El lejano pasado del cual emana, explica, en primer lugar, el hecho de que se plantee en términos cuya excesiva oscuridad es sorprendente.
Sin embargo, un misterio aparentemente impenetrable, es la virtud elemental de cualquier cuestión compleja de pensar.
Si admitimos este principio paradojal, entonces el enigma del pozo, que responde de una manera tan extraña y perfecta al enigma profundo que le corresponde, siendo el más lejano y el más oscuro en sí mismo que la lejana humanidad, propone a la humanidad presente, y podría ser al mismo tiempo el más cargado de sentido.
¿No está cargado, en efecto, de un cierto hermetismo, que es a sus propios ojos, la venida al mundo, la aparición inicial del hombre? ¿No liga al mismo tiempo este misterio y la muerte?
En verdad es que resulta curioso, al menos, introducir un enigma a la vez básico y planteado en la forma más violenta, independientemente de un contexto que es conocido, pero que en razón de la estructura humana, permanece en principio velado.
Es decir, en lo más profundo de la caverna de Lascaux, debemos reconocer que ya vimos el erotismo ligado a la muerte.
Hay allí una extraña revelación fundamental y de una magnitud, que no puede sorprendernos, el silencio incomprensivo, que fue el único en acoger al principio un misterio tan denso.
Una imagen que llama la atención poderosamente, por cuanto ese muerto con el miembro masculino erguido, tiene la cabeza de un pájaro, una figura que genera cierta incertidumbre, en tanto muestra ribetes, quizá podríamos decir, surrealistas.
La proximidad de un bisonte, de un monstruo que agoniza perdiendo sus entrañas; una especie de minotauro al que aparentemente este hombre muerto ha matado antes de morir.
Sin duda se trata de una imagen, en principio, ininteligible que se plantea desde la aurora de los tiempos.
Quizá no se trate, por ahora, de resolver dicha cuestión; pero tampoco podemos sustraernos a ella; sin dudas se presenta como ininteligible, pero a la vez, nos propone vivir bajo su sombra.
Nos cuestiona, siendo la primera exigencia existencial planteada humanamente, que descendamos al fondo del abismo abierto en nosotros, por el erotismo y la muerte.
Nadie sospechaba el origen, de las imágenes animales vistas al azar en algunas galerías subterráneas.
Desde hacía milenios, las cavernas prehistóricas y sus pinturas habían en cierta manera desaparecido: un silencio absoluto se eternizaba en ellas, algo semejante, tal vez lejanamente, pero posibles de pensar, ya que se hicieron varios films al respecto de tales cuestiones, tales a como se plantean en las películas acerca del “El planeta de los simios” y sus secuelas.
Incluso al finalizar los últimos siglos, nadie habría imaginado la delirante antigüedad de aquellas historias que el azar había mostrado.
Sólo al comenzar el siglo pasado, la autoridad de un sabio, el abate Breuil, impuso la autenticidad de esas obras de los primeros hombres semejantes a nuestros contemporáneos, a los que la inmensidad del tiempo separa de nosotros.
No obstante permanece misteriosa, a pesar de nuestra soberbia contemporánea.
Efectivamente, sigue siendo la más inaccesible y actualmente, una escalera de hierro solamente, permite llegar a la más sorprendente de las evocaciones, las imágenes de la caverna original.
Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional, Capítulo Reino de España.
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