En una familia de unos cinco miembros, la distribución de responsabilidades en el proceso de elaboración de ladrillos suele repetirse.

El padre, fuerte y fibroso, se ocupa de mezclar el agua con la tierra para crear el fango que luego transportará en una carretilla hasta donde se encuentra su esposa, quien en postura de cuclillas se ocupará de moldear los adobes y colocarlos en filas.

Los niños, según la edad, se encargarán también de la fase de moldeado o de otras labores que supongan un menor esfuerzo, como cambiar de posición los adobes cuando se secan.

Por cada mil ladrillos que son enviados al horno -número de unidades que pueden conseguirse durante una jornada de trabajo que puede alargase hasta las 15 horas-, la familia recibirá 400 rupias (4,7 euros).

Para aliviar las condiciones diarias que padecen estas familias, los salesianos de Don Bosco, en colaboración con la organización no gubernamental (ONG) española Naya Nagar, han instalado en las cercanías de las fábricas un dispensario y una escuela para alejar a los niños de los ladrillos.

«Los niños, que trabajan descalzos, suelen venir con heridas en el empeine del pié cuando se les cae algún ladrillo», afirma a Efe Brigitte, una enfermera de 61 años empleada en el dispensario situado en el área de Pahassaur, a 50 kilómetros de Nueva Delhi.

Unas dolencias que se unen, como explica Brigitte, «a infecciones de ojos y oídos provocadas por el polvo, fiebres, resfriados, dolores de espalda y malnutrición» (derivada de una dieta que consiste básicamente en arroz y lentejas).

Arancha Martínez, fundadora y directora de Naya Nagar, relata que los «problemas más graves» con los que se toparon en las fábricas fueron «la falta de acceso a agua potable, a un sistema sanitario público y a colegios, y lo que es peor, el trabajo infantil».

«No es explotación, en el sentido de que las empresas no contratan a los niños, pero los propios padres les ponen a trabajar con ellos para conseguir más dinero», aclara Martínez.

Por lo que alejar a esos menores del trabajo no es fácil.

«¡Hay tantos niños!», dice el salesiano Padre Charles, que asegura que por ahora sólo cubren 10 de las 600 fábricas que hay en la zona, con lo que consiguen dar a unos pocos «la oportunidad de asistir a la escuela, aunque resulte duro convencer a los padres».

De los 180.000 niños que se hallan con sus familias en Pahassaur, según los datos más conservadores de Naya Nagar, sólo unos 150 asisten diariamente al centro educativo.

Además, tras convencer a los padres, los profesores se encuentran con el problema añadido de que muchos de esos niños «padecen de un déficit de atención muy alto», pues nunca han ido a la escuela o los más mayores son incapaces de separarse de sus hermanos pequeños.

«Los críos, muchos de ellos bebés, les desconcentran, por lo que no pueden estudiar aunque quieran. Además, cuando empiezan a llorar, muchas veces no hay quien los detenga», relata la maestra Renu Gulia, de 27 años, uno de los cinco profesores del centro.

Para evitarlo, en el centro de Pahassaur cuentan también con una guardería, donde predominan las lágrimas, gemidos y pataleos, a pesar de que los niños disponen por primera vez en sus vidas de juguetes como triciclos o cochecitos, objetos extraños para muchos.

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