Coincide este mes con una exposición en la Fundación cultural COAM de Madrid ( sita en calle Piamonte 23) de “Fotografía de arquitectura” de Kindel, que desarrolló una labor profesional digna de toda consideración entre los años cuarenta y setenta. Muchas de sus fotografías están reproducidas en la Revista Nacional de Arquitectura durante los años cincuenta.

Este artículo pretende desvelar muy someramente algunas consideraciones acerca de esta Nueva Arquitectura española.

.-Replanteamiento de los dogmas funcionalistas del movimiento moderno en el panorama europeo:

En los finales de la década de los 40, hay que recordar que desde 1937 a 1947 no se verifican a nivel internacional ninguna reunión oficial de los CIAM, empieza una redefinición de los postulados del movimiento moderno antes incontrovertibles. Se revisa la metáfora fundacional de la máquina, que había servido para inducir y direccionar las trasformaciones arquitectónicas –en las metodologías proyectuales y en los lenguajes- de los años veinte. En la nueva coyuntura de la posguerra, en cambio, la reflexión disciplinar se dirigirá más bien a subrayar que se tiene que partir ahora del sujeto `hombre´, dotado de unas peculiaridades fundacionales, que impiden desde luego la anulación en el estandard de las diversificadas virtualidades de los individuos-habitantes. En oposición a la dudosa complicidad entre el hombre-masa y el hombre-tipo, se considera por tanto necesario liberar la multiplicidad insita en los usuarios de la arquitectura, convirtiendo esta complejidad en materia positiva de la proyectación.

[Ser hombre significa estar sobre la tierra, como criatura mortal, significa: habitar]

El CIAM VII ( The core of the city, Hoddesdon 1951), se dedica predominantemente a las cuestiones del centro de la ciudad, parte urbana que en muchos sitios de Europa estaba seriamente afectada por las destrucciones de la Segunda Guerra Mundial. La relación con el pasado es un hecho que tiene que contemplar la arquitectura contemporánea en el momento que interviene en zonas históricas.

En paralelo en los debates teóricos que atañen a otras disciplinas se perfilan posiciones `revisionistas´: personajes de la talla de J.P. Sartre y M. Heidegger destacarán en este contexto como hitos teóricos en las discusiones que tenían los arquitectos europeos del momento cuando se refieren a términos conceptuales como –organicismo, humanización, heterodoxia- cargados de un intencional talante reformista.

En 1945 en una conferencia de Sartre se encuentran los fundamentos de lo que será la filosofía madre de la cultura postbélica europea: el existencialismo. Comenta Sartre: “¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialismo, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho…”. El redescubrimiento del hombre por el existencialismo es pues articulado sobre todo mediante el concepto de “existencia”.

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fotoEl concepto de Heidegger respecto al “habitar” del hombre es diametralmente opuesto al de Sartre, éste se encamina hacia una resignificación de la operatividad tectónica y se dedica sobre todo a la identificación de las `esencias´ del comportamiento humano. Otorgar sentido al acto del habitar quiere decir, entonces , transformar la naturaleza de los espacios urbanizados del hombre en receptáculo de cualidades peculiares. En 1951 escribe Heidegger: “No todos los edificios son también habitaciones. Puentes y hangares, estadios y centrales térmicas, diques y mercados cubiertos son edificios, pero no habitaciones…La forma en que tú eres y yo soy, la forma en que los hombres somos sobre la tierra, es el `wohnen´, el habitar. Ser hombre significa estar sobre la tierra, como criatura mortal, significa: habitar…Pero sobre la tierra significa ya bajo el cielo. Ambos significan cohabitar frente a los dioses e incluye un `pertenecer a la comunidad de los hombres´…Esta sencillez esencial la llamada la cuadruplicidad. Los mortales `son´ en la cuadruplicidad `habitando´”.

En la arquitectura se privilegiará –además de una atención más concentrada en la pluralidad de los atributos humanos- cuanto no esté estrictamente marcado por la práctica de la construcción o por la estrechez de una satisfacción puramente funcional. Estos esfuerzos de una conceptualización de los elementos arquitectónicos se intentaron sublimar, mediante la suplencia de otras disciplinas (antropología, sociología, economía política, urbanismo…), la tradicionalmente ensimismada actividad proyectual.

Recomponer la unidad perdida, reestablecer un integridad humana apta para sublimar el materialismo tecnicista dominante, comporta una radical revalorización del acto proyectual; este, por tanto se enriquecerá de referencias poéticas y cognoscitivas que servirán para determinar su legitimidad en unos tiempos ansiosos de una catarsis regeneradora.

La vivienda deberá caracterizarse por unos valores no cuantificables, hasta oníricos, constituyéndose como una realidad compleja que supera los límites de una visión simplemente tipológica, compositiva o lingüística. El filósofo francés G. Bachelard, en su libro “La Poética del espacio” de 1957, tratará este tema en busca de una identidad del espacio habitado capaz de introducir valores y atmósferas que los tiempos modernos están cancelando irremediablemente.

Respecto a lo anterior podría existir alguna conexión con lo que escribía J.A. Coderch: “ Ud., ¿ha pensado alguna vez que los hombres han perdido las raíces en sus casas desde que viven en pisos? ¿Y ha pensado alguna vez que durante la vida de un hombre se cambia dos o tres veces de piso, y los hijos no recuerdan el cuarto de estar, no recuerdan nada?”.

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.- Modernidad y tradición en España:

Si en el panorama europeo general las discusiones disciplinares se movían en la órbita de un replanteamiento de los dogmas funcionalistas, abriéndose hacia intercambios prolíferos con las ramas del saber, sin perder de vista la voluntad de trazar un camino moderno y comprometido para la arquitectura, en España, entre los años cuarenta y cincuenta, la situación era verdaderamente diferente.

En los años precedentes la arquitectura no fue capaz de encontrar otra salida que no fuera la de la “reconstrucción gloriosa”, con las honrosas salvedades ya señaladas. El aislamiento de España y, en gran medida, la Segunda Guerra Mundial ayudaron a lo anterior. A través de las revistas ante este tipo de arquitectura que, por impuesta y anacrónica, nada tiene que ver con lo que acontece fuera de nuestras fronteras y, lo que resulta más doloroso, tampoco refleja un carácter propio.

[“Copiar el arte popular o clásico español conduce al folklore o a la española”]

Carlos de Miguel fue una de las figuras propiciatorias del cambio: desde la dirección de la Revista Nacional de Arquitectura y el Boletín convocaba las Sesiones de Crítica de Arquitectura, unas reuniones donde se presentaron a debate numerosos temas de actualidad arquitectónica española y extranjera, durante toda la década de los cincuenta. Se plantea un nuevo concepto de crítica; dando lugar a una discusión real en el tiempo y el espacio. A través de ambas revistas se comienza a apostar por una arquitectura española en la que una serie de arquitectos jóvenes ( Cabrero y Aburto, Coderch y Valls, Moreno Barberá, Fisac, Sota, Sostres, Sénz de Oiza, Corrales y Molezún, entre otros), adquieren un papel protagonista tanto en la redacción de los proyectos como en la crítica y el debate arquitectónico.

Miguel Fisac en la Revista Nacional de Arquitectura del mes de junio de 1948 escribe su conocido artículo “Lo clásico y lo español”. En él dicta sentencia contra la arquitectura que se está produciendo: “ …también es cierto -no diremos que innegable, porque algunos no querrán reconocerlo- que el camino por el que hoy marcha nuestra arquitectura no va a ninguna parte”. Fisac aboga por la adopción de “un funcionalismo de verdad, honrado, en perfecta armonía con los materiales de que podamos disponer y sin teatralidad”. Una búsqueda del estilo idóneo, el respeto y la asimilación de lo autóctono: ”La nueva arquitectura que debemos crear no es algo quimérico sin correspondencia tangible con la realidad”.

fotoEn 1949, unas conferencias organizadas por el Colegio de Arquitectos de Cataluña y Baleares coincidentes con la reunión de la V Asamblea General de Arquitectos que se desarrolló sucesivamente en Barcelona, Palma de Mallorca y Valencia fueron el comienzo de la necesaria recuperación de la cultura vanguardista española en su sentido más general. “Tendencias actuales de la Arquitectura”, es uno de los temas propuestos a debate. Vuelve Fisac en un nuevo artículo “Estética de Arquitectura”, presentado como ponencia a esta asamblea, en el que achaca la falta de “verdadera verdad” en la producción española a la falta de sencillez y anima a sus compañeros a dejar de lado los pastiches y buscar en los orígenes de la verdadera historia: “Copiar el arte popular o clásico español conduce al folklore o a la española. Extraer su esencia, saber sacar esos ingredientes de verdad, de modestia, de alegría, de belleza que tiene, sería encontrar el camino de una nueva Arquitectura y, en general, de un arte nuevo”. Fue en ésta, la V Asamblea Nacional de Arquitectura, en donde Ponti y Sartoris darán el espaldarazo a José Antonio Coderch, con la casa Garriga-Nogués, aunque Coderch y Valls superaron ampliamente esta modesta cota. Pasó Coderch durante largo tiempo, muchas veces merecidamente, el primer lugar español en el ranking.

A principios de los años cincuenta, la pregunta ¿Modernidad o tradición?, tantas veces formulada en los años precedentes, ha cambiado de sentido. Ya no se trata de elegir entre una u otra postura, sino de intentar aunar ambas, expresando con un lenguaje contemporáneo la verdadera esencia de nuestra arquitectura. La búsqueda de una arquitectura, moderna y nacional, que sea creación de contemporaneidad será uno de los objetivos.

Las Sesiones de Crítica de Arquitectura se podrían remontar a unas reuniones madrileñas anteriores a la Guerra Civil en las que, bajo la dirección de Pedro Bigador, un grupo de arquitectos discutía sobre temas urbanísticos. La sesión más famosa es, probablemente, la que se produjo en los días 14 y 15 de octubre de 1952 en el recinto del palacio árabe de La Alhambra para discutir las relaciones de este edificio con la arquitectura española contemporánea. La reunión tuvo como resultado el “Manifiesto de la Alhambra”, redactado por Chueca a partir de las ideas que allí se expusieron. La difusión de ese manifiesto fue enorme y la sesión de crítica granadina apareció en la mayoría de revistas de la época.

Esta iniciativa junto con el Grupo R, fundado en Barcelona en 1951, están promocionadas por arquitectos con ganas de liberar la disciplina de todo anacronismo. El manifiesto, no obstante, es una declaración casi simétricamente opuesta al fenómeno barcelonés y será de todas formas mucho más programático y rico en propuestas que el episodio catalán. Se puede sostener que el Grupo R constituirá sobre todo la tentativa por parte de algunos profesionales comprometidos de anclar en la historia contemporánea europea las intenciones de modernización de la arquitectura catalana de los años cincuenta.

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.- La labor científica en España como precursora de la modernidad española de la década de los 50:

Moderna o racional eran los términos que utilizaban los precursores de la Modernidad para denominar a su arquitectura, y ello porque debía responder a la más radical actualidad de principios del siglo XX. En el primer congreso CIAM celebrado en 1929 se puso de manifiesto la necesidad de hacer partícipe a la arquitectura de la actualidad científica que estaba transformando el mundo y generando una nueva forma de vida.

Dar muerte a la artesanía y producir una Nueva Arquitectura susceptible de ser modulada, estandarizada y prefabricada se había convenido como necesaria desde su proceso proyectual, cálculo, producción y puesta en obra. Si la industria no abandonaba su artesanal sistema de producción, el esfuerzo por encontrar nuevos sistemas para proyectar una arquitectura susceptible de ser prefabricada sería inútil. Desde el camino de la experimentación sería posible cambiar los sistemas de producción. Cada país necesitaba actualizar sus cadenas de producción, pero antes era necesario determinar qué y cómo se debía fabricar para poner en el mercado una suficiente variedad de elementos prefabricados y técnicas de puesta en obra a disposición del arquitecto para generar lo que Le Corbusier denominaría `caja de elementos´. Sería necesario iniciar el camino de la racionalización y para ello se debía investigar científicamente. En un país deprimido y devastado por una Guerra Civil cada autor llegaría hasta donde le fuese posible en esa búsqueda de la `caja de elementos´.

[La arquitectura debe ser un producto de la libertad y como tal la industrialización de su propio proceso de producción no debe coartarla]

Para completar la historia de nuestra modernidad se debe entender que la labor científica –una de las razones de ser de la modernidad- realizada en España desde que nació ese nuevo modelo de pensamiento, proclamado y defendido en el primer congreso del CIAM, fue uno de los logros alcanzados, donde el Instituto Eduardo Torroja tuvo un papel primordial.

La revista “Hormigón y Acero” y el recién creado Instituto de la Construcción bajo la dirección de Eduardo Torroja, empezaron pronto a saltar las fronteras de nuestro país para ser conocidos en otros por sus actividades. El propio Eduardo Torroja, no sólo participaba en los proyectos y en la construcción de muchas obras emblemáticas de la ortodoxia del racionalismo sino que vivió en una de ellas Parque-Residencia, obra de Rafael Bergamín y Blanco Soler. Posteriormente se realizaría la Colonia del Viso(1933-1936).

fotoLa Guerra Civil paralizó momentáneamente la labor del Instituto que retomó la actividad a partir de entonces con apoyo estatal. En la década de los 40 se produce un tiempo de silencio frente a la Modernidad casi inexistente en España, sin embargo se desarrolla una importante labor científica que traza el camino para que, en la década de los 50, resurja una arquitectura moderna que responda a una de las asignaturas pendientes como la producción en serie de viviendas.

Existe el convencimiento que la arquitectura debe ser un producto de la libertad y como tal la industrialización de su propio proceso de producción no debe coartarla. La necesaria Coordinación Dimensional debe convertirse en normas referentes a la coordinación modular de elementos constructivos y estructurales. Moya en 1947 ya planteó la necesidad de `regularizar medidas´, analizando la relación entre Vitrubio y Zeysing, y La Corbusier elabora El Modulor, publicado en 1948, en el que definitivamente se unifican las diferencias que separan a los países del sistema métrico de los del pié y la pulgada. Luego El Modulor fue adaptado por Sert para las normativas americanas, construyendo él varios grupos de viviendas, como las de Venezuela o Colombia.

En los tipos estructurales se experimentaron diversos tipos: Oíza, Fosac y Cassinello plantean el arriostramiento transversal del armazón murario en el interior de las viviendas, liberando a la fachada de su función portantemientras que Cubillo y Romay mantienen en gran parte tramos de fachada estructural; en bloques Álvarez Castelao utiliza placas nervadas de hormigón, pilares y módulos de fachada; Cárdenas y Cabrera utilizan elementos prefabricados de hormigón armado para los muros portantes. En 1956 Eduardo Torroja publica su libro “Razón y Ser de los tipos estructurales”, que se convierte en obligada referencia en la discusión filosófica del tipo estructural, representado un importante legado de la modernidad científico técnica.

En fachadas se utilizaron también muy diferentes acabados: Cassinello utiliza la primera patente de Miguel Fisac, desarrollada en 1951, el ladrillo aligerado tipo cega que utilizó en el Instituto Cajal de Microbiología de la calle Velásquez; o las placas de fibrocemento sobre ladrillo hueco de la propuesta de Romay. En cubiertas cabe señalar la propuesta de Oíza con un acertado intento de reproducir una cubierta plana aplicando directamente sobre el hormigón una capa asfáltica y encima un relleno de gravilla.

La importancia en la obligada industrialización y progreso no se centra en elementos ni sistemas, sino en una determinada línea de pensamiento y evolución.

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.- “Los primeros disidentes”:

Acerca de la primera oleada de las generaciones de posguerra Carlos Flores nos dice: ”De 1941 a 1944 salen de las Escuelas de Arquitectura: Cabrero (nace 1912), Valls (1912), Aburto (1913), Coderch (1913), Fisac (1913), De la Sota (1913), Moragas (1913), Fernández del Amo (1914), Sostres (1915), entre otros. Estos arquitectos, que representan al primer frente rebeldía de la posguerra ante la postura infecunda adoptada por la mayoría de los compañeros de más edad, han nacido entre 1912 y 1915. En el año en que se funda el GATEPAC, 1930, su edad oscila entre los quince y los dieciocho años y al comienzo de la guerra cuentan de veintiuno a veinticuatro”. En esa primera lista faltaría Eugenio Aguinaga, primo y continuador de José Manuel Aizpurúa, que se podría encuadrar en la generación del 36, la de la disidencia.

La carencia de materiales, hierro, etc… fue determinante en algunas de soluciones de la posguerra; Asís Cabrero estuvo determinado por el uso exclusivo de técnicas del ladrillo con grandes prismas o cubos que caracterizan su obra. Colaboró con Rafael Aburto que tenía un espíritu más surrealista, ambos excelentes pintores.

[“La cosa más hermosa que un hombre pueda sentir es el lado misterioso de la vida. En él está la cuna del Arte y de la Ciencia verdadera”]

En esta relación, junto a los nombres de la primera generación de posguerra, ya aparecen nombres de arquitectos jóvenes. Hombres que salieron en fecha reciente de las aulas y cuya formación incluye ya una idea más completa sobre la arquitectura que se hace en el mundo y el papel que juega España en relación con ella. Bohigas, Carvajal, Corrales, Correa, Cubillo, García de Paredes, La Hoz, Martorell, Milá, Molezún, Ortiz Echagüe, Romany, Sánez de Oíza, Sierra,etc… se encuentran entre los arquitectos más representativos de la década 1946-1956, todos los cuales van a constituir la segunda generación de posguerra, generación perfectamente diferenciada de la anterior, con sus características propias. Tras de éstos vendrá lo que se considerará la tercera y última generación hasta el presente, constituida por arquitectos que apenas rebasan la treintena y entre los cuales existe ya quien tiene obra importante realizada.

Esta segunda generación de posguerra consolida el avance iniciado por la primera y se caracteriza por nuevos rasgos e inquietudes: se inicia con ella una generalización del trabajo en equipo, práctica que hasta en momento no había tenido lugar en España más que de modo excepcional y esporádico. Tal son los casos de Bergamín y Blanco Soler, Arniches y Domínguez, Sert y Torrés Clavé, Aizpurúa y Labayen, como ya se ha comentado en apartados anteriores.

Habría que nombrar a Jorge Oteiza, que se marchó de España en 1935 y vuelve el 46 ó el 47, a remover profundamente el panorama con más conocimientos que los que se generaban en España. Se coloca en primera fila con Sáenz de Oíza y Laorga en Aranzazu, con Mariano Garrigues en el Instituto de la Ciudad Universitaria, con Fisac en la Iglesia de Valladolid. También reseñar a Chillida, que deja sus estudios de arquitectura y comienza en París su andadura en solitario. Tuvo relación con Molezún en Italia, en Aranzazu con Sáenz de Oíza y Laorga…

fotoProbablemente el primer edificio moderno, tras la guerra, es el Sanatorio de Santa María en Bilbao (1942-43) de Eugenio Aguinaga. Este sanatorio es uno de los escasos edificios públicos españoles de la posguerra que enlaza con la tradición de la arquitectura moderna. Es obligado también nombrar las primeras experiencias orgánico-expresionistas de Fisac, recuerden las cavidades murales de Daimiel, y la Casa Ugalde de Coderch y Manuel Valls con esa fantástica planta ante el mar.

Quisiera hacer una referencia especial a José Antonio Coderch. Miembro del llamado Team Ten, fue un arquitecto de extraordinario talento y mejor persona. Frente a Oíza, De la Sota, Aburto, Molezún… que son arquitectos mucho más inmediatos en sus objetivos gráficos, aparece Coderch con una arquitectura distante, hermética, extraordinariamente autónomo en su trayectoria y libre de la esclavitud de no defraudar “ a la afición”. Su camino es siempre el mismo, el que conoce, configurando su propio proceso creador unitario. Parece que llegó a conocer bien a Frank Lloyd Wright, quien le recomendó a un cliente para que le hiciera su vivienda aquí en España. Es el arquitecto de la década de mayor talla nacional y el mejor representante que encuentra una personal forma de expresar que está realmente arraigada la tradición viva de su país. José Antonio Coderch es natural, sencilla y genuinamente mediterráneo. Los grandes nombres de la primera generación, Cabrero, Aburto, Fisac y Sota, quizás no han asumido un papel correspondiente al de Coderch en Barcelona.

Todo gran creador tiene un trasfondo, más o menos oculto, de una gran dureza interior. En los hombres de la primera generación, esta cualidad ha sido extraordinariamente aparente. Coderch lo era, representando la temprana alternativa anti-idealista, anti-neoclásica. De distinta forma lo fue Alejandro de la Sota, el más intransigente de los creadores de posguerra. Cabrero, Sota, el primer Fisac, en clave monumental si se quiere, se identificaban predominadamente con las estructuras de la razón. Como contraposición a la “forma racional”, Coderch percibe el valor de la “forma orgánica”, que se identifica con el ser, los impulsos del devenir. La poética de Coderch restituye deliberadamente la obra dentro de un panorama cotidiano y desmitificado, resolviendo cualquier afán de trascendencia por medios concretos, finitos, racionales. Atendía a los niveles “físicos” de actuación, con decidida voluntad de configuración atendiendo con mucha más intensidad al resultado concreto que a las ideas subyacentes. Debemos recordar en su discurso de entrada a la Academia de Bellas Artes, “Espiritualidad de la Arquitectura”, la frase de Eisntein que preside su despacho: “La cosa más hermosa que un hombre pueda sentir es el lado misterioso de la vida. En él está la cuna del Arte y de la Ciencia verdadera”, con la que termina y empieza el mismo.

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El conjunto de la obra de Miguel Fisac es variado y rico, representando una de las grandes figuras de esta primera generación. Desde un punto de vista operativo, el más importante, sin duda y su momento. Está en el discurso arquitectónico de los últimos treinta años, a través de su compleja y dilatada gestión profesional. En sus primeros años ya acusa Fisac un temperamento trascendido en torno a la debacle del momento que le tocó vivir. Su obra del Instituto de Óptica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas es coetánea con el Ministerio del Aire de Gutiérrez Soto, posteriormente estallará en el colofón de este dramático período el edificio de Sindicatos. Fisac, no es un arquitecto sutil, refinado, sino un diseñador violento, unilateral, seguro, de ideas claras y precisas. Gunnard Asplund y la arquitectura japonesa serán dos influencias notables en su trayectoria.

La indagación tenaz de los primeros veinte años de gestión en pos de la seguridad, una referencia, un canon operativo; años de prueba, espléndida, tumultuosa y dramática; el testimonio de un rescate cultural que nos deja a las puertas del gámbito brutalista y metodológico con que Fisac definirá la trayectoria de los últimos diez años. Define Fisac la arquitectura como un “trozo de aire humanizado”. La técnica estructural y hasta estética no son más que medios para conseguir esa humanización del espacio y que responde a la concepción que hace muchos siglos nos dio Lao-Tsé de arquitectura.

Sobre Alejandro de la Sota quisiera también expresar su papel histórico trascendental. Uno de los grandes cierres de este confuso período. Siempre fiel a sí mismo, manteniendo sin apenas concesiones esa experiencia de nueva vanguardia que reconduce el romanticismo de los primeros cuarenta, de la primera generación del 36, hacia una situación acorde ya con la nueva época. Sota desvía totalmente la trayectoria, casi con un carácter inevitable, hacia terrenos nuevos. Es un arquitecto “de arquitectos”. Sota ha sido un arquitecto de maduración lenta y complicada. Su aparente suavidad resulta absolutamente engañosa. Hay en él un núcleo, oculto, de extraordinaria dureza, de voz autoritaria lentamente madurada, progresivamente esclarecida y consciente de sí misma, desinteresada. El Gimnasio Maravillas, del que se ha hablado con anterioridad, y el Colegio Mayor César Carlos son ejemplos de su enorme talento arquitectónico y de la multiplicidad de lecturas que se pueden extraer de las mismas.

[Todo gran creador tiene un trasfondo, más o menos oculto, de una gran dureza interior]

Un fenómeno significativo de estos años cuarenta-cincuenta, es que precisamente los arquitectos españoles exiliados que trabajan fuera de España, son los que adoptan de una forma generalizada el lenguaje corbusieriano. Tal es el caso de José Luis Sert en Estados Unidos, Antonio Bonet en Uruguay y Argentina, y el de Félix Candela en Méjico.

Una posible excepción de lo anterior sería el caso de Jose María Sostres, algunos de sus proyectos de los primeros años 50 enlazan directamente con el lenguaje de Le Corbusier de la primera época. La Casa Agustí en Sitges y los apartamentos de Torredembarra (1953 y 54), son prueba de ello. Hombre de calidad extraordinaria y enigmática, Sostres es relativamente un desconocido, pocas y pequeñas obras y cierta marginación en la Escuela. Publicó un número importante de libros, en los años 50 y 60, sobre arquitectura. La personalidad de Sostres puede tener una enorme importancia en la caracterización de estos años cincuenta-sesenta, fundamentales en la arquitectura española del pasado siglo XX.

La salida de la modernidad en Europa se buscó, a partir de los años cuarenta, por dos vías: la de la historia, promovida por los italianos, y la de la tecnología, promovida por los ingleses. Los americanos, por su parte, añadirían después la inclusión de un simbolismo directo en los edificios. La ruptura de la arquitectura moderna con respecto a la arquitectura anterior tiene su origen, en lo que se refiere a España según Fernando Chueca, en la ”quiebra de los valores” en la catástrofe de 1898.

Ningún movimiento de auténtica renovación se dio en España antes de la guerra. Ni la generación del 25, ni la generación del GATEPAC, ni la arquitectura de ladrillo de los años veinte, ni el Decó, fueron movimientos auténticamente renovadores. Aparte del talento profesional de los arquitectos que comienzan a trabajar en la década de los cincuenta, este nuevo aire renovador en la arquitectura española se debió sin duda a las revistas, que jugaron el decisivo papel que antes no desempeñaron los críticos. Toda la historiografía de la arquitectura moderna, de Behrendt a van der Velde, de Argan y Pevsner al propio Le Corbusier, De Gropius a Molí-Nagy,etc… llegó a España a través de editoriales argentinas a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta.

Más interesante , como línea de ruptura, es el cambio lo que se produce a finales de los años 50. Venía preparándose con los premios internacionales de Coderch, Molezún, Fisac, Carvajal, etc… para culminar con el Pabellón de los Hexágonos de Corrales y Molezún en Bruselas en 1958. En ese momento la arquitectura española es ya “otra cosa”.