Actuemos para un alto el fuego inmediato en Ucrania y el inicio de un proceso de paz sólido y abierto,
– para la urgentísima eliminación de la condición de unanimidad en la Unión Europea, de tal modo que pueda asumir plenamente el papel de interlocutor que le corresponde y que ha asumido hasta ahora la OTAN,
– para la aplicación del excelente diseño de las Naciones Unidas de Roosevelt: “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”- eliminando el veto de tal modo que se pueda sustituir la actual gobernanza plutocrática supremacista (G6,G7,G8,G20) y evitar así un nuevo desorden mundial basado en el poder militar, en la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón, para dejar de ser espectadores impasibles de lo que acontece y ser ciudadanía consciente y responsable, cumpliendo nuestros inaplazables deberes intergeneracionales,
-para cumplir con diligencia los Acuerdos de París sobre el Cambio Climático y la Resolución de las Naciones Unidas sobre la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible “para transformar el mundo”, que suscribió el presidente Barack Obama, y que suprimió el mismo día de su nombramiento su sucesor el presidente Donald Trump, sin provocar reacción alguna-delito de silencio-en los 192 países restantes.
Sí: unidos por la paz, ahora ya todos iguales en dignidad,
-para poder mirar a los ojos de los niños y decirles que vamos a evitar que la cultura de guerra siga imponiéndose sobre la cultura de paz y no violencia, y que los intereses del “gran dominio“ (financiero, militar, energético, mediático, digital) sigan prevaleciendo sobre los de la ciudadanía global,
– para la total eliminación de las armas nucleares y un nuevo concepto de seguridad, que armonice la defensa territorial con la de quienes habitan estos espacios tan bien protegidos (alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, cuidado del medio ambiente, educación para todos a lo largo de toda la vida), para, en suma, lograr que la especie humana -inverosímil desmesura de facultades intelectuales y creativas- pueda vivir y convivir en plenitud en una tierra bien conservada.
Unidos por la paz, por la palabra, por la democracia.
Tengamos siempre presente el lúcido preámbulo de la Carta de la Tierra: “Nos hallamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad ha de elegir su futuro. A medida que el mundo se hace más interdependiente y frágil, el futuro presenta a la vez grandes riesgos y grandes promesas… Somos una sola familia humana y una sola comunidad con un destino común. Hemos de unirnos para crear una sociedad global sostenible basada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y la cultura de paz”.
Tenemos que procurar que nadie se sienta excluido en esta elección, para hacer posible un nuevo comienzo. Es necesario dar fin a un sistema que, desde tiempo inmemorial, se ha basado en el poder masculino absoluto. Unos cuantos hombres, muy pocos, han ejercido el mando de tal forma que hasta la propia vida debió ofrecerse a sus designios sin discusión posible.
Confinados en un espacio territorial e intelectual muy limitado, los habitantes de la Tierra han sido súbditos silenciosos y obedientes. En dos ocasiones, al término de las dos grandes guerras del siglo pasado, se intentó sustituir progresivamente el uso irrestricto de la fuerza por la palabra, por la negociación, por la diplomacia.
Pero, siempre triunfó la seguridad sobre la convivencia pacífica. Al término de las dos grandes guerras “calientes”, en 1918 y 1945, dos destacados Presidentes norteamericanos, Wilson y Roosevelt, respectivamente, intentaron establecer un orden mundial basado en la mediación y el multilateralismo. En ambas ocasiones, desgraciadamente, el perverso adagio “si quieres la paz, prepara la guerra” se aplicó sin cortapisas, y la seguridad prevaleció, como había sucedido durante siglos, sobre la paz.
Es importante no olvidar el inconmensurable perjuicio que causó el Partido Republicano de los Estados Unidos al no apoyar a la Sociedad de Naciones creada por Wilson. Se hizo posible el resurgir bélico de Alemania… y que Hitler, en 1933, escribiera en su libro “Mi lucha” que “la raza aria es incompatible con la judía”.
Las semillas del fascismo fructificaron en el fascismo de Benito Mussolini y en el terreno abonado del Imperio del Sol Naciente nipón, con el Plan Tanaka y el emperador HiroHito…. Esta confluencia de grandes movimientos supremacistas dio lugar a la Segunda Guerra Mundial, atroz, con millones de víctimas, al final de la cual el Presidente Franklin Delano Roosevelt establece, con un diseño perfecto, las Naciones Unidas. El inicio de la Carta resume lúcidamente las grandes líneas de la gobernanza mundial: “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto evitar a nuestros hijos el horror de la guerra”. Me gusta destacar, por ser de gran actualidad, los tres pilares de lo que hubiera podido ser una nueva era: i) son los pueblos a quienes se encomienda tomar en sus manos las riendas del destino; ii) La paz debe construirse para evitar, de este modo, el “horror de la guerra”; iii) la solidaridad intergeneracional constituye el compromiso supremo de todo ser humano.
El diseño de las Naciones Unidas realizado en 1945 –con el complemento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos tres años más tarde- es inmejorable. Pero en aquel momento, “Nosotros, los pueblos”, no existían: el 90 % de los seres humanos nacían, vivían y morían en unos kilómetros cuadrados. Eran temerosos, sumisos, obedientes, silenciosos… y la mujer se hallaba altamente discriminada.
A finales de la década de los 80, cuando, gracias a Nelson Mandela y Mikhail Gorbachev podían haberse reconducido muchas tendencias perniciosas, el supremacismo y el fanatismo volvieron a ensombrecer los horizontes del mundo en su conjunto. Vuelve el gran dominio a ejercer su poder absoluto. Vuelven las sectas -algunas propiciadas desde los propios servicios de inteligencia- a contrarrestar los esfuerzos de las democracias genuinas…
Se ha comentado con frecuencia que la Declaración “Universal” era en realidad reflejo de la visión occidental. Debo destacar, a este respecto, que fue sometida a una amplia consulta a los principales representantes de las diversas civilizaciones y culturas. Siendo Director General de la UNESCO, hallé en los archivos de la Organización la carta que escribió en el mes de febrero del año 1947 el Mahatma Ghandi a Julian Huxley, primer Director General. Le decía que agradecía el envío del borrador, y le indicaba que lo había consultado con la “persona más inteligente que he conocido, una mujer, analfabeta, mi madre, que me ha indicado…”. Entre las indicaciones figuraba la conveniencia de que se pusieran de manifiesto también algunos deberes en los derechos que se declaraban…
Dos citas del preámbulo deben destacarse porque son especialmente significativas: al final del primer párrafo se dice que “estos derechos son para liberar a la humanidad del miedo”. Esta promoción de la autoestima y de la necesidad de mostrar las discrepancias cuando existan, se refrenda en el párrafo segundo del preámbulo cuando se dice que, si no pudieran ejercerse plenamente, los seres humanos “podrían verse compelidos a la rebelión”. Ahora, cuando por fin “los pueblos” podemos expresarnos libremente, es preciso tener muy en cuenta que debemos.
Para actuar debidamente y a tiempo es preciso prepararse con gran rigor, conocer las fuentes y raíces de las actitudes violentas, de las reacciones conflictivas. El supremacismo es el origen de muchos conflictos y actos de violencia. La mejor manera de contrarrestarlo es tener en cuenta que todos los seres humanos somos iguales en dignidad, sin importar su sexo, color de la piel, creencias, ideologías, culturas… Otra de las fuentes más importantes del terrorismo es la pobreza extrema y el hambre. La diversidad cultural es una riqueza. La xenofobia, el odio y el rechazo son intolerables éticamente y constituyen una amenaza para la paz.
Europa, muy especialmente, debe ser referente en el pleno ejercicio de los derechos humanos. La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, del año 2000, es mucho más importante, muchísimo más, que la prima de riesgo. La crisis no es sólo económica. Es sobre todo ética. Es la debacle de un sistema guiado por la codicia y el cortoplacismo. Un sistema que ha sustituido los valores morales por los bursátiles y las Naciones Unidas por grupos plutocráticos. Un sistema que ha sido capaz de invadir a otro país, con miles de muertos, mutilados y desplazados, con argumentaciones falsas, para justificar sus ambiciones geoeconómicas. Un sistema que no ha sabido movilizar a “los pueblos” para forzar a Putin a no poner en práctica su intolerable decisión invasora ni responder con millones de voces procedentes de todos los continentes.
No son los grupos plutocráticos los que solucionarán las amenazas que se ciernen a escala planetaria. Tan difícil misión sólo puede ser desempeñada por unas Naciones Unidas dotadas de los recursos humanos, técnicos y financieros adecuados, que integren a todos los países y sean realmente “los pueblos” quienes “construyan los baluartes de la paz” y aseguren a todos una vida digna.
Paz a todos. Paz en la Tierra. Este es el más profundo anhelo humano desde el origen de los tiempos, inhacedero por el poder basado en la imposición y en la fuerza.
Reaccionemos. No sigamos de espectadores impasibles. Levantemos la voz. Millones de voces, para que, de una vez, logremos liberarnos de las colosales amenazas ecológicas y bélicas que ensombrecen hoy el destino común.
¡Unidos por la paz y el multilateralismo democrático!
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