Estamos ante una época vacía de buenos contenidos filosóficos y políticos, con mucha gente que reconoce que no lee ningún libro, que no ha asistido nunca a una ópera o a un buen concierto, que practica poco el sexo y mal el amor, pero que esperaría mesa durante meses, haría cuarenta kilómetros y pagaría 500€ por una buena cena en un acreditado restaurante; sobre todo, si tiene estrellas en el universo gastronómico.

Respetuosamente admito que cada uno tenga una percepción distinta para llenar su buche y su espíritu. No obstante, me parece bastante exagerada la situación actual en la que no hay cadena televisiva, ni emisora que se precie, que no tenga un programa que hable del buen yantar. Aspirantes a profesionales de la restauración; aficionados; famosos en decadencia; niños y jubilados, tienen su espacio para demostrar sus cualidades culinarias a miles de espectadores que, activan sus jugos gástricos escuchando los doctos comentarios de cocineros alejados de sus cocinas y cobrando un pastón, mientras un ejército de becarios curra para ellos sin remuneración salarial.

Como he apuntado al principio, esta situación no es nueva. Desde el Renacimiento los grandes pintores y escultores disponían en sus talleres de alumnos y aprendices que, como en el caso de Leonardo, algún día pudiese emular y superar a su maestro Verrocchio. Muchas obras de grandes artistas sólo llevaban la idea y la firma del maestro, siendo, en realidad, trabajo de sus aprendices y pocos tenían la honestidad de Verrocchio al reconocer haber sido superado por el alumno. Esa praxis llevó a que muchos de esos meritorios se convirtiesen en maestros.

Por tanto, la polémica está servida: ¿Deben dejarse explotar los becarios para tener su oportunidad de aprendizaje?

Hoy ya no estamos en la época renacentista en la que un plato de comida y un jubón bastaban para que un neófito trabajara quince horas esperando su oportunidad. La sociedad y los derechos laborales han avanzado lo suficiente para distinguir entre enseñanza y explotación. Un mínimo salario evitaría las tentaciones de esos nuevos “maestros” de tener mano de obra gratuita a cambio de un discutible magisterio. Pero, sobre todo, tendrían obligatoriamente que cotizar a la Seguridad Social por esos aprendices, al igual que la robótica y todos los elementos industriales, artesanales y logísticos que mejoran la productividad, la calidad, y los beneficios empresariales, pero que atentan contra el empleo. Para poder acceder un día a los suculentos manjares que nos ofrecen esos sabios de la cocina, tendremos que tener nuestro salario digno y nuestra cotización cubierta, porque en otro caso pueden pasar de estrellas a estrellados.

Cuentan que, el presidente de un banco, preguntó a su director si cuando hacía el amor con su esposa – presidenta, a su vez, de otro banco asociado al primero – debía considerarlo como trabajo o como placer. El director no supo que responder y recurrió al subdirector y este a su subordinado que terminó por preguntarle a uno de los becarios. El joven, rodeado de expedientes y abrumado por el excesivo trabajo, respondió: Placer, debe considerarlo placer, porque si fuese trabajo a buen seguro sería yo el que estaría acostándome con ella.

A ver si con tanto programa, tantos consejos y tantos becarios gratis, alguna estrella Michelin pierde fuelle y precisa de ayuda para alcanzar el éxtasis…culinario.