milla-verde-suma-aguila-roja-paseo-triunfal_1_989181Cada fin de semana nos llega el recuento de bajas de las intentonas de los que nada tienen para poder alcanzar la orilla del sistema de vida que les hemos vendido a través del cine y la televisión. Es la desesperación del que se agarra a un sistema teóricamente salvador y en el que tal vez pueda ganar algo para sus hijos, aunque sea los papeles de su rendición para con el capital y el consumismo, y acabar en un burdel de carretera europeo o trabajando para el empresario sin escrúpulos que va a misa y pide una sociedad feliz mientras los explota de forma feroz. Tienen que recorrer las millas verdes del Mediterráneo que les separan de Europa, porque nada dejan a sus espaldas, ni hay nada claro en su horizonte; esperando siempre que el viaje y los dioses les sean propicios. Dejando, en demasiadas ocasiones, a pocas millas de la costa su existencia.

Pero la sociedad de la opulencia, de la libertad de opinión y del virtual estado de bienestar no está exenta de peligros y si no conoce la miseria económica o trapichea como puede con ella, coquetea con la miseria mental. Y así, las llamadas gentes normales, los vecinos callados y hasta simpáticos, crean en sus hogares la sicología necesaria para inventar mentes atormentadas que estrellan un avión contra una montaña de los Alpes, se lían a tiros o a ballestazos con los compañeros y profesores de su instituto o matan a su compañera sentimental o a sus propios hijos. Son aquellos que tienen prisa por recorrer la milla verde y buscan inocentes compañeros para su viaje al infinito.

¿Qué es lo qué ocurre? ¿Por qué entre la sociedad a la que, en teoría, nada le falta se producen estas incoherencias? ¿No será que nuestra sociedad también está falta de nuevos horizontes y nuevas perspectivas?

Estoy seguro que sería más fácil arreglar los problemas de los emigrantes africanos que los nuestros propios. Bastaría con devolverles un poco de lo que les arrebatamos en el pasado: libertades, dignidad, riquezas y viejas culturas, para equilibrar y dignificar su vida y no obligarles al éxodo.

En cambio Europa lo tiene peor. La cuna de las libertades vive pendiente de satisfacer a sus propios monstruos, devoradores de democracias e insaciables acumuladores de riquezas, y si no que se lo cuenten a Grecia. Es una sociedad putrefacta que pudre las mentes de sus ciudadanos primando el poder y el dinero sobre la solidaridad y la felicidad.

Las múltiples contradicciones desorientan a sus individuos y les conducen a estados de enajenación difíciles de detectar. Son cientos de miles de condenados a recorrer la milla verde y que les tenemos cerca: estudiando en el pupitre de al lado, pilotando el avión que nos lleva de vacaciones, afiliándose al Estado Islámico, produciendo algún reality show televisivo, violando niños bajo sus sotanas, o preparando la próxima campaña electoral. No me importa que todos ellos tengan prisa por recorrer su milla verde, ¡pero que la transiten solos sin involucrar ni martirizar a nadie!