Era noche cerrada cuando Amina y su bebé abordaban la destartalada embarcación que les llevaría hacia un futuro mejor y quizás único. Atrás quedaba endeudada durante años su familia, en el convencimiento de que su suerte cambiaría pronto y podrían volver a sonreír juntos en un nuevo y ansiado mundo, aquel en el que las personas tienen derecho a una vida digna en todos los sentidos.
Tres días después, un temporal ahogaba sus sueños y les arrebataba la vida de forma anónima.
Esta es una historia muchas veces repetida que admite ser calificada de extrema y poco representativa en términos absolutos, pero puede servirnos para reflexionar, de forma objetiva, sobre un tipo de migración que pone en juego la propia vida, porque en sus países natales no tienen casi nada que ganar y, por el contrario, ya nada más que perder.
Emigrar siempre representa un desarraigo social inicial, que se ve agravado si el lugar elegido posee diferencias físicas o culturales importantes, y en ese sentido aspectos como por ejemplo una raza, una tradición religiosa o un sistema económico distinto, son factores que complican la inserción del individuo en la sociedad de destino. Abandonar el entorno propio nunca representa un paso sencillo, pero cuando la decisión viene obligada por la extrema necesidad, la situación se complica sobremanera ya que previamente habrá implicado la vivencia de situaciones al límite, que derivan en una profunda erosión de la dignidad de la persona que las sufre. Así, desde ese punto de partida tan precario, se tiene que abordar la decisión de asumir una aventura de final totalmente incierto, y cuyo primer paso consiste en contactar con mafias locales a las que hipotecar una parte importante de los esfuerzos y la libertad, de un número significativo de años. Aceptar posteriormente un método de traslado que puede durar meses, conviviendo constantemente con la miseria, y durante los cuales puede sobrevenir una situación trágica en cualquier momento. Si finalmente se supera este paso, estará esperando la total desesperación de la repatriación o la vida marginal, llena de abusos y vacía de derechos, que representa la indocumentación.
[Abandonar el entorno propio nunca representa un paso sencillo]
Es por ello que se hace necesario tratar de comprender cuales son las razones que impulsan a estas personas a tomar decisiones tan complicadas, porque si asumimos la postura reduccionista, el problema de la emigración se transforma en un debate de paños calientes respecto a que clase de trato reciben, y en que condiciones de alojamiento se encuentran, hasta que se produce la devolución a sus países de origen, mientras que en paralelo se teoriza sobre que medidas aplicar para evitar que estos flujos humanos alcancen nuestras fronteras: vallas, muros, policía, armada, satélites…en fin, todo un despliegue de medios combinados que tienen como objetivo, evitarnos tener que mirar de frente las desagradables situaciones que nos generan con su llegada. Como la realidad del problema no se encuentra en como frenarlo, creo que admitir medidas simplistas con las que pretender zanjar el problema de la emigración hacia occidente, es desviar la mirada del verdadero problema que motiva situaciones tan complejas.
Origen y destino.
Podemos recordar como a finales de los cincuenta y primeros años de los sesenta, en los países occidentales denominados como “en vías de desarrollo”, cientos de miles de personas tomaron la decisión de emigrar a países con mayores perspectivas económicas. Todos ellos podrían haber continuado viviendo en su hábitat, pero las penurias reinantes y la falta de expectativas, provocó que se decantasen finalmente por probar otra suerte que fuese mejor que la que poseían.
Su destino principal fueron países europeos, hispanoamericanos y norteamericanos, donde les aguardaba una similar cultura occidental, una religión coincidente y un sistema económico basado en los mismos principios, siendo ilustrativo el caso español, con un importante flujo de migración hacia el centro de Europa y hacia Iberoamérica. Era duro, pero asumible frente a la apuesta.
Este tipo de migración que podríamos calificar como de oportunidad, sigue siendo la más habitual en la actualidad, produciéndose cuando dos áreas de rentas sensiblemente diferenciadas se encuentran contiguas geográfica o culturalmente. Si observamos el mapa de distribución de renta per cápita por países, podemos comprobar como existen dos fronteras destinadas a ser atravesadas en busca de una vida mejor: la de los Estados Unidos con Méjico y la de Europa occidental con la del este. En este caso no se trata de una emigración por necesidades extremas, sino más bien una emigración en la que las dos partes intervinientes se ven beneficiadas con el hecho, ya que las personas que se desplazan acceden finalmente a un incremento importante de su nivel de rentas, y el país receptor encuentra mano de obra a bajo coste con la que rellenar los puestos de trabajo de menor retribución o con poca cualificación, en la que la ecuación esfuerzo/ingresos, obtiene un resultado elevado. Igualmente nos encontramos con personas que procedentes de Hispanoamérica, se instalan en países europeos en un viaje de retorno a los orígenes de sus generaciones precedentes.
Es la emigración en busca de mejores condiciones en países con un nexo cultural. En cualquier caso, cuando la migración se produce fuera de los cauces oficiales, existe un riesgo importante de acabar realizando trabajos no deseados, cuando no indignos, para las personas que aceptan los traslados irregulares.
Pero la que empieza a sorprendernos es la inmigración ilegal que desafía todos los límites lógicos, aquella cuyos integrantes son capaces de permanecer agazapados durante largos períodos en condiciones infrahumanas, mientras esperan el momento señalado para tratar, en un intento muchas veces a vida o muerte, de acceder a la tierra prometida. Aquella tierra en la que todos los días se puede comer y en la que, por supuesto, se respetan derechos tan elementales como el de la vida. Si volvemos a observar el mapa, nos daremos cuenta que, en nuestro caso, la frontera sur se halla contigua con una región de condiciones económicas lamentables, en la que además, la estructura social es igual de básica, de tal manera que un hijo puede perder la vida por la imposibilidad de atajar una simple diarrea. Ésta migración podemos calificarla como de necesidad, y mientras permanezcan las actuales condiciones en sus países de origen, no dejará de llamar agónicamente a nuestras puertas.
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Sus metas.
En la actual sociedad de la información y la globalización, la información recorre el planeta en todas las direcciones, de forma que mientras en occidente nos enteramos de la última desgracia ocurrida en un rincón de Asia, en una aldea africana podemos encontrar niños con camisetas de los equipos de fútbol europeos. Ya casi nada se le escapa a nadie, por lo que miles de millones de personas observan como existen regiones del planeta donde las condiciones de vida de sus habitantes se encuentran a una distancia tal de las propias, que va desde la que les separan del acceso al consumo, hasta la que les permitiría conservar la vida a ellos y los suyos. En esas circunstancias, cualquier persona con sentido común que llegue a la conclusión de que las que puede lograr, mientras permanezca en su país, nunca superarán el listón de las penurias y las estrecheces, se esforzará por alcanzar para él y su familia, una oportunidad de futuro fuera de sus fronteras.
[El porcentaje de población que reside en países desarrollados apenas alcanza el 20%]
Unas rentas dignas, educación, sanidad, seguridad y respeto a sus derechos, son unas metas que cualquier persona ansiará tener, desde la creencia de que todo ser humano tiene derecho a poseerlas, como además así es.
Si estas personas habitan en regiones de rentas excepcionalmente bajas con Estados escasamente estructurados, sus vidas transcurren entre miseria continua y ausencia casi total de condiciones personales dignas, y es entonces cuando ya no solo pondrán empeño en conseguir mejorar, pondrán su vida en el intento, convencidos de que esta opción es la única que les permitirá poseer la dignidad con la que todo ser humano debe vivir.
Población y rentas.
Desde hace medio siglo, el reparto de la población, en porcentaje, viene sufriendo una continua redistribución hacia los países en desarrollo, de tal manera que si en los años sesenta del pasado siglo la población perteneciente a los países miembros de la OCDE (los que consideramos desarrollados) alcanzaba el 29% sobre el total mundial, tras cincuenta años de progresiva rebaja en la tasa de fertilidad occidental y de sostenimiento de la del resto de países, el porcentaje de población que actualmente reside en los países desarrollados apenas alcanza el 20%. Pero paralelamente, la población total del planeta ha continuado aumentando desde los 3.000 millones de personas de 1960, hasta los ya más de 6.000 habitantes de la actualidad. Si combinamos ambos datos, redistribución y aumento, podemos observar que la población que reside en los países en desarrollo ha pasado, en tan solo los últimos cincuenta años, de 2.100 a 4.200 millones. Un ritmo meteórico de crecimiento que todavía no ha visto el final, pues las estimaciones de distintos organismos internacionales, incluida Naciones Unidas, señalan como muy probable para mediados de este siglo, una cifra situada en el entorno de los 11.000 millones de habitantes. De ser así, dentro de cuarenta años estaremos ante una población con escasez de recursos cifrada en más de 8.000 millones de personas.
Otro aspecto a considerar en occidente, radica en el envejecimiento paulatino de su población. Mediado éste siglo, la tasa de fertilidad actual habrá llevado la edad media de su población a superar los cincuenta años, lo que obligará por necesidades de equilibrio económico, a la absorción de población joven de refresco que garantice los niveles de renta.
Ocurre también, que la distribución de las rentas avanza de una manera excesivamente lenta para las necesidades que esta realidad demanda. Con el actual esquema económico, el 85% del PIB mundial se genera en los países de la OCDE, y fundamentalmente en la Unión Europea y Estados Unidos, de tal manera que de no sufrir una variación significativa el mismo, estos 8.000 millones de personas tendrán que hacer frente a sus necesidades con los recursos que genera el 15% restante. Bien es cierto que el probable incremento constante del Producto Bruto mundial podría conseguir acompañar el incremento poblacional, evitando ahondar en sus penurias, pero la abrumadora ausencia de las infraestructuras que son necesarias, dificulta enormemente el paralelismo.
Futuro.
En los países desarrollados vivimos instalados en la complacencia que nos aporta nuestros recursos.
La complacencia que nos despreocupa de cuestiones tan importantes como la búsqueda de alternativas energéticas con las que suplir al petróleo, cuando dentro de unas décadas no consiga mantener el imparable motor económico mundial. (Seguro que daremos con las claves que lo suplan el día menos pensado y servirá de renovado impulso donde encontrar nuevas oportunidades de negocio).
La misma que nos hace pensar que el estrés que le provocamos al planeta con la continua emisión de sustancias contaminantes, nunca llegará a producirle una crisis irremediable. (La tecnología que poseemos acabará desarrollando métodos productivos apenas agresivos con el medio ambiente).
Aquella que nos lleva a asumir que entre la gente, siempre han existido situaciones más o menos afortunadas, a fin de cuentas, simplemente con salir a la calle podemos observar la multitud de situaciones que se dan. (Todo se va poniendo en su sitio cuando la gente se esfuerza, no hay más que fijarse en lo que está pasando actualmente con China).
[No deberíamos esperar a que la situación termine por desbordarnos]
Sin embargo damos la voz de alarma cuando se deslocalizan unos pocos millares de puestos de trabajo al año con condiciones compensatorias importantes, mientras se generan decenas de miles de nuevas colocaciones asociadas al sector servicios. Es una manera totalmente injusta de abordar el debate de la redistribución de rentas hacia los países menos desarrollados, que en definitiva es el origen de la emigración hacia occidente. Las periódicas reuniones de la Organización Mundial para el Comercio, son un sistemático muestrario de cómo mantener nuestros privilegios frente a terceros, y donde se ratifica el dudoso empleo de las subvenciones, para evitar la competencia de los países en desarrollo con sus productos que pueden ser competitivos, es decir, con los de menor valor añadido.
Teniendo en cuenta las cifras de población que se han expuesto anteriormente, lo más sensato sería empezar a pensar en como vamos transfiriendo rentas de forma gradual y ordenada hacia los países con menos recursos, porque de otra forma, cada año que pase habrá más personas dispuestas a jugárselo todo en su intento por alcanzar unas condiciones de vida dignas. Pensar que la opción consiste en levantar muros de diez metros en lugar de cinco, no deja de ser pretender ponerle puertas al campo.
No deberíamos esperar a que dentro de cinco o diez años, la situación termine por desbordarnos. Si admitimos que la única solución real son las medidas de apoyo al desarrollo en los países de origen, las rondas de negociación en el seno de la OMC, como la actualmente estancada de Doha, deben abordar definitivamente un calendario de propuestas en el que los países desarrollados asumamos el definitivo cambio en el destino de los recursos que empleamos actualmente en frenar el acceso a las rentas de países terceros, es decir, modificando el destino de las cuantiosas subvenciones a los productos agrarios por otro tipo de ayudas que apoyen la restauración y conservación del hábitat natural, eliminando igualmente las ayudas a la exportación de los productos agrarios, verdadero cáncer para el sistema productivo del sector primario en los países en vías de desarrollo. Igualmente se deberán modificar el destino de las subvenciones de los países desarrollados hacia sectores que generen mejores expectativas de crecimiento futuro para la economía global y para la conservación medioambiental, normalmente los de I+D.
Cuando la emigración llama desesperadamente a nuestra puerta, tenemos que tener en cuenta que es la dignidad humana quien lo hace.