La historia la escriben los vencedores y, durante milenios, esta guerra desigual la han ganado los hombres. Tal vez no sea descabellado pensar que, las vidas de aquellas mujeres que sobresalieron por su propia valía, haya sido silenciada deliberadamente.
La existencia de mujeres que vivieron sus vidas negándose a ser tratadas como ciudadanas de segunda o luchando por sobrevivir en un mundo de hombres y de ignorancia, resulta ciertamente verosímil. Son mujeres que, de una u otra manera, levantaron sus voces para exigir que les permitieran crecer y avanzar; cuya contribución a la humanidad ha podido ser más que notable y que fueron silenciadas, ignoradas e, incluso, masacradas por el único delito de permitirse pensar en un mundo de tinieblas y cerrazón.
Una de esas heroínas de la historia es, sin duda alguna, Hipatia, cuyo nombre significa la más grande, miembro, que no miembra, de la Escuela Filosófica de Alejandría, matemática, astrónoma y maestra neoplatónica.
Nacida a mediados del siglo IV en Alejandría, la ciudad situada en el delta del Nilo que fundó Alejandro Magno con la esperanza de verla convertida en la mejor ciudad del mundo, en un momento histórico en que el estudio y las ciencias empezaban a ser denostadas y hasta perseguidas por la intransigencia de algunos obispos.
Su padre, Teón, era un respetado y reconocido matemático y astrónomo, profesor de la biblioteca de Alejandría, no la mítica desaparecida en el incendio del año 48 AC, si no la que vino a sustituirla. Teón dedicó su vida a divulgar el conocimiento científico y tuvo la valentía y el coraje de abrir a Hipatia, una mujer, el mundo de la educación académica, transmitiéndole sus conocimientos y la pasión por el estudio y la investigación. Hipatia que tenía una mente preclara y pasión por el conocimiento, llegó, según cuentan los historiadores, a superar a su padre.
La fama de esta mujer sin parangón hizo que su casa se llenara de estudiantes venidos de todo el mundo conocido que, han dejado escritos sobre su maestra por los que, posteriormente, hemos podido tener noticias de sus publicaciones, lamentablemente desaparecidas. Por estos autores se ha podido conocer que Hipatia fue una científica adelantada a su tiempo. Defensora, mucho antes que el propio Copérnico, del heliocentrismo en contra de la tesis oficial del geocentrismo, llegó a tener, además, una gran influencia en la vida pública de su momento.
En un mundo, en el que la mujer se veía sometida completamente al varón y su ámbito de acción se circunscribía al hogar y los hijos sin ninguna posibilidad de acceso a la educación, Hipatia llegó a convertirse en Directora del Museo de Alejandría, institución fundada por Tolomeo, general de Alejandro Magno y dedicada a la investigación que, por entonces, disponía de dos bibliotecas con miles de volúmenes, observatorio, salas de disecciones, jardines botánicos y, en la que daban clase más de cien profesores.
Resulta sorprendente encontrar una mujer tan influyente y reconocida en la época en que vivió y, no parece descabellado suponer que hubiera hombres poderosos y reputadas instituciones que no vieran con buenos ojos la libertad de movimiento, pensamiento y discurso de esta Hipatia.
Por si fuera poco, el avance imparable del cristianismo más fanático suponía un grave peligro para la vida de una pagana que nunca consintió, como sí lo hicieron algunos filósofos neoplatónicos, en convertirse para salvar su vida, a pesar de los consejos de su amigo y alumno Orestes, prefecto de Roma, y esto provocó que fuera calificada de bruja peligrosa.
Con el nombramiento como obispo a Cirilo de Alejandría en el 412, Hipatia se granjeó el peor de los enemigos posibles, un fanático que no permitía el más mínimo atisbo de paganismo declarándolo herejía. Posiblemente estas circunstancias se convirtieran en el caldo de cultivo propicio para el asesinato de Hipatia a manos de un grupo de monjes fanático cuando se dirigía al Museo en el año 415. Fue golpeada, arrastrada por las calles de Alejandría hasta el Cesareo, cortaron su cuerpo con afiladas caracolas y, una vez muerta, la descuartizaron y quemaron los restos.
Este asesinato quedó totalmente impune a pesar de la denuncia del prefecto Orestes que, debido a su interés por abrir una investigación de estos hechos, tuvo que huir de Alejandría. La desaparición de esta mujer se convirtió en el fin de las enseñanzas del pensamiento platónico en todo el imperio y en el comienzo de una etapa de oscuridad y cerrazón que llegaría hasta el renacimiento.
La presencia de Hipatia, científica, culta, acostumbrada a pensar por sí misma, influyente, con una vida pública propia y, soltera, debió resultar sumamente insoportable para las mentes retrógradas, fanáticas y, profundamente machistas de aquel tiempo. Tristemente, más de mil años después, no hemos sido capaces de desterrar completamente estas creencias de nuestro día a día.
Autora Julia de Castro Álvarez
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