Como la bandera de Euskadi, la esperanza cruza y entrecruza caminos de distintos colores, formando una malla que nunca más tiene que romperse.

La última vez que vi a mi amigo Ernest Lluch fue en Zaragoza. Ambos habíamos tenido, durante años, objetivos comunes en Catalunya; su entretenida conversación y sus sabios planteamientos ganaron mi admiración. Por razones de trabajo tuve que trasladarme a la capital maña en el año 84 y no volvimos a coincidir hasta un congreso realizado en Girona. No le vería hasta algunos años más tarde en una conferencia que dio en Zaragoza. En ambas ocasiones uno de los temas que tocamos fue la situación en el País Vasco. Su exposición brillante y elocuente, demostraba un inmenso amor hacia Euskadi. Oírle hablar de San Sebastián como su segunda ciudad o “presumir” de su carnet de socio de la Real Sociedad que junto con el Barça eran sus equipos favoritos, están todavía presentes en las neuronas de mi memoria, junto con mi admiración. Aquel encuentro en Zaragoza fue la última vez que pude disfrutar de su compañía y presencia. Luego, ya lo saben todos ustedes, la intolerancia acabó con su vida, pero no con sus ideas.

Hoy, cuando ETA anuncia que deja las armas mi pensamiento y mi recuerdo van para él y para todas las víctimas de una equivocada forma de entender la defensa de las reivindicaciones. El País Vasco ha estado sometido a un dolor constante por la intolerancia de aquellos que rechazan el pensamiento y las estrategias ajenas. Sin embargo ahora puede ser el principio de uno de los mayores deseos de la sociedad española y también de la vasca: un nuevo horizonte para Euskadi, sin miedos, abierto a la libertad de pensamiento.

Mis interpretaciones se aferran a ese camino de esperanza que les apuntaba. Hay otra forma más racional de defender lo que consideramos mejor y más justo: métodos democráticos y de convivencia pacífica, aunque las ideologías y las voluntades sean distintas. Y esto lo escribo con toda la extensión de la palabra para los que un día empuñaron las armas para cometer viles asesinatos o para quienes utilizan la más feroz de las dialécticas en la condena, escondiendo tras ellas la misma mentalidad a la que fustigan.

Las cosas son así de claras, el camino de la violencia, de la extorsión y del vil asesinato corrompe a cualquier bienintencionada idea; pero el deseo de venganza indiscriminada arrinconando a la justicia, convierte victorias en fracasos. Por fortuna la mayoría de políticos y organizaciones de víctimas, han sido razonables en sus declaraciones. Una pequeña minoría, incluido algún medio de comunicación, se duele por la esperanza general, son los partidarios de la confrontación permanente, los que tratan de obtener beneficio del terror y de sus consecuencias; una facción de intolerantes paralela a la que critican.

Pero esta minoría sediciosa no podrá con la mayoría de la sociedad ni con la democracia. Hoy es un día de luz, de recuerdo para las víctimas y agradecimiento a todos los que han hecho posible este horizonte de paz, desde las fuerzas de seguridad del Estado, hasta el pueblo vasco, destacado sufridor del escenario que en este momento termina. La verde esperanza es hoy también roja y blanca como la Ikurriña.

 

A la memoria de Ernest Lluch