El impase en la formación de un gobierno estable en España ha levantado una gran polémica y una mayor impaciencia. La deseada, lo digo así de claro, la deseada segmentación del Parlamento para refundar nuestra vida política, ha creado confusión y un verdadero terremoto entre aquellos acostumbrados a las mayorías absolutas y a la alternancia política. La aceptación de Pedro Sánchez para intentar consensuar un pacto de progreso y mudanza nos llena de esperanza.
Ante esta situación de obligado cambio, que ha terminado con el bipartidismo, se escuchan muchas voces de añoranza por el tiempo pasado. Docenas de comentaristas políticos y periodistas, fieles a la línea editorial de su medio, claman al cielo en busca de que el acuerdo sea entre los de siempre para que, como dijo Lampedusa, todo cambie para que todo siga igual. Las escusas son de lo más variado: el sentido o la razón de Estado; la grandeza de miras; la altura política; la lealtad constitucional. Todo, para evitar un acuerdo de las izquierdas en España.
Para ello se inventan los argumentos más apocalípticos y viles. Porque asegurar que un pacto de izquierdas traería la miseria a este país es tan manido como indecente. El país ya está en la miseria, la miseria moral, la del hambre, la del empleo miserable, la de los defraudadores, la de los excesos de la banca; la de los recortes; la de los políticos corruptos; la de los abusos de las compañías eléctricas y de comunicación; la del exilio obligado; la de las hipotecas consentidas; la de las tarjetas black; la de los viejos barones; la de la parafernalia gubernamental; las de la casa real y la del conformismo: los miserables buscan otros más miserables para sentirse felices. ¿Todo eso es lo que hay que salvar?
No es eso, no es eso lo que votó el Pueblo. Tampoco a esos, aunque sumen siete millones sus apoyos. El Pueblo votó pluralidad y cambio, y ahora Pedro Sánchez debe darle forma al deseo general. Aunque le cueste.
Ante la cacareada razón de Estado, está la razón popular; frente a la lealtad institucional, está la lealtad prometida o jurada al Pueblo. La “altura política” no se mide por la comodidad de tener una mayoría contra natura, se mide por el servicio a los intereses ciudadanos, aunque esto represente horas y horas de conversaciones durante la legislatura hasta llegar a acuerdos que beneficien a los administrados. Hay mucho que hacer y no se trata de levantar banderas ni tener miedo de cruzar las líneas rojas, se trata de pensar en los parados, en los que menos tienen, en los que esperan un futuro mejor; en seres humanos con necesidades y anhelos. En esto estriba la búsqueda de la quinta esencia política.
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