dice que algunos se anotan para no pasar todo el día encerrados en la celda, pero al final se “enganchan” y no quieren dejar de ir, molestándose, incluso, si la maestra falta… En el aula tienen las manos libres de esposas y se sienten libres interiormente.

Uno de los mayores de la clase (Andrés, 41 años) ya cumplió cuatro de los siete años de condena que le dieron cuando robó con un arma de fuego y tiene más de 15 antecedentes penales por rapiñas y hurtos: “Soy una persona grande y esa ya es mi ‘profesión’; soy así, pero hay ‘gurises’ que pueden recuperarse, siempre y cuando les den la oportunidad de estudiar y trabajar”.

Para varios de ellos ir a clase es la esperanza para seguir viviendo y una forma de luchar por su libertad, ya que creen que el solo hecho de ir a clases ya enseña mucho, da experiencia y se aprende a no ser tan egoísta, a compartir.

“Las maestras nunca se imaginaron que fueran tranquilos y que podrían mirarlos como a cualquier otro alumno. Los presos están contentos y agradecidos. La relación siempre es muy buena”, asegura Baute.

La coordinadora educativa cuenta que los policías no pueden creer que esos hombres que protagonizan motines y caos sean los mismos que escriben, leen y aprenden dentro del aula. También comentó que han tenido como alumnos personas que cometieron los peores delitos y que, generalmente, “uno ve  lo horrible de ese ser humano, pero ahí dentro se empieza a conocer otra cosa de ellos”, como su otra cara.

Milena Delgado trabaja en el penal como maestra de la Dirección Sectorial de Educación de Adultos: “Lo normal es hacerse un poco ‘la película’ de que lo que uno piensa de la persona que comete un delito. Se llega con esos temores, pero realmente luego se trabaja como en cualquier salón… y hasta se brinda más respeto. Ellos me traen su tarea, nunca falta el cuaderno”.

Empieza la clase y todos hacen silencio. Milena escribe en el pizarrón 9 por 8 y pregunta el resultado. Otro compañero, desde el fondo del salón, grita: “¡Pero yo ni siquiera sé leer!”. Milena le da el abecedario a él y a otros cuatro que levantaron la mano, y divide el grupo con diferentes trabajos, dependiendo del nivel de cada uno. La clase continúa entre tablas, vocales y figuras geométricas… La maestra felicita a un estudiante que responde bien toda la “tabla del 2”…

Se hace hincapié en la solidaridad y cooperación que demuestran cada vez más entre ellos, brindándose ayuda si creen que una tarea impuesta les parece “enredada”, uniéndose para descifrar el resultado; compartiendo la goma de borrar, repartiendo hojas, animando a los que a veces se dejan estar o parecen estar desatentos a “ponerse las pilas”.

Ir a clases implica para algunos de ellos dejar de escuchar, al menos por un rato, temas sobre robos, rapiñas y asesinatos.

“Se aprenden muchos valores, cosas que uno se había olvidado de lo que eran. Cada vez me siento más motivado”. Salvó la prueba y va a pasar al liceo. “Tengo tiempo como para terminarlo, me quedan 17 años aquí…”. (Fernando).

Hace ocho años que otro Fernando está preso, pero éste quedará libre en pocos meses.

A los 17 años fue enviado a un centro de reclusión para menores por reiterados hurtos y rapiñas, luego pasó a la cárcel: “Me siento preparado para salir a la sociedad y buscar un trabajo, hice un curso de panadería y espero conseguir trabajo en eso. No tengo miedo de volver a la ‘otra vida’”.

Piensa seguir estudiando cuando salga y continuar con el curso de repostería. Y algún día le gustaría tener su propia panadería, reconoce que todo se hace poco a poco…

  • En el penal de Libertad 789 presos están cursando Primaria, Secundaria, UTU (Universidad del Trabajo del Uruguay) o cursos del MEC (Ministerio de Educación y Cultura).
  • Por cada año de estudio, los reclusos pueden redimir dos años de condena.

Fuente: diario “El Observador”