Excluidos de la educación y atrapados en el círculo vicioso de la pobreza, estos niños trabajadores ven socavados sus derechos básicos, su salud e incluso su vida. En muchos casos la explotación infantil está asumida dentro de la familia como una fuente de ingresos aceptada por la totalidad de sus miembros.

Por otro lado, un niño resulta más rentable que un adulto debido a su indefensión,  sumisión y al hecho de que realiza el mismo trabajo que un adulto, sin ningún tipo de queja y a cambio de una remuneración muy inferior.

Las evidencias más claras de explotación infantil se dan ya en Inglaterra durante la Primera Revolución Industrial con el empleo masivo de mano de obra infantil, tanto masculina como femenina, en el proceso de producción.

El trabajo de los niños en las minas y fábricas era muy provechoso para los empresarios porque el salario de los niños era dos o tres veces inferior al de los adultos. Así, chicos de 10 ó 12 años, e incluso de menos edad, eran empleados en las minas, la industria textil o la siderurgia. Su horario de trabajo era de 12 a 14 horas diarias, trabajando incluso los sábados. En la “civilizada” sociedad victoriana del s.XIX, se aceptaba como algo normal dada la mentalidad de la época y las necesidades de las familias obreras.

Existen cientos de documentos acerca de las pésimas condiciones del trabajo infantil según testimonio de los propios menores:

“Trabajo en el pozo de Gawber. No es muy cansado, pero trabajo sin luz y paso miedo. Voy a las cuatro y a veces a las tres y media de la mañana, y salgo a las cinco y media de la tarde. No me duermo nunca. A veces canto cuando hay luz, pero no en la oscuridad, entonces no me atrevo a cantar. No me gusta estar en el pozo. Estoy medio dormida a veces cuando voy por la mañana. Voy a la escuela los domingos y aprendo a leer. (…) Me enseñan a rezar (…) He oído hablar de Jesucristo muchas veces. No sé por qué vino a la tierra y no sé por qué murió, pero sé que descansaba su cabeza sobre piedras. Prefiero, de lejos, ir a la escuela que estar en la mina”. Declaraciones de la niña Sarah Gooder, de ocho años de edad. Testimonio recogido por la Comisión Ashley para el estudio de la situación en las minas, 1842. Fuente: www.claseshistoria.com

Veamos otros dos documentos, contados por los propios protagonistas, niños de 7 y 9 años que son explotados trabajando largas jornadas en las minas (de 11 a 14 horas diarias) en condiciones infrahumanas. La gran mayoría de estos niños ingleses del siglo XIX, prefieren ir a la escuela antes que ir a trabajar, pero se ven obligados a asistir diariamente a las minas inglesas o a las fábricas y, en el día de descanso si les es posible, asistir algunas horas a la escuela para aprender a leer y escribir.

“Hola, soy Juan y voy a contaros mi historia. Llevo trabajando en minas y fábricas textiles desde los 7 años. En las minas mi trabajo es de arrastrar vagonetas y algunos días (jueves, viernes y sábados) trabajo en una fábrica textil, una en el centro de la ciudad, donde me encargo de anudar hilos bajo los telares. Solo dispongo de los domingos para poder ir al colegio ya que los demás días voy a trabajar. Trabajo 13 horas ni más ni menos y, en ocasiones, no puedo con el esfuerzo físico que hago a la hora de trabajar. No tengo  padres y mi tío me obliga a trabajar aunque yo prefiero ir al colegio todos los días, pero debo hacer lo que me pida mi tutor. Poco a poco me voy acostumbrando pero es muy duro y, a veces, muy peligroso. Me veo desgraciado y necesitaría tomarme unas vacaciones pero no puedo huir de mis problemas y dejar la responsabilidad que se me ha asignado, trabajar”.

El siguiente testimonio es de un niño ruso que se trasladó con sus padres a Inglaterra:

“Mi nombre es Dimitri Kolarov, tengo 9 años y nací en Rusia pero mis padres vinieron a Gran Bretaña para trabajar, pero ahora el que más trabaja soy yo. Lo hago en una mina con algunos niños de mi edad y otros un poco mayores. Nuestras condiciones son nefastas, no tenemos comida, ni bebida, respiramos aire contaminado, estamos todos los días encorvados,…Trabajamos 11 horas diarias, me levanto a las 4 de la mañana y mientras mis padres o cualquier otro niño “normal” duerme yo voy a trabajar. A esos niños les envidio mucho aunque a ellos no les entusiasma eso de estudiar, sin embargo a mí me encantaría poderlo hacer. Cuando salgo de trabajar veo a algunos niños jugar, merendar, estar con sus familias tan alegremente, no como yo que salgo del mismísimo infierno”. Documentos del blog de Ciencias Sociales del profesor Pedro J. Cañameras.

Por último, ya que la documentación sobre la explotación infantil en Gran Bretaña y otros países europeos en el siglo XIX sería muy extensa, voy a reproducir un documento que relata las experiencias laborales de un niño de 7 años en una fábrica de hilar lana:

“La jornada de trabajo duraba desde las cinco de la mañana hasta las 8 de la noche, con un único descanso de treinta minutos a mediodía para comer. Teníamos que tomar la comida como pudiéramos, de pie o apoyados de cualquier manera. Así pues, a los 7 años yo realizaba 14 horas y media  de trabajo efectivo”. Documento del blog Clase de Historia del C.E.P. Carolina Llona.

Prácticamente, hasta mediados del siglo XX, estaba bastante generalizado la explotación infantil tanto en los países desarrollados como en el Tercer Mundo, de ahí que las Naciones Unidas proclamara la Declaración de los Derechos del Niño para intentar prohibir estas inhumanas prácticas. El 20 de noviembre de 1959, se aprobó la Declaración de los Derechos del Niño de manera unánime por todos los 78 Estados miembros de la ONU. Esta fue aprobada por la Asamblea  General de las Naciones Unidas mediante su resolución 1386: “El niño es reconocido universalmente como un ser humano que debe ser capaz de desarrollarse física, mental, social, moral y espiritualmente con libertad y dignidad”.

La Declaración de los Derechos del Niño establece diez principios:

  1. El derecho a la igualdad, sin distinción de raza, religión o nacionalidad.
  2. El derecho a tener una protección especial para el desarrollo físico, men tal, y social del niño.
  3. El derecho a un nombre y a una nacionalidad desde su nacimiento.
  4. El derecho a una alimentación, vivienda y atención médicos adecuados.
  5. El derecho a una educación y a un tratamiento especial para aquellos niños que sufren alguna discapacidad mental o física.
  6. El derecho a la comprensión y al amor de los padres y de la sociedad.
  7. El derecho a actividades recreativas y a una educación gratuita.
  8. El derecho a estar entre los primeros en recibir ayuda en cualquier circunstancia.
  9. El derecho a la protección contra cualquier forma de abandono, crueldad y explotación.
  10. El derecho a ser criado con un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos y hermandad universal.

Sin embargo, todavía no se ha erradicado la explotación infantil, ni mucho menos. Se calcula que actualmente, atendiendo a una reciente encuesta de la OIT, unos 250 millones de niños/as menores de 14 años estarían siendo utilizados como mano de obra. Si se añaden los niños que tienen que trabajar en duras tareas familiares en un ambiente de extrema pobreza, la cifra se eleva a los 400 millones. Según la Agenzia Fides, diciembre de 2011, cada año mueren unos 22.000 niños en el mundo en accidentes laborales y muchos otros caen enfermos o sufren accidentes graves. Todavía resulta más escandaloso lo que refiere Diouf: “Cada seis segundos muere un niño por problemas relacionados con la desnutrición en el mundo”.

Alrededor de un 70% de los niños trabajadores se encuentran en el sector de la agricultura. Sólo uno de cada cinco niños recibe un salario y la gran mayoría está entre los que realizan trabajo familiar sin ninguna remuneración. El último Informe de la OIT plantea que durante los últimos cuatro años el trabajo infantil ha aumentado entre los niños y disminuido entre las niñas. De hecho, la mayor parte de la disminución mundial se debe al menor número de niñas involucradas en trabajo infantil. Sin embargo, se ha dado un incremento alarmante del 20 por ciento en el grupo de entre 15 y 17 años, que aumentó de 52 millones a 62 millones de niños.

Además, se calcula que 1 millón de niños/as practican la prostitución solo en el continente asiático y, en los países desarrollados, entre el 10 y el 15% son víctimas de abusos sexuales por parte de personas adultas. Los niños obligados a prostituirse viven un calvario sin fin. El maltrato y el abuso a los que son sometidos dejan secuelas de por vida, que van desde la depresión y el stress hasta intentos de suicidio. También deben enfrentarse con el sida, las enfermedades de transmisión sexual y abortos por embarazos no deseados que ponen en peligro sus vidas.

Por otra parte, según nos informa Amnistía Internacional: “Millones de niños y niñas se ven envueltos en conflictos de los que no son simplemente testigos sino, el objetivo. Algunos caen víctimas de un ataque indiscriminado contra civiles, otros mueren como parte de un genocidio calculado. Otros sufren los efectos de la violencia sexual o las múltiples privaciones propias de los conflictos armados que los exponen al hambre o a las enfermedades. Igualmente chocante resulta el hecho de que miles de jóvenes son explotados como combatientes, siendo previamente drogados para hacer que sean más valientes y temerarios en el combate”. En este sentido la ONU indicaba, en 2012, que, al menos, se reclutaban niños y niñas soldados en 17 países del mundo como en Afganistán, Sudán, R.D. del Congo, Malí o Yemen.

Como podemos constatar el panorama es desolador y afecta, en mayor o menor medida, a todos los países del mundo. Según la información del año 2012, obtenida de la consultora independiente Maplecroft, los diez países en los que los niños son mayoritariamente explotados serían: 1º. Myanmar, 2º. Corea del Norte, 3º. Somalia, 4º.Sudán, 5º. R.D.Congo, 6º. Zimbabwe, 7º. Afghanistán, 8º. Burundi, 9º. Pakistán, 10º. Etiopía. Según la OIT, el trabajo infantil es un problema potencialmente creciente en los países más pobres. La magnitud del problema se ha incrementado en África Subsahariana, donde uno de cada cuatro niños entre 5 y 17 años trabaja, a diferencia de Asia y el Pacífico, donde uno de cada ocho niños realiza actividades laborales en el mismo grupo de edad.

La mayoría de los niños explotados trabajan en el sector agrícola comercial, pero hay niños trabajando en multitud de sectores: servicio doméstico, minería, pesca de gran profundidad (buceadores), construcción, textil, material deportivo, calzado deportivo, equipamiento quirúrgico, cerillas y pirotecnia, carbón vegetal, fábricas de cristal y cerámica.

Según un amplio informe elaborado por Sofía Castro titulado: “Explotación laboral infantil en el África Subsahariana”, la explotación infantil lejos de reducirse sigue aumentando. En países como Uganda, Zambia  y Tanzania se están apreciando las peores formas de trabajo infantil, principalmente en las plantaciones de tabaco, donde los niños están expuestos a pesticidas, productos químicos en los lugares de cultivo y en la actividad minera (OIT, 2010). Un caso particular es el de la minería de piedras preciosas de Mererani, donde se exponen a los niños de 8 a 9 años a condiciones de trabajo que suponen un grave riesgo para su salud y bienestar, ya que descienden 30 metros bajo tierra y permanecen 8 horas diarias sin ventilación e iluminación adecuada, “[…] durante las explosiones, los niños se esconden en los túneles más profundos, con la esperanza de ser los primeros en encontrar las piedras preciosas que salen a la luz. Las “primas” que reciben por estos hallazgos son la única remuneración a la que pueden acceder. Debido a los riesgos a que se exponen, muchos de esos niños sufren lesiones graves o pierden la vida” (OIT, 2005b:1).

En la India, los niños son esclavizados en canteras, en el campo, servicio doméstico, picking rags en las calles, elaboración de alfombras, saris de seda, cigarrillos, joyería de plata, artículos de piel (incluyendo calzado y material deportivo), piedras preciosas sintéticas y naturales, diamantes, prostitución, restaurantes, trabajo doméstico, teterías y moteles.

Sirva como ejemplo el caso de Ajad y Marukh que tienen 10 años y ha trabajado en la industria de la seda desde los 5 en Ramanagaram, el mayor mercado de capullo de seda de la India, en la región de Karnataka. Puesto que son devanadores, meten sus manos en agua hirviendo y palpan los capullos de seda, apreciando a través del tacto si los finos hilos de seda se han reblandecido suficientemente como para ser devanados. No pueden usar tenedores en vez de sus manos debido a la teoría según la cual sus manos pueden discernir mejor si los hilos están a punto para ser devanados. Las palmas de sus manos y sus dedos son blancos y con grandes marcas de heridas, quemaduras y ampollas. Muchos tejedores de seda están hacinados en habitaciones oscuras, húmedas y sin ventilación. Estas condiciones favorecen el contagio de enfermedades entre los niños trabajadores.

En otro país asiático, Pakistán, al menos ocho millones de niños trabajan en condiciones precarias, el 65% de ellos a tiempo completo, según ha denunciado la principal organización defensora de los derechos de los menores del país. Según informa Tracy Wagner Rizvi, portavoz de la Sociedad para la Protección de los Derechos del Niño (SPARC): “Las cifras podrían ser aún más altas, ya que sólo 25 de los 50 millones de niños en edad escolar acuden al colegio, y es posible que el resto estén trabajando”.

Buena parte de estos niños pakistaníes trabajan en la elaboración del material deportivo. En Pakistán, el mayor exportador de pelotas de fútbol (provee más del 60% del mercado estadounidense), por ejemplo, hay más de 7.000 niños de menos de 14 años que cosen pelotas, cobrando 0,6 dólares por pelota; incluso los niños de más edad no pueden coser más de 3 ó 4 pelotas en un día y, además, si están mal cosidas no perciben ni un centavo.

En América Latina y el Caribe hay 14 millones de niños, niñas y adolescentes entre 5 y 17 años en situación de explotación laboral, la mayor parte de ellos realizando tareas peligrosas. Esta cifra representa el 10% del total de niños en ese rango de edad en la región, que son alrededor de 141 millones. De esos 14 millones de niños, niñas y adolescentes, 9,4 millones realizan trabajos que son peligrosos y amenazan su integridad física y sicológica.

Además, de la cifra total, 4 millones son adolescentes entre 15 y 17 años que realizan trabajos peligrosos, y que por ese motivo están considerados dentro de la clasificación de trabajo infantil.  Los otros 10 millones son niños entre 5 y 14 años, los cuales estarían trabajando por debajo de la edad mínima de admisión al empleo.

Los niños, niñas y adolescentes de Latinoamérica comienzan ayudando a sus madres en tareas mineras “sencillas” de selección de desmonte o bateando en el río durante largas horas a la intemperie. A partir de los 12 años pasan a apoyar en la extracción del mineral en los túneles, el transporte a la superficie y su procesamiento, exponiéndose al peligro de explosiones, derrumbes, asfixia, cargas pesadas, y sustancias tóxicas como el mercurio, cianuro, ácidos y otros productos químicos.

En países latinoamericanos, como Colombia o Bolivia, los pasillos de las minas son bajos y estrechos, así que los propietarios (habitualmente los padres de los trabajadores) encuentran en los niños los trabajadores de tamaño ideal. Encorvados y con dificultades para respirar, los niños cargan pesados sacos de carbón a sus espaldas o de cobre. Están expuestos a altos niveles de polvo, con riesgo de lesiones y enfermedades pulmonares. Se estima que son miles de niños los que trabajan en estas condiciones.

Además, la presencia de un gran número de niños desprotegidos y sin supervisión es un fenómeno común en las calles de América Latina. En pocos lugares son esos niños tan visibles y deplorados como en  Brasil, donde entre 7 y 8 millones de niños de 5 a 18 años de edad viven y trabajan en las calles de las ciudades. Numerosos estudios científicos y reportajes verifican el extenso consumo entre ellos de inhalantes, marihuana, cocaína y rohypnol. La exposición al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) es un área de creciente preocupación debido al gran número de jóvenes callejeros que participan sin protección en actos sexuales remunerados y no remunerados. Lo peor es que los niños callejeros del Brasil, por su uso de drogas, crímenes predatorios y comportamiento inaceptable en general, son objeto de persecución violenta por parte de grupos locales de “vigilantes”, bandas relacionadas con el comercio de drogas y “brigadas policíacas de la muerte”. En Brasil mueren unos 5 niños diariamente de forma violenta. Incluso muchos de estos niños de la calle son muertos deliberadamente para la venta ilegal de órganos que venden las mafias en el mercado internacional. ( Inciardi J.A; Surratt H.L. Childe in the strets of Brazil).

La explotación infantil también se produce en los países desarrollados. En los Estados Unidos, según nos dice Douglas Kruse: “ Unos 290.000 niños fueron empleados ilegalmente, en 2010. De éstos, 59.600 eran menores de 12 años y 13.000 trabajaban en fábricas químicas peligrosas. Cerca del 4% de todos los niños de 12-17 años, son empleados ilegalmente. Los empleadores ahorraron 155 millones de dólares en 2010 debido a la contratación de menores de edad”.

No siempre es posible obtener información sobre violaciones del trabajo infantil debido a que muchos de esos niños son inmigrantes ilegales.

Éstos son algunos ejemplos de los trabajos que los niños hacen en Estados Unidos muchas veces por doce horas seguidas: confeccionando prendas y cosiendo, plegando y embolsando vestidos en los talleres de Nueva York; recogiendo chiles en Nuevo México, frijoles en Florida, pepinos en Michigan, pimientos verdes en Tennessee, manzanas en Nueva York, uvas en California, setas en Pennsylvania, melocotones en Illinois y sorgo en Tejas.

La legislación laboral de Estados Unidos dice que los niños tienen que esperar hasta los 16 años para trabajar en fábricas o durante el horario escolar, y los niños menores de 14 están excluidos de la mayoría de los puestos de trabajo, excepto la agricultura, y que los niños menores de doce años sólo pueden trabajar en granjas al lado de sus padres. Todos los niños menores de 18 no pueden realizar trabajos peligrosos. Estas leyes, muchas veces, no se cumplen en los Estados Unidos y en otros países desarrollados.

En España, según señalaba un informe emitido por Unicef, en 2000, había unos 170.000 menores de 16 años trabajando. Como se puede observar, en este histograma realizado por el profesor Óscar García Torga basándose en datos proporcionados por Unicef, (2000), unos 100.000 niños se dedicaban a tareas domésticas; 15.000 trabajaban en negocios familiares; 10.000 en actividades primarias (agrícultura, ganadería y pesca); otros 10.000 niños españoles lo hacían en publicidad; 4.600 estaban empleados en fábricas y talleres y 2.000 más trabajaban en la venta ambulante.

Estas no son todas las actividades a las que se dedican los menores españoles. En enero de 2008, Eva Biaudet, coordinadora para la lucha contra la trata de seres humanos de la Osce, comentaba para el periódico El Mundo que, en España hay unos 20.000 menores identificados por la policía que han sido obligados a prostituirse, mendigar o cometer delitos, o que han sido víctimas de redes de delincuencia internacionales que los han utilizando para la explotación laboral, adopciones ilegales o incluso tráfico de órganos.

Estos 20.000 niños, son sólo “la punta del iceberg” porque hay “muchos más” que son víctimas de la trata de seres humanos, aunque “sólo podemos hacer estimaciones de la magnitud del problema”.

Además, la grave crisis económica que padecemos es la causante de que más de 2,2 millones de niños españoles vivan bajo el umbral de la pobreza, debido a que sus padres no tienen trabajo o que sus salarios sean tan bajos que no les alcance para cubrir todas las necesidades familiares básicas (Informe Unicef España, 2012-13).

Como suele ocurrir, en muchas ocasiones las leyes de protección al menor están ahí pero no se aplican suficientemente, produciéndose abusos de todo tipo contra los niños y jóvenes de todo el mundo por parte de mafias organizadas que mueven miles de millones de dólares al año con la explotación infantil que, en muchos países, principalmente subdesarrollados, no se persigue suficientemente.

Además se debería de incentivar más a los padres, con ayudas económicas suficientes por parte del Estado, para evitar el que éstos busquen un trabajo a sus hijos y así contribuir al sustento familiar para poder subsistir. Soy consciente de lo difícil que es poder llevar a la práctica esta teoría, aunque me parezca justa, por las políticas neoliberales predominantes hoy en día que en vez de mejorar la situación económica mundial parece, según las últimas informaciones económicas de que se dispone, que la crisis mundial se mantendrá durante varios años más en casi todos los países del mundo y además, las diferencias entre el Norte y el Sur continuarán aumentando.

Estas cifras, reflejadas en los informes de la OIT, plantean un gran reto, no será posible eliminar las peores formas de trabajo infantil en 2016 si no se intensifican acciones, sobre todo en África y Asia Meridional, regiones más afectadas por el problema. Por otro lado, se requiere focalizar iniciativas hacia el sector agrícola y hacia las formas “ocultas” que lindan con el delito, como la terrible explotación sexual infantil o el trabajo infantil doméstico.

Si bien es cierto que son muchos los actores involucrados en esta lucha, el Informe de la OIT hace un llamado a los gobiernos a respetar sus compromisos e intensificar la acción contra el trabajo infantil.

Para la OIT, los beneficios económicos de eliminar el trabajo infantil superan su costo global en una relación de 6,7 a 1. El gasto representaría una cifra muy inferior a los 10 billones de dólares que fueron asignados -sólo en EE.UU. y el Reino Unido- para salvar a los bancos durante la actual crisis económica. Se trata fundamentalmente de una cuestión de ambición y voluntad política.