La sociedad del aplauso es por fortuna la más numerosa y solidaria. No se aplaude ni al gobierno, ni a sus medidas, el aplauso va dirigido para todos aquellos que forman la primera línea de contención de la epidemia. Y en cierta forma para todos nosotros, – de ambos sexos, para que nadie ponga la pega del pronombre– que soportamos pacientemente una situación adversa, global e inevitable.
Personalmente cada uno puede cuestionarse internamente la bondad, la oportunidad y la premura de las medidas tomadas. Cada cual puede suponer que haciendo las cosas de una o de otra manera hubiera sido mejor y menos doloroso. Nada que decir, la sociedad española está formada por cuarenta millones de expertos, veinte millones de seleccionadores nacionales de fútbol y diez millones de potenciales presidentes de gobierno. Tal vez sea una de nuestras virtudes o uno de nuestros defectos. Sin embargo, estos días, la mayoría de esta sociedad del aplauso, observa que ninguno de nuestros vecinos, miembros de la Unión, ni de cualquier país del orbe, lo ha sabido hacer del todo bien, porque tal vez no se ha podido hacer mejor. Cada uno ha tomado las medidas que le han parecido más correctas y todos, absolutamente todos, han fracasado porque el intento no era ni es fácil. En todos los países la situación les ha sobrepasado. Y a pesar de todo, la sociedad que aplaude, entiende o por lo menos comprende, los esfuerzos de unos y de otros. Porque sabe que lo importante es volver a lo cotidiano, a los abrazos, a los empleos y a la salud.
Sin embargo, hay otra sociedad que solo juega con las cifras. Que cada jornada ve como aumenta el número de fallecidos y se frota las manos pensando en que esto condena a un gobierno que no soporta. Que espera que la cifra de despedidos, de comercios cerrados y de parados, suba hasta el grito de Munch y poder enviar mensajitos con la desnudez de la crisis y la lista de muertos, como en una guerra. Algunos, incluso piden a Dios un castigo ejemplar para los rojos responsables del Covid19, y aquí, debo confesarlo, no sé si se refieren al gobierno Chino, al español, o a ambos. Son la sociedad del recuento, la de las cifras, la que anuncia un nuevo holocausto. La que llama al gobierno y a los técnicos responsables, genocidas. Una palabra muy común en su diccionario.
Por fortuna son pocos, poco formados, nada informados, simples en sus pensamientos, egoístas en sus acciones, mamporreros de los de siempre, portavoces del desastre. Insolidarios. Y tienen sus apóstoles, sus iconos, sus políticos y sus periodistas. Pero no tienen razón, por mucho que se tapen con enormes banderas. Preparan, como buitres, el festín de las cifras para cuando todo esto acabe y hablan de alarma democrática los menos demócratas.
No pongo en duda que alguna cosa podría haberse hecho mejor; que si los recortes no hubiesen desmantelado en parte la sanidad pública, los medios y las soluciones hubieran podido ser distintas; que si las residencias particulares de camas de 3.000 y 4.000 euros hubiesen destinado estos ingresos para una mejor servicio de sus residentes, la mortandad hubiese sido inferior; que si los sanitarios, las fuerzas de orden público y los ciudadanos en general, hubiesen dispuesto más rápidamente de medios de protección y de control, la epidemia no se habría extendido como lo ha hecho y que a los “espabilados” no tendrían que haberles permitido hacer su agosto. Por supuesto, y sin lugar a dudas, son muchos más los afectados, aquí y en cualquier parte del mundo, pero que sin un test generalizado nunca lo sabremos y eso es imprescindible para futuras pandemias, que seguro vendrán.
Precisamos de un despertar colectivo para evitar que esto se repita y no nos veamos atrapados, otra vez, en un confinamiento de dudosa efectividad; mas, no queremos contar, queremos aplaudir. Todo eso son cosas para aprender y para que no vuelvan a ocurrir. Ahora hay que tirar “pa” adelante. Por eso los aplausos para la primera línea y para todos nosotros. Creo que hay una sociedad que los merece.
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