En “Espía del mundo”, que no es ni por asomo la mejor de sus obras, reflexionaba sobre diversas cuestiones en el año 1955; escribía sobre las dos bocas y para ello decía que Túndalo, un filósofo imposibilista, ¡qué curioso!, se miraba a un espejo y se decía que se veía con dos cejas, dos orejas, dos ojos y se preguntaba la razón por la que no tenía dos bocas, la una para morder, vomitar y gritar y, en cambio, la otra para besar, sonreír o cantar y me he dicho que a pesar de que, a simple vista, se aprecia sólo una boca, en realidad, esos personajes del principio los podríamos imaginar con dos bocas, utilizando casi siempre la que miente y la que menosprecia, la que sólo atiende a palabras interesadas, siempre al servicio de la mentira y del interés personal y particular pero no quedaba ahí la cosa sino que en otro apartado, en la mencionada obra, Renouvier, otro filósofo, imaginó que “Dios había creado un mundo perfecto y que los hombres tontos y perversos lo habían reducido a lo que hoy tenemos”. Sin ser creyente y sin tener necesidad de acudir a dioses, el planeta Tierra, el espacio en el que nos movemos, se hizo perfecto y ha sido el hombre, con sus descuidos, intereses y equivocaciones, el que nos ha conducido a un caos, medioambiental, sanitario y económico, que es evidente, ¡cuánta razón tenía!

Papini también decía, y en eso también coincido con él aunque no comparta algunos de sus principios, además le admiro porque encontró en los libros y en las bibliotecas unos aliados que le fascinaban y yo, como bien saben, entre otras cuestines, soy un bibliófilo convencido, que “En todos los grandes hombres de ciencia existe el soplo de la fantasía” y los sueños y las fantasías de otrora son mis realidades de ahora, por tanto, las coincidencias con el escritor italiano, nacido en el año 1881, son muchísimas.

Nos decía, en la mencionada obra, que en todas las grandes ciudades, yo diría que en cualquier lugar del planeta, “viven centenares o millares de seres que se dan la gran vida, día y noche, sin ningún provecho para ellos ni para los demás”. Esos que se podría definir como desaprovechadores del tiempo que “se juntan continuamente pero no se quieren”, aunque ellos sean felices a su manera, y están en su derecho de así hacerlo, y ven al resto como raros. Tema actual en el que se define a parte de una sociedad que cierra los ojos ante los problemas de los otros, preocupándose sólo de su bienestar material y personal.

Hace años escribí un ensayo en el que hablaba de que no había dos seres humanos iguales pues somos únicos e irrepetibles, no sólo con respecto a las huellas dactilares sino que se es único porque cada ser humano es particular en sus hechos y conductas, en su manera de ver las cosas, en sus sentimientos y creencias, siempre hay algo que nos diferencia, y así lo he manifestado, pero al leer lo escrito por Giovanni Papini me reafirmo en ello: “Cada hombre es diverso, distinto de los demás, inefable, único, absolutamente personal. La igualdad humana es una ilusión intelectual engendrada por un anhelo sentimental.”

Tanto es así que, de nuevo, según Papini, “Si un hombre cualquiera supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se hayan escrito”, y aquí me vienen a la mente seres a los que amo que, de manera sorprendente, se erigirían en protagonistas de algunos de los más grandes best seller y no exagero al comentarlo porque serían ejemplos significativos de resiliencia, de asombro a los ojos de los demás.

En esta ocasión me he imaginado, sentados y tomándonos unas naranjadas con unos bocadillos de pechuga de pollo y queso italiano, durante una fría mañana, en la calle Mayor de Triana, aquí en mi isla de Gran Canaria, en un diálogo pendiente, un encuentro deseado con Giovanni Papini, reflexionando sobre cuestiones que están hoy a la orden del día; también hablamos de algunas de sus obras: “Gog”, “El libro negro”, “Un hombre acabado”, “Las locuras del poeta” o “El crepúsculo de los filósofos”, le he sentido respirar, emocionarse, mirándonos a los ojos, tras los cristales de unas gafas, preocupados por lo que sucede en estos momentos, llamándome muchísimo la atención su profunda mirada, dirigida al interior que no es visible, y su pelo al viento, ensortijado, como el que me recuerdo de rebelde veinteañero, intentando explicarme como se puede pasar de ser escéptico y ateo a creyente católico y yo, por mi propia experiencia, diciéndole que hasta lo más inimaginable es posible.

 

Juan Francisco Santana Domínguez  es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Director del Capítulo Reino de España.