La humanidad hace frente, por primera vez en su historia, a procesos potencialmente irreversibles, lo que imprime un especialísimo vigor y rigor a las medidas que deben adoptarse para no alterar –lo que constituiría un histórico error- la calidad del legado intergeneracional.

Disponemos hoy de muchos diagnósticos sobre los distintos aspectos de la situación a escala mundial pero carecemos de tratamientos a tiempo. Como científico, debo insistir en la imperiosa y apremiante necesidad de actuar antes de que se alcancen puntos de no retorno. Debemos actuar siguiendo directrices científicas antes de que la calidad de la habitabilidad de la Tierra no se deteriore.

Los heraldos de la “seguridad” convencional, recorren la Tierra frotándose las manos por los beneficios de los artificios bélicos que venden, incluso a los más menesterosos… porque “la seguridad es lo primero”.

Durante siglos, con un poder absoluto masculino, ha prevalecido -no me canso de repetirlo- la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón, escudados los líderes en el perverso adagio “Si quieres la paz, prepara la guerra”, jaleados, con las más oscuras alarmas y amenazas, por los productores de armamento, interesados siempre en que la paz aparezca como una pausa entre dos guerras. Las colosales inversiones diarias en seguridad territorial alcanzan 4,000 millones de dólares cuando mueren, en el mismo período de tiempo, miles de  personas de hambre y desamparo, la mayoría niñas y niños de 1 a 5 años de edad.

Hasta hace bien poco, la inmensa mayoría de los ciudadanos eran espectadores impasibles en lugar de actores comprometidos, implicados. Los medios de comunicación –muchos de ellos son “la voz de su amo”- constituyen, en afortunada expresión de Soledad Gallego, una potentísima arma de “distracción masiva”.

Son las mujeres y los jóvenes los que están demostrando, presencialmente y en el ciberespacio, que el tiempo del silencio y sumisión ha concluido. Hoy, gracias en buena medida a la tecnología digital, son muchos los seres humanos que pueden expresarse libremente,  que saben lo que acontece y, sobre todo, la mujer, marginada durante siglos, se halla en camino de desempeñar, en muy pocos años, el importante papel que, en plano de completa igualdad, le corresponde.

Las comunidades científica, académica, artística, literaria, intelectual en suma, deberían, conscientes de la gravedad de la situación y las tendencias, liderar la reacción popular ante una situación mundial de emergencia humanitaria. Pero la maraña pluridimensional que acompaña la deriva neoliberal y la gobernanza de sus grupos plutocráticos (G7, G8, G20) ha impedido hasta ahora –hay repuntes muy recientes que pueden ser de gran interés a este respecto- que se adoptaran las medidas que en el otoño de 2015 llenaron de esperanza a los más advertidos de la gravedad de las amenazas globales de un mundo en manos de irresponsables. En efecto, la Resolución de 21 de octubre de 2015 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, por la que se fija la Agenda 2030 con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, se titula “Para transformar el mundo. Y, de inmediato, se logra en París la firma de los Acuerdos sobre Cambio Climático convencidos de que era imprescindible, pensando en nuestros descendientes, actuar de forma inaplazable.

Los grandes poderes actuales siguen pensando que la fuerza militar es la única expresión y referencia de “seguridad”. Gravísimo error, costosísimo error que se ocupa exclusivamente de los aspectos bélicos y deja totalmente desasistidos otros múltiples aspectos de la seguridad “humana”, que es, en cualquier caso, lo que realmente interesa.

Es imprescindible un nuevo concepto de seguridad en que, junto a la de los territorios, tenga en cuenta la alimentación, salud, educación, cuidado del medio ambiente… de los que habitan estos territorios.

Cuando nos apercibimos de la dramática diferencia entre los medios dedicados a potenciales enfrentamientos y los disponibles para hacer frente a recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis,…) constatamos, con espanto, que el concepto de “seguridad” que siguen promoviendo los grandes productores de armamento es no sólo anacrónico sino altamente perjudicial para la humanidad en su conjunto, y que se precisa, sin demora, la adopción de cambios radicales bajo la vigilancia atenta e implicación directa de las Naciones Unidas.

Cuando admiramos la heroica actuación de unos expertos bomberos y unos cuantos helicópteros con los que se hace frente a incendios como los de Canarias, Portugal, California… ¡la Amazonia! y recordamos la “plenitud” del F-16 y F-18, y los misiles y escudos anti-misiles, y los portaaviones, y las naves espaciales… Cuando seguimos las acciones admirables que llevan a cabo tanta gente y voluntarios para rescatar a algunas personas todavía vivas después de un terrible seísmo, sentimos el deber ineludible de alzar la voz y proclamar, como ciudadanos del mundo, que no seguiremos tolerando los inmensos daños, con frecuencia mortales, que sufren por tantas otras modalidades de “inseguridad” quienes -una gran mayoría- no se hallan protegidos por los efectivos militares.

La seguridad alimentaria, acceso a agua potable, servicios de salud, rápida, coordinada y eficaz acción frente a las situaciones de emergencia… es -ésta y no otra- la seguridad que “Nosotros, los pueblos…” anhelamos y merecemos.

Irreversible deterioro ambiental, muertos de hambre y pobreza extrema, incendios y otras catástrofes, emigrantes… Estos son los objetivos que ahora, por un acuerdo unánime a escala mundial, conscientes de que se trata de una responsabilidad generacional que a todos concierne, deben abordarse de forma impostergable. La inercia de los poderes hegemónicos tradicionales y de los obcecados supremacistas y minimalistas  sigue impidiendo la concentración global que se precisa.

“Situaciones sin precedentes requieren soluciones sin precedentes”, en feliz expresión de Amin Maalouf que no me canso de repetir. Es apremiante la refundación del Sistema de Naciones Unidas, con voto ponderado pero sin veto, en el que tengan representación no sólo los Estados sino, como reza la Carta, “los pueblos”, para que, en el menor tiempo posible,   el progreso científico permita una vida digna para todos los habitantes de la Tierra, a través de una economía que atienda las prioridades, bien establecidas ya, conducentes a un desarrollo humano y ecológicamente sostenible.

Todo ser humano igual en dignidad: esta debe ser la referencia para los cambios radicales que son ahora apremiantes. Hasta hace pocas décadas, “Nosotros, los pueblos”, no podíamos expresarnos.  Ahora, por primera vez en la historia, ya podemos. Ya somos mujer y hombre. Y ya somos conscientes de que “mañana puede ser tarde” y de que el deterioro de la calidad de vida no tiene marcha atrás. Ahora ya podemos sustituir la fuerza por la palabra. Y ser millones y millones los que, un día señalado, escriban en sus móviles “NO”… a las políticas actuales, a  los grupos oligárquicos que pretenden retener en sus manos las riendas del destino común… Y decir “SÍ” a la eliminación completa de las armas nucleares… y a los comportamientos cotidianos solidarios…  Y decir “SÍ” a un Sistema de Naciones Unidas dotado de los recursos personales, financieros, técnicos y de defensa necesarios para el pleno ejercicio del multilateralismo democrático… para hacer posible un nuevo concepto de seguridad.

Artículo publicado previamente en Other News