Posible escudo de la familia Bortons en un edificio de Montevideo

Paseando por la extensa red del facebook, tropecé con una página llamada Brotons in the World, se trataba de un grupo cerrado que, según su administrador, es para buscar personas con el apellido Brotons, establecer un árbol genealógico lo más aproximado posible, y compartir informaciones acerca de los ascendientes, ubicaciones geográficas a nivel mundial. En seguida me llamó la atención porque mi apellido materno es ese y porque no se trata de un apellido demasiado común.

Solicité ser miembro y pude comprobar que en la página aparecían un montón de Brotons repartidos por toda la geografía universal, ¡incluso parientes directos! Me sentí emocionado, no porque no imaginara que el apellido estuviera presente en muchos lugares, sino porque sentí la importancia de apedillarme Brotons, la importancia de pertenecer a un grupo con raíces comunes, forjado en el Mediterráneo o en los brotes de los campos occitanos, convertidos en sementera de éxodo elegido u obligado a lugares cercanos al origen o distantes, allende los mares. Me dirán que esto ocurre con otros muchos apellidos, pero este, amigos lectores, es el mío, lo reclamo.

Tener primos lejanos en lugares como Cuba, Estados Unidos, Argentina, Colombia, Australia, Francia o repartidos por la piel de toro, unidos por la magia de la red social, me da una placentera sensación de pertenencia. Imagino todos aquellos petates que tuvieron que hacer los ilicitanos, alcoyanos o valencianos de tronco común, para encontrar su tierra de promisión; y si la de mis ancestros fue Barcelona, la de otros fueron tierras más lejanas, pero siempre sabiendo que llevaban, en ese lugar invisible en el que dicen que se esconde el alma, un patrimonio especial: la importancia de llamarse Brotons.