Podría hablarles de los numerosos fallos de decorados, vestuario y situaciones que pintan. Adecuar un producto moderno a la sociedad franquista de Serrano Suñer no hubiese sido complicado si los realizadores no hubiesen intentado dotar a los personajes y a los escenarios de un glamur del que carecían. También podría hablarles del aceptable papel de Blanca Suarez y de la inmovilista actuación de Rubén Cortada, cuya inexpresividad es notable y que sólo cambiándole el uniforme adivinamos qué personaje trata de interpretar.
Tampoco han estado acertadas las caracterizaciones de los demás personajes, como el marqués de Llanzol o el modisto Balenciaga; con lo fácil que hubiese sido empaparse de datos en las hemerotecas. Sin embargo, y como les decía un poco más arriba, la ilusión la pone cada espectador y también nos hemos tragado muchas inconsistencias históricas provenientes de Hollywood.
Lo que sí ha quedado confirmado, pese al fallido intento de los realizadores, es que la serie nos ha mostrado la historia de un fascista. Un fascista convencido que no hablaba alemán pero admiraba a Hitler y compañía, tanto como le hubiese gustado entrar a su lado en la guerra. Un fascista tan convencido que sus valores y su respeto por los seres humanos estaba al mismo nivel que su conciencia. Que hoy quieran ensalzarle por una historia de cuernos, absolutamente común en aquellos, y en todos los tiempos, sobre todo en la alta ralea, ociosa, despreocupada e insolidaria, es bastante grotesco.
Todo esto no es casual. Estamos ante una sociedad alarmantemente fascista o, como mínimo, condescendiente con las actitudes dictatoriales. La llamada transición lo fue con enormes dificultades y sin acabar con el franquismo; no olvidemos que Juan Carlos fue colocado por el propio dictador en menoscabo de su padre Juan de Borbón; que el presidente Suarez que promovió nuestra democracia era un camisa azul convencido y que la musa de nuestra tan cacareada transición fue Carmen Díaz de Rivera, precisamente hija natural de Serrano Suñer y la marquesa de la serie. Bien es cierto, que todos estos personajes evolucionaron de una forma muy positiva y permitieron, a su modo, la consolidación de nuestras libertades, pero dada la procedencia de estos actores, no se permitió al Pueblo elegir entre monarquía o República, jamás se dignificó a los combatientes republicanos y las víctimas de fratricida golpe de estado siguieron pudriéndose en las cunetas; nunca se consiguió que el entramado franquista y fascista cayera de verdad.
Por tanto no es de extrañar el auge actual de aquel pernicioso pensamiento y la sumisión de ciertos grupos sociales. Estamos ante un retroceso democrático palpable y la memez de la serie de Tele 5 sólo es la anécdota que lo confirma. Por eso el presidente Rajoy se anima a amenazar con nuevas elecciones porque sabe que las circunstancias – y los votos – le serán favorables. Y con esto no quiero decir que Rajoy sea fascista ni tampoco que los votantes del PP los sean en su mayoría, nada más lejos de mi intención. Lo que sí sé es que los rescoldos de una dictadura que nunca murió del todo, las gentes que no creen en la democracia y los admiradores del fascismo que representaba Serrano Suñer, también votan. Es un totum revolutum, que incluye a muchos sectores y que, por fortuna, no acabarán con la democracia porque es una cortina necesaria, elegante y protocolaria de cara a Europa y al mundo, pero sí en una situación que va erosionando, casi sin darnos cuenta, lo más preciado de las libertades y de las conquistas sociales que tantos esfuerzos y vidas costaron.
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