Durante esta vida tenemos multitud de ocasiones para desesperarnos, incluso – y quiero con ello exagerar – para desear que todo termine. Son esos momentos en que nada tiene sentido, en los que la enfermedad, la traición de un amigo o de un amor, la pérdida de un ser querido o el vacío en el alma nos hacen ver el túnel negro de la vida.
En esos momentos de amargura, soledad y desesperación, olvidamos todo lo maravilloso que tiene el estar vivos y pensamos más en quién o qué nos está matando, que en la propia salida del túnel. No nos detenemos a imaginar siquiera que, en ocasiones, hay mucha gente a quién nuestra ausencia podría hacerles daño y en el caso de que a nadie importáramos, ¿no sería bonito conjeturar que en cualquier parte hay alguien como nosotros y que sólo nos ha faltado encontrarle?
No me juzguen como un estúpido optimista. Yo, como muchos de ustedes y como dice la canción de María Elena, he muerto unas cuantas veces y otras tantas he resucitado. No es inconsciencia. Soy consciente de que mis células me han jugado antaño una mala pasada y pueden volverse de nuevo locas; también tomo conciencia de que puede fallarme quien más quiero; que puede acabar en nada mi proyecto; que los seres que más amo pueden, a su vez, ser traicionados y malheridos. En todos estos casos lucharé y cual ave Fénix trataré de rehacerme de mis propias cenizas.
[El secreto está en buscar una razón consistente para volver a empezar]
¿Qué es muy fácil decirlo? ¿Qué es muy difícil hacerlo? Lo sé. Sin embargo voy a darles un consejo y no es que sea más sabio que ustedes, sólo sé que a mí me ha funcionado.
El secreto está en buscar una razón consistente para volver a empezar. Siempre hay una razón. Si nuestro negocio se ha ido a hacer puñetas es que estaba mal enfocado y tal vez seamos mejores trabajando para otros. Si añoramos una patria perdida y lejana, pensemos en que cada uno de nosotros somos nuestra propia patria. Si aquel amor se nos va o vacila es porque o no nos merece o no le merecemos, seamos pues sinceros y evitemos ocasionar sufrimientos. Tantas veces que nos maten, tantas nos levantaremos. Y si llegamos a ver nuestra salud muy mermada pensemos en quienes fuimos y en lo que hicimos y si hay que salir de aquí, hagámoslo por la puerta grande.
{salto de pagina}
Como les decía el secreto está en la razón y en las razones. Analicemos el porqué llegamos a la situación que nos aflige y hallemos los motivos para seguir en la brecha. Dicen que cada uno de nosotros labramos nuestro propio destino, que cada día escribimos un poquito de nuestra historia futura y que cada paso es consecuencia de otro dado y objeto del próximo a dar. Yo no estoy totalmente de acuerdo con la teoría, hay demasiados factores externos que influyen sobre nuestras pisadas, pero sí puedo decirles que somos lo que queremos ser, con más o menos fortuna. Muchas de las desgracias que nos afligen son consecuencias de pasos mal dados o poco meditados, a veces gratuitos e innecesarios, pero como somos humanos es fácil equivocarse. No existe un destino inmutable para cada uno de nosotros escrito en el libro del firmamento, sí hay una predisposición determinada por nuestra forma de ser y nuestro modo de actuar.
[Muchas de las desgracias que nos afligen son consecuencias de pasos mal dados o poco meditados]
Sin embargo tenemos alguna ventaja, el destino que nos daña o la mano que nos apuñala lo hacen en ocasiones tan mal que nos permite empezar de nuevo y aquí un ruego: No tropiecen con la misma piedra. El consejo es igualmente válido si fueron ustedes los que dañaron, tal vez no recuperen al amigo, al socio o al amor, pero no por ello desesperen, encontraran otro; trátenlo mejor, sean más nobles y sinceros. Pero sobre todo no desfallezcan, busquen los paisajes de un nuevo horizonte.
La canción de María Elena sigue diciendo: Tantas veces te mataron, tantas resucitarás/ tantas noches pasarás desesperando/A la hora del naufragio y la de la oscuridad/ alguien te rescatará para ir cantando. Y ahí esta el quid de la cuestión, ayudarnos mutuamente en la necesaria labor de rescate. Y si no encontramos ese brazo amigo, si no tenemos el consuelo a nuestro alcance, hay que agarrarse los machos y seguir. No sólo por nosotros, tal vez porque con el tiempo le seamos necesarios a alguien. Si los demás fracasaron en nuestro rescate, pervivamos para poder rescatar a quien lo merezca. ¡Resucitemos!