Enseñando a vivir
Han existido siempre, pero de un tiempo a esta parte abundan sobremanera, aquellos que se empeñan en decirnos cómo hemos de vivir nuestras vidas.
Han existido siempre, pero de un tiempo a esta parte abundan sobremanera, aquellos que se empeñan en decirnos cómo hemos de vivir nuestras vidas.
Y sí, las hubo y las hay. Las hubo destacadas por su buen hacer en pro de los derechos de la mujer, que abrieron y afianzaron la difícil senda que nos ha traído a los tiempos de hoy. Gracias a ellas disfrutamos de una posición favorable que no siempre tuvimos.
Asistí hace unos días al concierto de la obra Elías, de Félix Mendelson (1809-1847). Quedé prendada; prendada de la composición, la secuencia y el juego de sonidos, notas, voces —solistas o en coros—….
Hace algún tiempo conocí a un tipo ―alguien arrogante y muy pagado de sí mismo―, que durante una conversación sobre libros y literatura pronunció una frase lapidaria que nos dejó fríos y perplejos a todos los presentes.
Si echamos la vista atrás comprobamos que resulta difícil encontrar mujeres famosas por sí mismas. Las reseñas siempre nos llevan a esposas, hijas o madres de grandes hombres que pudieron tener cierta relevancia en su momento, muy pocas veces por su propia trayectoria vital.
Desde la publicación hace años de “El nombre de la rosa” y “Los pilares de la tierra”, el interés del público por la Edad Media no ha dejado de crecer, y la percepción popular de aquel periodo de la Historia oscila
entre el lado amable y casi bucólico, y una visión mucho más tremebunda y despiadada.
¿Será posible que un escritor presto a crear buenas historias, pueda con esta herramienta dotar a sus ideas la brillantez que no es capaz de darles por sí mismo?