Cantar las verdades a veces molesta a los que miran para otro lado. Verdades de una claridad meridiana e indiscutible, una opinión  abierta al debate del que quiera.

Y es que algo que vi este verano me hizo recapacitar y mucho, bueno, ya pensaba en ello desde que las cosas se habían ido precipitando, pero en esta ocasión me dio por tratar de entenderlo y determinar hasta qué punto lo que estaba ocurriendo era discriminatorio o sencillo descuido por falta de visión o criterio. Me pregunté: ¿Por qué ellos sí, y otros con el mismo derecho, no tanto?

La llegada de inmigrantes de forma irregular a nuestro país parece no saltar las alarmas humanitarias a los ojos de quienes lideran nuestras vidas. Hombres y mujeres que se vanaglorian de su labor a través de este colectivo llegado de fuera de nuestras fronteras —resolución que aplaudo no sería yo quien los abandonase a su suerte—  pero que también son responsables de dotar de bienestar social y de calidad de vida de los que vivimos en España, sobre todo a los más desfavorecidos. Un país que se ha vuelto generoso con los de fuera y tacaño con los de dentro. ¡Se nos ha ido de las manos! la política de conveniencia no nos deja ver lo que de verdad importa.

Y me pregunto ¿Cómo es posible que un país como el nuestro en el que según el IPH el 20,2% de la población se encuentra en riesgo de pobreza, es decir que pudiera llegar a obtener por su trabajo unos ingresos anuales entre 3.000€ y 7.000€ (según qué fuente), gastemos nuestro dinero indiscriminadamente en los que llegan y no en los de “casa”? Familias o individuos en situación límite  que no cumplen las tres dimensiones básicas de subsistencia: vida saludable, acceso al conocimiento, y servicios básicos esenciales para poder vivir dignamente.

En palabras de Benjamín Rowntree —investigador sociológico social e industrial inglés de principios del siglo XX—   nos decía que la pobreza se configura cuando el total de ingresos disponibles no satisface el mínimo necesario para la subsistencia.

Y me dirán ustedes, para eso se ha creado el ingreso mínimo vital. ¡Claro!, así es. También lo he consultado y lo que he visto…

A título de ejemplo un individuo español o no que lo solicite, me refiero al ingreso mínimo vital,  lo obtendrá si cumple una serie de requisitos, entre otros que tenga entre 23 y 29 años, que haya tenido residencia legal en España, que viva en domicilio independiente, que haya estado de alta como mínimo 12 meses inscrito en la Seguridad Social… O bien ser o haber sido víctima de violencia de género, o  “sin techo”….. etc.

Los que finalmente lo consigan percibirán por tiempo, al parecer mientras puedan, 604,21 € al mes, con lo que han de pagar vivienda, comida, y necesidades  elementales. ¿Alguien sería capaz?

Y qué me decís del que roza el umbral de la pobreza que podría llegar a percibir gracias a su esfuerzo, en el mejor de los casos,  584€ al mes.

Sin embargo,  los que llegan, esa multitud de inmigrantes acogidos,  no han de demostrar nada. Se les aloja confortablemente en albergues —como es el caso que nos ocupa —se les viste, se les alimenta, y además, “Los chicos de Pirenarium” gozan de otros beneplácitos, tales como disponer de 20 € al día para sus gastos personales, es decir  600 € al mes,  conexión a internet con un teléfono móvil, y clases de español.

¿No basta con tratarlos como personas, tal y como se está haciendo, cubriendo sus necesidades básicas, sin derroches? ¿Para qué internet, móvil y 20 € para gastos de bolsillo?

¿Cómo te quedas?

Autora Caleti Marco