Jesús, antes de nada, fue un vagamundo con aires siderales. Un tipo anormal que nunca salió de los adentros de su alma indescifrable. Siempre encogido por la realidad que lo abrumada, se defendía cual gato siamés, arañando las entretelas de sus entrevistados a los que seducía, ronroneaba, desnudaba con el erotismo de lo incomprensible y, si fuera poco, fusilaba con el arma de su mirada infinita que ni él mismo sospechaba de donde salía.
Le pasaba, al unísono, un poco como a Lola la Grande. NI era el mejor periodista, nunca fue entronizado, ni tuvo el reconocimiento de sus iguales medrosos que medían la distancia, ignorantes de no saber por donde iba ni venía.
Pero, ustedes y yo, lo hemos disfrutado hasta decir basta.
Frente al televisor, paraba el tiempo a imagen del gran Curro, el butacón simulaba ser una ventana para contemplar como sentir el universo de los locos de la colina, acariciar al perro verde, visitar su cuerda de presos, y meterse en su boca del lobo. Sus bufones del alma: El Beni, Risitas, Peito. Momentazos prendidos del aire que respirábamos para terminar el día cogidos de la mano de los dioses descarados.
Corrigió a Einstein: LA DISTANCIA y EL TIEMPO, conocieron una nueva dimensión en sus labios.
El Universo se vistió de gala con su mirada, hizo de la entrevista un magisterio de vida. No te perdonaré te hayas llevado el Silencio, aquí entre tanto ruido escacharrao.
Buen viaje a las estrellas, amigo.
Autor Emilio Hidalgo
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