El buzón en cuestión, de mármol blanco y de estilo renacentista, está decorado con cinco golondrinas, una hiedra de siete hojas, el escudo del Colegio de Abogados de Barcelona y una hermosa tortuga que, según cuenta la leyenda, tocarla es sinónimo de buena suerte. Al parecer, las golondrinas simbolizan el alto vuelo de la justicia, la hiedra representa lo farragoso de la burocracia judicial y la tortuga es una denuncia por lo lento que camina la justicia. Si en el siglo XIX ya era así, ahora en el XXI, no sólo no ha mejorado sino que nuestra tortuga cada vez es más parsimoniosa.
Curiosamente, y en un gesto insólito, la asociación mayoritaria de jueces, la Profesional de la Magistratura, en adelante AMP, se pronuncia sobre la posible y futura Ley de Amnistía, con prontitud y diligencia, tanta, que se adelanta a su redacción, intenciones y justificaciones. Sin saber siquiera el contenido, hoy por hoy no lo sabe nadie, ni sus redactores, los prestigiosos jueces ya tienen su veredicto, sin tan siquiera recurrir y descansar en sus eficientes secretarios judiciales. Según el AMP y saltándose a la torera la futura opinión del Tribunal Constitucional, aseguran que, el inédito texto, choca con la Constitución de 1978. Añaden que el contenido legal que va a llevarse al Congreso supone, según su escrito: un ataque a los jueces y su tarea de aplicar las leyes.
Convendría que tuvieran claro, jueces y magistrados, que si bien la separación de poderes es la base de cualquier democracia, el que tiene la primera palabra son los ciudadanos y que en el legislativo, el Congreso, reside su representación. El imperio de la ley, amigos jueces, empieza por aceptar que aquí no hay más dios que el pueblo soberano. En todas las épocas, sobre todo después de la Constitución de 1978, se han otorgado amnistías, la primera la de Ley 46/1977, de 15 de octubre, llamada Ley de Amnistía que libraba de responsabilidades a los autores de todos los actos de intencionalidad política, incluso a los considerados delitos por la legislación. Ley de la que ningún juez se quejó.
Tampoco es verdad que con esa posible ley se vulnere el principio de igualdad en la aplicación de las leyes, como apuntan. Ustedes, queridos puñetas, saben mejor que nadie que, desgraciadamente, entre los españoles no existe, por diversos motivos, igualdad ante la ley. La primera prueba es la inviolabilidad del monarca, aunque nuestra Constitución la permita y que ya va siendo hora de que se enmiende. Estaríamos apañados si como aseguran, sin ningún tipo de recato, pretenden ser el Último dique de contención frente a los abusos de poder y la arbitrariedad… Recuerden que alardear de excelencia es una forma de esconder las carencias propias.
No, no es justo que después de tantos años, tal vez siglos, en que la tortuga de la justicia haya perjudicado a tantos y tantos españoles, ahora resulta que la judicatura es capaz de adelantarse al tiempo y a las finalidades y emitir un veredicto catastrófico sin saber tan siquiera en qué consiste el delito.
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