Encontramos picaresco saltarse la cola del supermercado, defraudar a Hacienda o que la diputada o el concejal de turno den borrón al expediente de multa que tenemos pendiente, y acabamos excusando ciertas actitudes.

El propio Machado nos pedía ser prudentes con nuestras sospechas y nuestras opiniones.  ¿Sabes cuando el agua suena, si es agua de cumbre o valle, de plaza, jardín o huerta?, decía sabiamente don Antonio.

Pero, lamentablemente, el cántaro va demasiado a la fuente. A la larga lista de las sombras que tiñen a nuestros políticos, se añade la de consumados ventajistas. Ya sea consiguiendo viviendas a precios risibles, ya sea masters sin asistir a clase, ya sea ingresos por dietas que no cotizan a Hacienda. Nos vamos acostumbrando a esas prebendas y privilegios porque la ética ya no es la norma que les rige, sino el oportunismo,

Sin embargo, hay algo que causa verdadera repulsión, los que se han saltado la obligada cola para las esperadas vacunas del covid. Ya sé que me dirán que solo han sido unos cuantos, unos cientos, tal vez unos pocos miles y que esto entre cuarenta y pico de millones de españoles son un par de gotas en el desierto. Es probable. Pero lo que se juzga aquí no es la cantidad, es el despotismo de los que abusan de sus ventajas, cuando se supone que están defendiendo el interés general. Y cuando lo que está en juego es la vida, el orden de los factores sí altera el producto.

No es mala planificación, ni errores de bulto, ni falta de interpretación de las normas. Es ventaja, como el pistolero del oeste que mata en el salón a alguien desarmado. Acuérdense de sus nombres y de sus caras. El agua de sus acciones no es torrente, ni siquiera el goteo del culín que sobraba de las dosis, pero su ruido nos debe sonar a Tsunami.