MOVILIDAD VERSUS BARRERAS ARQUITECTÓNICAS

Es creciente en nuestro país el interés por la supresión de las barreras arquitectónicas y urbanísticas para facilitar el movimiento a aquellas personas que pertenecen a colectivos con movilidad reducida. No hay que olvidar que la movilidad es parte constitutiva del hombre en su condición primigenia de nómada. En este artículo se pretende aportar una somera visión sobre el tema de la accesibilidad en el espacio urbano y en los edificios, con el único fin de despertar en el lector inquietud intelectual respecto al tema y convertirla en pro-activa de acciones tendentes a mejorarla.

Existe alrededor de un tercio de la población, que por sus discapacidades temporales o definitivas o por su edad, necesitan diseños que contemplen la eliminación total de estas barreras. No sólo su supresión sino también facilitar su movilidad para ganar en calidad de vida urbana. Aunque es más que probable que tengamos alguien cercano con problemas de movilidad, quisiera recordar ahora a aquel amigo accidentado (gran conocedor del mundo del automóvil y siempre tan lleno de vida) que visité en el hospital de tetrapléjicos de Toledo, debemos asumir que el problema de la accesibilidad no es un problema individual sino de la colectividad en su conjunto, y éste debe afrontarse desde una óptica holística. Hay que conseguir que la sociedad perciba que una adecuada accesibilidad en los entornos habitados no es tema exclusivo de arquitectos urbanistas sino que su consecución es fruto de una conciencia colectiva que la asuma como algo cultural, como la del hombre paseante que se transforma en ciudadano.

LA ACCESIBILIDAD EN EL ESPACIO URBANO Y EN LA EDILICIA

Se entiende por accesibilidad una característica del urbanismo, la edificación, el transporte o los medios de comunicación que permite a cualquier persona su utilización y la máxima autonomía personal. En el otro lado tenemos las barreras arquitectónicas, expresión que aparece por primera vez en 1946 dentro de un programa de rehabilitación en los Estados Unidos, como obstáculos o impedimentos físicos que limitan o impiden la libertad de movimientos.

El inicio de una normalización seria en los temas de accesibilidad se produce en el Primer Congreso Internacional para la supresión de barreras arquitectónicas, celebrado en junio de 1963 en Stressa (Suiza), donde se trata con rigor el tema de la implantación de medidas en los nuevos edificios tendentes a eliminar cualquier barrera a los minusválidos. En el año siguiente fue las Naciones Unidas que convocó a un grupo de expertos que redactaron una serie de recomendaciones para eliminarlas. No fue hasta 1981 cuando se empieza a hablar de barreras urbanísticas en las mismas Naciones Unidas durante el “Año del Minusválido”. En España se celebraron en Madrid en 1988 unas “Jornadas sin barreras para todos” organizadas por el Instituto Nacional de Servicios Sociales creando una plataforma de trabajo para abrir nuevas vías de solución a la mejora de la accesibilidad.

Los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Barcelona 1992 incorporaron nuevos conceptos en lo que se refiere a accesibilidad en planificación urbana, en edilicia, y en comunicación y señalización, de modo que se establecieron algunos objetivos que resumo en lo siguiente: una serie de normas mínimas para asegurar la accesibilidad y la supresión de barreras arquitectónicas en las ciudades sede de los juegos; la concepción de criterios de diseño para la normalización de las soluciones adoptadas en las instalaciones deportivas y sus entornos urbanos; el estudio de los condicionantes y las soluciones posibles para favorecer la movilidad de los discapacitados orientada a fortalecer su autoestima y autonomía personal; y por último, la creación de una normativa genérica sobre promoción de la accesibilidad y supresión de barreras para los ciudadanos de cualquier país.

Como se aprecia, en España existe desde hace tiempo concienciación suficiente de que cualquier obra nueva, en urbanización o edificación, debe de asumir la eliminación de barreras, otra cosa es la realidad física de su materialización que todavía dista de lo deseable. Existe además un importante volumen de obra antigua sobre la que hay que actuar reformando para el disfrute de todos. La rehabilitación de los inmuebles genera siempre una oportunidad para eliminar barreras. Las instituciones, en mayor o menor medida según comunidades, subvencionan parte de los trabajos de acondicionamiento, reforma o adaptación en viviendas individuales que soliciten la supresión de barreras arquitectónicas.

En vivienda me gusta referirme al ejemplo de Charles Moore y su proyecto de casa para un cliente ciego como el de un arquitecto sensible con los temas de movilidad. Afronta este difícil encargo de la mejor manera posible que no puede ser sino colaborando con el propio cliente, de modo que es el usuario quién orienta y alienta, y el arquitecto diseña la casa con elementos que resultan de la combinación de lo práctico y seguro para proporcionar placer al futuro propietario. Una vivienda que no es producto de referencias visuales, sino un mundo lleno de texturas, de bordes redondos, de aire en movimiento…

La sensibilidad en el diseño no se contrapone con la aspereza de lo legislativo, más al contrario lo complementa. En este ámbito se han realizado muchos avances en la normalización del diseño de soluciones que faciliten la movilidad, existen códigos de accesibilidad y leyes de promoción de la accesibilidad y supresión de barreras arquitectónicas. La redacción y su obligado cumplimiento en los nuevos proyectos depende de la administración autonómica de las Comunidades, pues éstas tienen transferidas las competencias en materia de urbanismo. Estas soluciones abarcan tanto el ámbito urbano como el de los edificios y contemplan la reserva de viviendas de protección oficial destinada a personas con minusvalía. En la nueva Ley de Propiedad Horizontal se ha facilitado el quórum necesario para la aprobación de ciertas mejoras, como instalar un ascensor en una comunidad…, sin necesidad de la aprobación unánime que se exigía en la ley anterior.

{salto de pagina}

LA NECESIDAD DE PENSAR UNA CIUDAD PARA TODOS

Una planificación racional de las ciudades y de los espacios es un aspecto indispensable para la mejora de la calidad de vida y la integración de aquellos colectivos con discapacidades. Una adecuada configuración de los espacios urbanos es requisito básico para proyectar una ciudad accesible. Las ciudades con diseños lineales, como es fácil apreciar, son mucho más accesibles para las personas ciegas. Los referentes se localizan con mayor facilidad y mejora la orientación.

El crecimiento anárquico de la ciudad aumenta notablemente el grado de dificultad para su accesibilidad. Pero la ciudad es fruto de muchos condicionantes, que son certeramente los que al final la hacen única, que impiden soluciones de trazado ortogonal; tal es el caso de la topografía, la necesidad defensiva en épocas de beligerancia más rupestre, la ciudad asentada al borde de lechos fluviales, y un largo etcétera. Entre los trazados de la ciudad del ágora griega, o de la floreciente Mileto, o la del “cardus” y “decumanus” romano, o más recientemente la isla de Manhattan en New York y nuestra ciudad de Toledo es fácil adivinar la diferencia. La ciudad “archipiélago” que subyace en las conferencias del CIAM del movimiento moderno del pasado siglo propugnaban con entusiasmo la zonificación en las ciudades; ciudades dormitorio y centros terciarios sólo para el trabajo, es la época del desarrollo del vehículo individual como paradigma de la modernidad. ¿Qué le ocurre a nuestra ciudad?; ¿Está a la medida del hombre, o bien al contrario el hombre tendrá que hacerse a la medida de ésta?. Ahí entra la necesidad de formular recomendaciones genéricas para lo nuevo y estudiar soluciones, caso por caso, que permitan la movilidad de todos los colectivos por la ciudad heredada, con la premisa del respeto que merecen las particularidades que han gestado lo antiguo.

Las políticas estructurantes del mapa urbano deben incorporar a los usuarios con una participación activa en aquellos proyectos que se refieren a accesibilidad, de manera que incorporen sugerencias en lo que se refiere a ergonomía y biomecánica. Existen diversos centros que colaboran con sus análisis para la adecuada concepción del entorno urbano. Los arquitectos deberíamos leer con más frecuencia sus recomendaciones, lectura que seguramente evitaría errores en el momento de pensar la ciudad. Me vienen a la memoria instituciones como el Centro Estatal de Autonomía Personal y Ayudas Técnicas del INSERSO, la Unidad Tiflotécnica de la ONCE, el Laboratorio de Ergonomía y Biomecánica de Mutua Universal y otras, sin el ánimo de ser excluyente, en todas ellas se puede encontrar el espíritu de pluralidad y solidaridad que lleva al diseño de espacios habitables, tanto en lo social como en lo laboral.

Cabe señalar que el desarrollo postrero de la tecnología ha impulsado de una manera clara la adaptabilidad al entorno de las personas con minusvalías, la tecnología aplicada al transporte, a la sociedad red o de la información, a los equipamientos para la producción industrial, a la prestación general de servicios ha contribuido a una adecuada movilidad y de una manera eficaz a la incorporación del colectivo con movilidad reducida al mundo del trabajo, aunque este último extremo tenga todavía un largo recorrido por hacer. Es ya una realidad la incorporación al cuerpo humano de prótesis o aparatos ortopédicos y la nanotecnología pienso que dará muchas sorpresas agradables a aquellos que tengan ciertas limitaciones permanentes.

EL CASO ESPECÍFICO DE LA TERCERA EDAD

Debemos tener presente, de una manera más acusada en occidente, que la esperanza de vida aumenta y con ello la pirámide poblacional se invierte. Ello nos lleva a reflexionar sobre la conveniencia de que nuestro hábitat facilite la integración de este colectivo al que tarde o temprano perteneceremos todos.

Como previa premisa debe rechazarse completamente la creación de “ghettos” en nuestras ciudades para disminuidos invidentes, enfermos, personas de la tercera edad…Lo que se busca es su integración total y absoluta con el resto de la sociedad. Son útiles las recomendaciones, que no enumeraré por ser conocidas y prolijas, que realiza la Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, que recogen toda la problemática de las deficiencias urbanísticas y de vivienda que afectan a estos colectivos.

En cuanto a temas de financiación a fondo perdido, hoy en Madrid las ayudas regionales pueden cubrir hasta un 25% de la reforma individual de la vivienda habitual, con tope para los mayores de 3.100 euros, las municipales van desde el 10% al 90% del coste del proyecto de adaptación en aquellos arreglos consistentes en adaptaciones geriátricas. Obras tales como sustituir una bañera por una ducha, mejorar la accesibilidad para sillas de ruedas o instalar asideros y barandillas.., están contempladas en esas ayudas.

Veamos a continuación un posible modelo sinóptico de la persona mayor. Es un individuo con raíces profundas en su entorno urbano inmediato y muy asentado en su espacio, ello le permite establecer lazos de convivencia con su vecindario y seguramente es el que mejor conoce su entorno.

En general tiene poca capacidad económica porque está fuera del sistema laboral, ello le lleva a habitar los barrios más antiguos de la ciudad, en soledad o con su pareja. El alejamiento del mundo laboral le lleva a necesitar combatir la falta de contactos sociales estrechando y frecuentando las relaciones con otras personas del entorno. Veamos un modelo habitual de nuestra ciudad: avenidas pensadas para los coches sin sitio para el ciudadano-paseante; desaparecidos los antiguos boulevares se descubre una ciudad con aceras estrechas ocupadas por coches aparcados o por pequeños monolitos para evitar su aparcamiento; una ciudad parcelada funcionalmente, que obliga a recorrer grandes distancias para cualquier gestión; una ciudad que marca un ritmo frenético basado en la productividad y rentabilidad económica según se transforman las formas del trabajo en la llamada globalidad.

Se evidencia entre los modelos expuestos una contradicción. Los ciudadanos en general mientras trabajamos no percibimos en toda su magnitud y crudeza las barreras tangibles del entorno urbano hostil que se hace poco accesible, exceptuando como es lógico los colectivos con movilidad reducida. Existen también barreras intangibles producto de una forma de vivir basada en el trabajo para el consumo. Cuando se pasa a formar parte de la llamada tercera edad aparece ante nuestros ojos una nueva realidad: todo se mueve a un ritmo que nada tiene que ver con nosotros. Dejamos de ser parte del sistema o engranaje productivo y aparece el conflicto de forma descarnada. Hay que buscar respuestas, no es tarde y queda camino por recorrer, empecemos pues.