El Tribunal Supremo ha dado su veredicto por unanimidad y ante ciertas reminiscencias de jueces merecedores de ser jubilados, se declara la exhumación como una obra menor. Es decir, como si en casa cambiamos la bañera antigua por un moderno plato de ducha o si sacamos el bidet harto ya de ver culos. Una obra menor, por muy grande y pesada que sea la losa que lo cubre y la losa asesina que representó su dictadura.

Los nostálgicos del franquismo quisieron despedirse de alguien que muchos no conocieron y los que sí lo hicieron no vivieron sus represiones y, no obstante, se sienten desconsolados por no poder regresar a una de la épocas más negras de nuestra historia. Cuenta la noticia que, allí en Cuelgamuros, la Guardia Civil tuvo que intervenir ante la violación de uno de los artículos de la Ley de Memoria Histórica. Maquinalmente, y sin saber exactamente lo que significa, levantaban sus brazos venerando a una momia. Sí eso solo fuera el rescoldo del recuerdo de una traición, de una maldad congénita, de un dictador verdugo y sayón, sería tolerable, un mal menor… como el wáter que se rompe, cansado de tanta mierda. Pero no se trata de cuatro, de cuatrocientos o de cuatro mil melancólicos que piensan que el Pueblo está mejor callado… o muerto.

El tema de la exhumación no ha sido, como quieren darnos a entender, lo que ha despertado a los cafres. Hace ya meses que vivimos un avivar de la pesadilla. Simplemente estaban callados, agazapados en convicciones que representaba un partido que aglutinaba un amplio abanico de pensamientos. Pero eso no bastaba, había que sacar sin ningún tipo de reservas ni de vergüenzas los fantasmas y las momias del pasado, dejar en las cunetas a los muertos de un bando y luego decir, con descaro e ignorancia supina, que remover la memoria de los pueblos es un acto de venganza.

Repeinados aseguran y reaseguran, con una completa falta de dignidad, que las Trece rosas eran unas asesinas, torturadoras y violadoras. Otras, pronostican que el próximo paso será el de quemar las iglesias. Y los más callan, sabiendo que hay quien escucha y se emborracha con las ideas de revancha contra una democracia que ni entienden ni desean.

Si los portavoces de esas barbaridades fuesen gentes corrientes de esas que tienen pendientes realizar obras menores en casa o en la conciencia, la cosa sería menos grave. Sin embargo, los voceros y voceras, son gentes que representan a partidos políticos dentro de arco parlamentario y eso sí es peligroso, porque en el bulevar de sus sueños rotos, de sus obras menores y de sus mierdas, no entra la Memoria Histórica ni las palabras Libertad o Democracia. Por eso lloran, gritan y dramatizan, porque les quitan el wáter de casa.