En La Paz hay muchas zonas de alto riesgo donde los asentamientos empiezan con habitaciones improvisadas de calamina y senderitos de tierra que poco a poco se van ensanchando.

Con los años la familia crece, las habitaciones aumentan, seguidamente suelen echar ojo los loteadores o empresas constructoras, el espacio empieza a cobrar más vida humana entre la migración y la valoración comercial del terreno que va subiendo de precio hasta volverse un complejo drama social el intentar desalojar o reubicar a la gente.

En eso se conforma la junta vecinal y la Alcaldía empieza a dotar de atenciones con acondicionamiento de la calle sea con puente, empedrado, entubado de río, recojo de basura u otras obras pequeñitas o grandes. Encima a alguien se le ocurre la fecha de festejos de la zona con entrada folklórica que pasa por la chacanchada que para el año siguiente se vuelve calle o campeonato de fútbol en la canchita que hasta hace poco era cenizal y donde los sábados se establecen las caseras con el mercadito zonal.

Y así todos juntos vamos gestando desastres en lugares no aptos para mover la tierra, habiendo un mapa de zonas de riesgo que nunca queremos examinar.

Por supuesto nunca está en nuestros planes infraestructurales, la arborización.

Para rematar, a la vista de todos se están aplanando cerros y destruyendo paisajes que prevenden futuras urbanizaciones en zonas no aptas para la construcción. Si bien todos sufrimos y lloramos ante los derrumbes, parece que nos hemos acostumbrado a ellos.