Sonaba una canción en los años 50, cuyo título es lo de menos, que poco más o menos, decía:… y el tiempo corre que es un primor y mientras tanto pasa el amor…
Sobre esta lucha constante y diaria que mantenemos contra los ladrones del tiempo, cada uno de nosotros tiene un punto de vista distinto. Algunos viven como si fuesen a ser eternos, se proyectan objetivos para dentro de treinta o cuarenta años, eso que llamamos futuro – y no me refiero sólo a las consabidas hipotecas, eso es el futuro de las constructoras y de los bancos -. Queremos pensar que nunca es tarde para cambiar de hábitos, para hacer aquello que tanto hemos deseado, para detenernos a pensar en nosotros mismos… y el tiempo corre que es un primor.
Nos prometemos que un día trataremos de entablar conversación que aquella persona con la que nos hemos cruzado miles de veces y que ha despertado nuestro interés o nuestra simpatía. ¿Será cómo imagino? ¿Cómo piensa? ¿Cuáles son sus anhelos? Averígüelo. Aplazamos de nuevo esa visita a la madre o al padre que se viene demorando con la excusa de nuestras ocupaciones, retrasamos la llamada a esa amiga que vive lejos o la reconciliación con el primo con el que nos discutimos la última Navidad… y mientras tanto pasa el amor.
Algunos viven como si fuesen a ser eternos, se proyectan objetivos para dentro de treinta o cuarenta años
¿Y que pasa con aquel viaje a la Patagonia, que deseamos desde niños? ¿A que esperamos para escribir aquel poema que nos ronda por la cabeza y nos encoge el corazón? El pasado es sólo experiencia, el futuro no existe, sólo hay presente; presente continuado.
{salto de pagina}
Les cuento una anécdota. A mediados de los años 60 trabajaba en un hotel de lujo de las Ramblas de Barcelona. La dirección aprovechaba mi interés y ambición profesional, y la incondicionalidad de mi juventud, para convertirme en el “hombre orquesta”. A los 20 años era jefe de Reservas, Relaciones Públicas y un largo etc., de responsabilidades del Hotel Manila. Un día, me dieron una ZEISS IKON para que inmortalizara el paso de los clientes famosos por el hotel. Armado con la cámara y con un cuadernillo de rayas, fotografiaba y hacia una pequeña entrevista a los huéspedes de cierta notoriedad; en ocasiones, terminaba pidiéndoles que firmasen en el libro de oro del establecimiento. Eso me permitió conocer personalmente a un buen número de personajes famosos de la época.
Uno de los que más me impacto fue el genial Salvador Dalí. En mi doble condición de “entrevistador” y jefe de Reservas, tuve ocasión de hablar con él varias veces. El de Figueres me trataba con una consideración exquisita, muy lejos del trato soberbio y afectado con que se dirigía a los demás. Siempre quería que le atendiera yo y recuerdo que siempre me hablaba en catalán, cosa nada habitual con otras gentes. A mí me llenaban de orgullo aquellas deferencias que no habían pasado inadvertidas para mis compañeros.
Por eso, la importancia de amar y vivir en presente, porque nadie sabe que nos deparará el ¿mañana?
Durante una de las visitas del genio de Cadaqués, el director del establecimiento, conocedor de mi “amistad” con el artista, me rogó que le solicitase un dibujo para el libro de oro. Así lo hice y don Salvador dibujó un magnífico Quijote. En ello estaba cuando el director desde su despacho me pidió para él otro dibujo. Tengamos en cuenta que al pintor no le gustaba nada que abusaran y que era muy capaz de montar un zipi zape por menos de nada. Yo hacía tiempo que barajaba la posibilidad de hacerle la misma petición; sin embargo, valoré que la confianza de don Salvador en mí se basaba en que me veía como un amigo y no como otro cazador de autógrafos, que me constaba, no despertaban en él ninguna simpatía. Por tanto, había optado por esperar su ofrecimiento que supuse que tarde o temprano llegaría. No obstante y como no era para mí, traslade la petición de mi jefe.
- ¿Tienes interés en quedar bien?, me dijo, acariciándose la engomada punta de sus bigotes – antena.
- Sí, respondí tímidamente
- Bien, por el mismo precio le dibujaré también el caballo.
De su trazo aparentemente fácil e indiscutiblemente genial, surgió la figura de don Quijote a lomos de su inseparable Rocinante. Yo le sonreí agradecido y me prometí mentalmente, pedirle, en su siguiente visita, un dibujo para mí. Fue la última vez que vi a Salvador Dalí.
No dejen para mañana lo que puedan escribir hoy
Hoy, ante el espacio vacío de la pared, donde debería colgar la ilustración de mi viejo amigo, me consuelo sabiendo que otros tienen sus obras, pero yo gocé de su amistad. Sin embargo, pienso en la ocasión perdida; no como la posesión de un dibujo daliniano, sí como la carencia intuitiva de no haber imaginado que, a veces, no hay otra oportunidad. Por eso, la importancia de amar y vivir en presente, porque nadie sabe que nos deparará el ¿mañana? Carpe diem, decía Horacio. Vivan el momento, les sugiero yo a ustedes. No esperen que sea sólo el tiempo quien les de las soluciones, pongan mucho de su parte. El reloj de la vida es caprichoso y, a veces, corre más que Alonso.
Permitan que les hablen esos desconocidos a quien hace años conocen, no consientan que pase el amor sin disfrutarlo; no dejen para mañana lo que puedan escribir hoy; vayan a ver a Serrat y a Sabina antes que acaben su gira. Yo, por de pronto, voy a decirle algo bonito a la mujer del vestido rojo. Ya les contaré que pasa…