La pretenciosidad es una condena, la educación occidental es pecado. Ése es el dogma de Boko Haram, una organización fundamentalista que desde 2002 siembra el terror en el norte de Nigeria. Precisamente en un día tan señalado para la lucha por la libertad como es el 14 de abril, se cumple un año desde que estos criminales robaron de la escuela y secuestraron a 200 niñas cuyo único delito era ir a clase y recibir una educación. Doce meses después, resulta vergonzoso e inaceptable que sigan lejos de sus casas. Es un crimen que atañe a toda la humanidad.

Esta vez no se trata de un ataque a occidente, no es un país rico que sufra el ataque de terroristas de naciones lejanas. Esta vez no hay forma de justificar la actuación de los fanáticos como una defensa ante el yugo opresor del occidente imperialista. Han sido 200 niñas africanas, las mayores víctimas de la desidia occidental en África, sobre las que se han cebado estos miserables que utilizan la religión a su antojo para imponer su absurdo pensamiento.

Sin embargo tal circunstancia, que retrata lo más bajo de esta gentuza, debería ser también motivo de vergüenza en occidente. Al igual que la reciente muerte de 148 universitarios en Kenia, pero como en tantos otros aspectos de la vida, el eco de semejante carnicería fue muy inferior al que habría tenido, incluso con menos víctimas, en cualquiera de los países del primer mundo.

Grave error. El terrorismo islámico es hoy por hoy la mayor amenaza a la seguridad de occidente, y de nada sirve extremar controles y medidas de seguridad en nuestras fronteras si con nuestra indiferencia permitimos que grupos como Al Qaeda, Boko Haram o el Estado Islámico, al que el segundo se unió recientemente, se hacen fuertes en Siria, Iraq, Yemen o el África subsahariana.

Es fundamental detener a estos fanáticos que no sólo pretenden barrer al que no sigue sus principios, sino también borrar la historia, como demuestra su afán por destruir obras de arte milenarias.

Resulta necesario atacar sus fuentes de financiación y convencernos de que no se trata de una lucha contra el islam, pues millones de musulmanes sufren su tiranía. Todos debemos parar los pies a estos salvajes, y hoy más que nunca, exigir la liberación de las niñas que aún siguen secuestradas un año después.

Se trata de un crimen que nos atañe a toda la humanidad.