Desde tiempos inmemoriales, desde que empezó a tener sentimientos, el ser humano ha sonreído al sentir un estado de ánimo satisfactorio. Según los expertos la risa es sana, ayuda a mantener el bienestar físico y mental. Las carcajadas son el desencadenante de procesos psicológicos, neurológicos y fisiológicos que nos ayudan a conservar la salud, porque sus efectos inciden sobre nuestro sistema inmune, es cardiosaludable y un eficaz relajante muscular. ¡Cuántos chistes y buenos momentos han evitado visitas no deseadas a la Seguridad Social! Reírnos de nosotros mismos y con los demás, es la base de la autoestima y la mayor sabiduría.

Teniendo esto en cuenta, desde siempre, el poder trata de evitar que nos riamos demasiado y a gusto, por eso inventa la reforma laboral, las promesas electorales y la democracia controlada. Dentro de estos poderes están el de las religiones y las sectas, y para evitar nuestras risas reponedoras y nuestra tranquilidad espiritual  han inventado el pecado y sus castigos. Quieren ponerle límites a la libertad de expresión. La libertad solo tiene un límite, el que invade las libertades de otros. Y aquí estoy de acuerdo con otras de las palabras papales: “No se puede insultar la fe de los demás. No puede uno burlarse de la fe. No se puede”. Sin embargo, el humor no es burla sangrienta e hiriente, solo es la forma de trasmitir una ocurrencia y una agudeza con el afán de mejorar el estado de ánimo del receptor. Y eso debe ser apreciado como un dogma de fe para los que creemos en la risa sana.

Y yo no soy único. En cualquier tiempo y geografía, en cualquier filosofía o religión han existido defensores de la risa y del humor. Aristóteles ya lo hizo en su “Segundo Libro de la Poética”, perdido en la Edad Media y que, según la imaginación de Umberto Eco, en su extraordinaria novela El nombre de la Rosa, era ocultado hasta el crimen por el benedictino monje ciego Jorge, para evitar que el Pueblo llano desarrollara demasiado su sentido del humor. No era una invención, para San Benito la risa es contraria a la humildad y a la caridad cristiana, dice en una de sus reglas.

Pese a todo y a todos, nos seguimos riendo por el concepto aristotélico del “gelao” griego, que define la risa de alegría con el mismo sinónimo que para brillar o resplandecer. Por el contrario “katagelao” significa burlarse con intención de herir a alguien. También el Antiguo Testamento diferencia las dos formas de risa, la palabra “sakhaq” significaba “risa feliz” e “iaag” para  referenciar a la “risa burlona o denigrante”. El propio Corán dice: “Quien hace reír a sus amigos es digno del Paraíso”, y no se queda atrás la Torá hebraica que en uno de sus un versículos anuncia: “Az yimalé s´jok pinu -entonces nuestras bocas se llenarán de risa -“. Y dejo para finalizar al budismo y a su monje Hotei que recorría las calles con regalos y cuya característica principal, al margen de su gran barriga, era su risa. Es el Buda sonriente, portador de alegría, que proporciona una risa buena y feliz.

Por tanto se debe saber distinguir entre el humor a pie de calle de “Charlie Hebdo”, de los excesos feroces y malintencionados de unos pocos, paradigmas de la injusta burla del poder y de los poderosos hacia los débiles; eso sí es provocación. Ahí es donde debe incidir el Papa, en la defensa de la dignidad y de la risa de los pobres. Y eso solo se consigue si hay Paz, justicia y barriga llena. La fe ya vendrá luego. Primum vivere, deinde philosophari.

Como decía Mario Benedetti:

“Defender la alegría como un principio.

Defenderla del pasmo y las pesadillas.

De los neutrales y de los neutrones.

De las dulces infamias y de los graves diagnósticos.

Defender la alegría como un derecho.

Defenderla de dios y del invierno.

De las mayúsculas y de la muerte.

De los apellidos y las lástimas del azar.

Y también de la alegría”.