Muchas han sido las menciones en muchos medios de comunicación a mujeres extraordinarias y normales que nos hacen sentir más que orgullosos.

Hoy quiero referirme a una mujer que, como tantas, sufrió humillación solo por serlo y por amar. Para ello he de remontarme hasta agosto de 1944. Fue en plena Guerra Mundial y en una ciudad francesa recién liberada de la ocupación nazi llamada Chartres.

Un joven reportero de guerra de apellido Friedmann, pero que sería conocido por todos con su seudónimo de Robert Capa, captó una de las instantáneas más impactantes de aquella guerra. Capa fotografió a una joven del pueblo llamada Simone rodeada y burlada por sus convecinos. Le habían rapado la cabeza y en sus brazos llevaba a su hijo de pocos meses que dormía tranquilamente mientras su madre era azuzada e insultada por la multitud, especialmente por otras mujeres. Su pecado: haber amado a un soldado alemán.

La Tondue de Chartres –la rapada de Chartres– no fue la única mujer que amó a un ocupante, cientos, tal vez miles de francesas fueron amantes, novias o esposas de ocupantes alemanes. Los machitos de turno, una vez liberado su pueblo o su ciudad, se dedicaron a perseguir a las que habían hecho un hueco en su cama o en su corazón a los boches. No consta en la historia de Francia que se lo hicieran a ninguno de los cientos de los prisioneros franceses en Alemania que se acostaron con las nativas, ni tampoco, a los que lo hicieron durante la ocupación francesa en territorio alemán. Ni uno. En cambio, en la propia Francia, hubo toda clase de venganzas y atropellos por el honor perdido.

Me diréis que así es la guerra. Pero lo que más sorprende de la fotografía de Capa es la expresión y el rostro de las convecinas de Simone, que son las peores en el castigo y las primeras en la humillación. Su impiedad, seguro, es propia de un tiempo y de una guerra; sin embargo, todavía el mayor aliado de los hombres que no aman a las mujeres son las propias mujeres, algunas. Sin su apoyo las cosas serían distintas. Cuando una madre justifica a su hijo solo por serlo, después de asesinar o violentar a una mujer; cuando otra mujer incita a esa violencia por participación u omisión; cuando un grupo de féminas canta el Cara al Sol frente a una manifestación reivindicativa, se da un paso atrás en la igualdad y en la Historia.

La rapada de Chartres, señoras mías, ni fue espía ni fue traidora, solo fue una mujer enamorada, casada en Alemania con aquel soldado, antes de aquellos hechos, y madre de un niño que durante muchos años tuvo que ocultar quién era. Sus verdugos fueron la guerra, la incomprensión, las ganas de vengar muchas cobardías y otras mujeres, “decentes”.