No me voy a extender en su genealogía pero sabemos que sus abuelos paternos eran campesinos que vivían en un pueblecito llamado Ondas (Belmonte). Eran agricultores con cierta solvencia económica de ahí que mandaran a su hijo, Pedro González Cano a estudiar a Oviedo llegando, el padre del poeta, a ser profesor numerario de Ciencias y Pedagogía en la Escuela Normal de Magisterio de Oviedo. Ángel apenas lo conoció pues murió cuando él tenía dieciocho meses. Así que desde ese momento quedaría al cuidado de su madre exclusivamente, María Muñiz, que fue la persona que más ha influido en su vida.
Su madre, María Muñiz, era hija del Director de la Escuela Normal de Magisterio en la que enseñaba su marido, a quien conoció allí. El padre de María y, posteriormente, el padre de Ángel González hicieron una obra titulada: “Cartilla Métrica”, en donde explicaban el sistema métrico decimal pues la gente todavía a finales del s. XIX se regía por los reales de vellón, celemines u otras medidas tradicionales.
Con la pronta muerte de su padre va a ser María Muñiz quien atienda, ella sola, a sus cuatro hijos (Manolo, Pedro, Maruja y Ángel) . Así define el poeta a su madre:
“Era un personaje excepcional, a quien le debo muchas cosas, porque se sacrificó mucho por mí. Era una persona inteligente, bondadosa y liberal. Era muy religiosa, y a la vez muy tolerante, cosa lógica, habiendo estado casada con un ateo. Educó a sus hijos dentro de la Iglesia, pero esperaba, sabía incluso, que yo me apartaría de eso de un momento a otro (…). No le importaba demasiado y casi lo consideraba natural (…) Es posible que en mi poesía haya quedado la nostalgia del mundo de bondad en el que creía mi madre, opuesto a una realidad donde esos valores no contaban demasiado”.
Toda la vida familiar queda marcada negativamente por los acontecimientos de la Revolución del 34 en Asturias y, especialmente, por la Guerra Civil que dispersa e incluso acaba con algún miembro de la familia.
El comienzo de la guerra civil, cuando él tenía once años, marca negativamente a su familia y, por supuesto a Ángel González. Empieza a darse cuenta de las consecuencias de ese enfrentamiento tan trágico entre españoles y que destroza a su familia.
A pesar de todo, su madre se empeñó en que hiciera bachillerato. Lo comienza en el instituto de Oviedo y después del cuarto curso sigue estudiando en un colegio privado. El propio Ángel nos lo cuenta:
“Era un colegio un poco elitista, pero el director, muy amigo de mi familia, llamó a mi madre para pedirle que me enviara a su colegio, porque había un cupo de matrículas gratuitas que necesitaba cubrir. Y allí fue donde terminé el bachillerato”
A pesar de esto, el poeta se considera en todo casi autodidacta, porque, aunque estudiaba lo que le enseñaban sus profesores: “aprendí muy pronto a no creerme lo que me decían, a decir que no para mis adentros. Es decir, a pensar por mi cuenta”.
Acabado el bachillerato, comienza a cursar la carrera de Derecho. Pero a los dieciocho o diecinueve años hay una circunstancia que tiene gran importancia en su desenvolvimiento vital. Y es que le diagnostican una tuberculosis pulmonar muy grave (que le produciría insuficiencia cardiaca). Una enfermedad por la que la gente se moría en grandes cantidades. Los médicos le aconsejaron que cambiara de aires y marchó a un pueblo de la montaña leonesa, Páramo del Sil, donde, su hermana, Maruja, una vez rehabilitada como maestra, tenía su escuela y que se encontraba a 150 kilómetros de Oviedo. Allí permaneció casi tres años.
A su llegada, Ángel tiene que guardar cama rigurosamente. La estancia en este pequeño pueblo leonés, aislado del mundo, es decisiva para su trayectoria poética porque allí se dedica a leer especialmente poesía. Ángel les pedía a sus amigos que le enviaran libros de poemas. Y allí empieza a leer a los autores de la generación del 27 (Alberti, Lorca y Gerardo Diego), también a Neruda, pero el que lo deslumbra es Juan Ramón Jiménez. Además, empieza a escribir sus primeros versos como él mismo confiesa.
Ya bien avanzado 1945, volvió a Oviedo, reincorporándose a la Universidad como alumno oficial en el cuarto curso de Derecho, pues se había ido examinando libre del resto de los cursos aprovechando los viajes que hacía para visitar al médico. Esta carrera no le interesó nada desde el principio. Por ello, se matriculó también de magisterio y se hizo, por tanto abogado y maestro, profesión ésta que era como una obligación familiar pues lo habían sido su abuelo, su padre, su hermana y también su madre.
En febrero de 1959 un grupo de poetas españoles, se reunieron en Colliure (Francia) para reivindicar la figura de Antonio Machado, de la que habían intentado apropiarse en la primera década de la postguerra intelectuales falangistas, como Dionisio Ridruejo o Pedro Laín Entralgo, en revistas como Escorial o Cuadernos Hispanoamericanos.
A esta reunión de homenaje y reconocimiento a Machado asistieron los poetas: Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Alfredo Castejón, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald. De esta célebre reunión da prueba una fotografía de la que el poeta jerezano, Caballero Bonald, decía que dio la vuelta al mundo. Sabemos que el poeta asturiano, Ángel González, fue un gran aficionado a la fotografía, hasta el punto de que cuando viajaba siempre llevaba consigo una cámara que solía utilizar con frecuencia. Para él, comenta su viuda, Susana Rivera, la fotografía era la versión visual de la magdalena de Proust. En una de sus Máximas mínimas, título que debió de tomar prestado de Jardiel Poncela, nos proporciona la siguiente definición: “Fotografía: ¡la verdad revelada!”.
Además del gusto por la fotografía sabemos que el poeta asturiano era aficionado a la pintura, la poesía y la música. A través de sus propias palabras conocemos cómo empezó a coquetear con un instrumento, concretamente la guitarra. Tenía Ángel once años, y la guerra estaba recién comenzada cuando cerca de su casa se acuartelaron tropas de moros y legionarios. En su barrio había una frutería que, debido a las circunstancias, el dueño, José, transformó en taberna. Entre los clientes asiduos estaba Santiago, sargento jefe de la banda de cornetas y tambores de la Legión. El poeta nos lo describe como: “un joven bajito, rubio, con las piernas torcidas como de haber montado mucho a caballo, aunque me parece que aquella peculiaridad habría que atribuirla, antes que a la práctica de la equitación a descalcificación infantil”. Este sargento iba a la taberna con una guitarra y cantaba canciones argentinas con una voz bastante afinada. El niño Ángel era su auditor más fiel y entusiasta. Algunos años después, una vez terminada la carrera de Derecho, llegó a ser crítico musical del periódico “La Voz de Asturias”.
Un acontecimiento importante para su carrera profesional fue el trasladarse como lector de español a los Estados Unidos, en 1972. Allí trabaja hasta su jubilación, en 1990, aunque con largas estancias en España y, como no, veranea asiduamente en su ciudad natal, Oviedo. Durante esos casi veinte años se dedica a la docencia en diversas universidades como: Nuevo México, Utah, Maryland y California.
En 1979, un rayo de luz ilumina su vida y es el descubrimiento del amor en la persona de Susana Rivera, que fue alumna suya en Estados Unidos y con la que se casó en 1993 y con la que ha compartido desde entonces hasta su muerte todas sus ilusiones, amistades, preocupaciones y toda su obra.
El propio Ángel González nos da algunas pinceladas de su propia vida:
“Nací en Oviedo en 1925. El escenario y el tiempo que corresponden a mi vida me hicieron testigo –antes que actor- de innumerables acontecimientos violentos: revolución, guerra civil, dictaduras. Sin salir de la infancia, en muy pocos años, me convertí, de súbdito de un rey, en ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía. Regreso, casi viejo, a los orígenes, súbdito de nuevo de la misma Corona.
Zarandeado así por el destino, que urdió su trama sin contar nunca mi voluntad, me resigné a estudiar la carrera de Leyes, que no me interesaba en absoluto pero que tampoco contradecía la costumbre, casi norma de obligado cumplimiento (“todo español es licenciado en Derecho mientras no se demuestre lo contrario”), a la que se sometían en su mayor parte los jóvenes de mi edad y de mi clase social –clase media, transformada en mi caso, como consecuencia de la guerra civil, en muy mediocre.
Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo poesía fue, antes que por otras razones, para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero acto de vivir. Pero yo hubiese preferido ser músico –cantautor de boleros sentimentales- o tal vez pintor. Fui, en cambio, funcionario público. En 1970 vine por vez primera a América –México y EE. UU.-, y empecé a quedarme por ese continente a partir de 1972 (profesor visitante en las universidades de New México, Utah, Maryland y Texas). En la actualidad, enseño literatura española contemporánea en la Universidad de New México.”
(En Palabra sobre Palabra Seix Barral Los Tres mundos)
En cuanto a su obra poética cabe recordar que Ángel González pertenecía a la Generación del 50 cuyas señas de identidad eran el haber nacido en la segunda década del s.XX y haber realizado sus primeras obras literarias en la década de los cincuenta del mismo siglo. Entre los poetas más destacados de la Generación del 50, además de Ángel González, estarían Blas de Otero, Antonio Gamoneda, Claudio Rodríguez, Caballero Bonald, Gloria Fuertes, José Hierro, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma, entre otros.
Ya, a mediados de la década de los cincuenta Ángel González comenzó a pensar que:“ Poesía y vida no eran necesariamente entidades incomunica bles; que la palabra poética no tenía por qué referirse tan sólo a la irrealidad”.
En 1955, Ángel González viaja a Barcelona para encontrarse con varios de sus amigos poetas con la recomendación de Vicente Aleixandre. Se cuenta como anécdota que, la primera vez que llegó Ángel a reunirse con ellos, ellos lo tomaron por policía, pues se sabían considerados sospechosos por sus ideas en contra de la Dictadura. Sólo llamando a Aleixandre, volvieron a confiar en Ángel.
Todos los miembros de esta Generación admiraban profundamente al poeta sevillano Antonio Machado pues era considerado un referente ético y estético. También admiraban a los poetas Pablo Neruda y Cernuda. El propio Ángel González al ocupar el sillón P de la Real Academia de la Lengua (RAE), en 1997, su discurso de admisión llevaba por título: “Las otras soledades de Antonio Machado”, en cuyo discurso Ángel decía de su admirado poeta sevillano: “ Antonio Machado desborda lo específicamente estético para prestar atención al otro y a los otros, a la realidad y al prójimo para imprimir una totalidad social y política a su discurso. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina/ pero mi verso brota de manantial sereno…dice Machado en uno de sus célebres poemas. La serenidad está, en un principio, reñida con el jacobinismo. Sin embargo, Machado aproxima tan distantes y contrapuestas nociones, y las hace compatibles a su persona…”.
La poesía de Ángel González evoca la infancia y adolescencia como paraíso perdido; el paso del tiempo y la nostalgia por la brevedad de la vida; el amor, teñido a veces de erotismo; la amistad; la crítica de la situación española desde posiciones autobiográficas; la mala conciencia burguesa y la reflexión sobre la poesía. (metapoesía)
Según afirma el poeta Luis García Montero: “La poesía de Ángel González nace desde el principio de un sedimento pesimista. La guerra y la derrota marcaron su vida, el horizonte de un mundo que rompe cualquier código de esperanza”.
El pensar de Ángel González no deambula por la nebulosa periferia de las abstractas esencias; al contrario, discurre en todo momento por el centro de su existencia, pero no de una existencia ensimismada en unos problemas de identidad, sino en relación con sus semejantes, con quienes comparte la turbadora travesía por la vida.
Los temas tratados en los poemarios de Ángel González, once en total, desde su primer poemario Áspero mundo (1956) hasta el último póstumo nos hablan de la tristeza, el pesimismo por desear la libertad y la democracia que parece nunca llegarán (vivió 40 años en Dictadura, la mitad de su vida), la sociedad española adormecida y resignada a pesar de todas las carencias, las dificultades e impotencias a la hora de la vejez y la llegada de la muerte sin olvidarnos de poemas profundamente amorosos como algo necesario, vital para poder vivir entre una sociedad dormida, inerte que deja pasar el tiempo sin hacer lo más mínimo porque cambien las cosas en aquella España de la posguerra, de la represión y de la falta de libertades por la que Ángel González y todos los de la Generación del 50 lucharon tan denodadamente teniendo como única arma la pluma y el papel.
Ángel González nos da su visión del quehacer poético, no exenta de esa ironía tan propia en él:
“Me gusta decir que escribo poesía a partir de algunas ocurrencias. La palabra “inspiración” tan grata para muchos, me resulta pretenciosa porque alude a ciertas indeseables interferencias de los dioses en los trabajos humanos: una especie de soplo divino fecunda la inspiración del poeta. Es una palabra, por otra parte que a mí, tan temeroso siempre de las Altas instancias, me asusta; pienso que, si hablamos de inspiración, puede haber dioses que crean que los estamos llamando soplones. La palabra “ocurrencia”, en cambio, además de ser inofensiva, es desacralizadora, desmitificadora, deja el quehacer poético dentro de los límites naturales del hombre”.
Pero uno no empieza a crear versos desde la nada, sino que es innegable que las lecturas realizadas están en la base de su tarea. Así lo reconoce el poeta asturiano:
“Uno no es poeta por dentro, sino que se hace poeta a través de la lectura y todo poema procede de otro poema (…) la poesía es una lectura que no se gasta; en cambio, lees una novela y ya está consumida”.
El realismo crítico de Ángel González arranca de su experiencia, y tiene mucho más de expresión existencial que de doctrina o programa. Quizá sean los poemas últimos de Sin esperanza, con convencimiento y los de Grado elemental los más decantadamente activistas o «políticos», en la línea de una concepción sartriana de la literatura; pero rara vez caen en el tono panfletario: su rigor estilístico y el hábil empleo de la anfibología los liberan a menudo de la lectura puramente testimonial, referida a un delimitado momento histórico.
En su último poemario póstumo “Nada grave” (2008) , el ya decrépito poeta asturiano inicia su poemario con los siguientes versos:
Sin ti la poesía
ya no me dice nada,
y nada tengo que decirle a ella.
La única palabra
que entiendo y que pronuncio
es ésta
que con todo mi amor hoy te dedico:
nada.
Al final, en ese antagonismo entre el tiempo y la historia, el tiempo es el que vence. Cada vez más, los poemas últimos de Ángel González hablan del tiempo, de la ruina existencial y del desleimiento que va ocasionando la vejez. La memoria es un recurso hiriente, porque no quedan «ni siquiera deseos, ni siquiera esperanza; /un confuso montón de sueños negros, /eso es lo que nos queda, /amigo, /un confuso montón sólo de sueños» Los sueños colectivos a estas alturas casi parecen una anécdota. Dicho con palabras de Gil de Biedma: «envejecer, morir, /es el único argumento de la obra».
Ángel González es un poeta de la calle que utiliza palabras familiares entendibles por todo el mundo. No se aísla, como decía Unamuno, en una torre de marfil. En definitiva, no es un poeta para una determinada élite social o cultural sino que, por el contrario, es un poeta para lectores del común. Su poesía tocaba de cerca el alma de la gente y ello hace que éstos participen tanto jóvenes como ancianos. Su estilo sencillo hace fácil la lectura pero no es fácil escribir esos poemas como lo hacía el poeta asturiano.
Si en su época Ángel González no fue reconocido como se debería y sufrió el destierro interior y, además, su poesía no gozaba de la aprobación académica oficial al nivel que se merecía, hoy podemos decir que desde la llega de la democracia a España es, y será, un referente de la poesía contemporánea en España y en el mundo. Doce años después de su muerte su poesía sigue interesando tanto a jóvenes como a adultos.
Dejo a los lectores de Otro mundo es posible con este gran poema de Ángel González:
PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ.
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…
Áspero mundo (1956)
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