El hecho de que el hombre no puede desarrollarse ni moral ni espiritualmente de forma aislada y al margen de la comunidad, no sólo es una realidad psicológica y científica, sino también jurídica puesto que así viene reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el apartado destinado a deberes, pues aunque los derechos humanos son algo bárbaro que nos gusta invocar y reclamar constantemente, el reverso de los deberes hacia la comunidad, ni puede ni debe olvidarse. José Ortega y Gasset ya aludía a este tema en La rebelión de las masas, esa obra de finísima observación donde describe su concepto del llamado hombre-masa, que no sabe sino exigir y que con la excusa de ser el pueblo pide y pide pero no reconoce su propia responsabilidad en el seno de la sociedad para que todo vaya bien.
Yo nunca en mi vida he fumado y la que fue mi mujer tampoco. En consecuencia nuestras hijas no fuman ni fumarán. Pero no es sólo la educación lo que se asienta principalmente en el ejemplo. Con la vida en sociedad sucede lo mismo, y si no lo creéis consultad el brillante ensayo de Arthur Hocart titulado Esnobismo social, en el que deja constancia de hasta qué punto el pueblo se deja llevar por la conducta de aquéllos a quién tiene por modelos y, en concreto, por lo que hacen las clases dirigentes. Hocart pone como ejemplo la cómoda estrategia puesta en marcha por los ocupantes británicos a fin de conseguir que la población de La India adoptará la religión anglicana: Se limitaban a halagar a los reyezuelos locales para que se convirtieran y el pueblo iba detrás.
Cuando escribí Todo es mentira ya me referí a esta cuestión en relación con los pésimos modelos sociales que propone la televisión, con el resultado, entre otros, de que la ilusión de muchas chicas jóvenes es ser, no médicos, ingenieros o abogados, sino simplemente famosas. Hablemos ahora de otro aspecto de la misma cuestión. Escribo desde un país que se ilusionó tras la muerte del último de los dictadores fascistas de Europa, porque los de arriba habían tenido a bien regalarles la Constitución y la libertad, pero que pasado un tiempo vemos cómo todo se derrumba a nuestro alrededor conforme más y más escándalos de corrupción económica asaltan las primeras planas de los periódicos.
Recuerdo mi primera visita de trabajo a Lanzarote, en septiembre de 2006. Cuando tenía libre me iba a tomar un café y me quedaba turulato con lo que leía en el periódico, porque allí no se hablaba de otra cosa más que de cómo los políticos robaban. Un chiste gráfico presentaba a dos usuarios en la barra de un bar. Uno preguntaba a otro si le podía pasar las servilletas y éste respondía: -Depende… ¿De cuánto estamos hablando?. Aquello, que yo creí que eran excesos insulares muy focalizados, era una broma comparado con lo que nos está sucediendo en la totalidad de esta desafortunada y decadente España, en la que los latrocinios de los políticos brotan con más generosidad que los rebollones con las lluvias de otoño. La semana pasada estaba tomando café en el bar y leí que un ex alcalde de Gandía llamado Orengo se había fundido 600.000 euros en viajes, y que el dinero procedía de una subvención que el buen hombre había recibido para la construcción de un edificio de servicios administrativos. Pero a las tres horas me di cuenta de que Orengo era un desgraciado, un cenizo y un pobre hombre, porque bajé al mismo sitio a comer y la tele empezó a vomitar basura con motivo de los 51 políticos que en ese momento se llevaban trincados en la llamada Operación Púnica y de los trece millones de euros que el alcalde de Barcelona tenia ocultos en una cuenta secreta.
A veces me viene a la memoria la conversación que tuve en los noventa con un político en activo del CDS, que me decía ya entonces que era necesario en la vida pública un “rearme moral”. Miró atrás, claro, con ironía al comprobar que todo se ha puesto mucho peor de lo que estaba en los noventa. Todo esto sucede en momentos en los que hasta el último de los ciudadanos debemos hacer frente a una intensidad recaudatoria nunca vista por parte de todos los organismos oficiales para hacer frente a una deuda pública que han contraído ellos solos, creo que con la excusa de diversas obras faraónicas dispersas por todo el territorio de nuestra amada patria y que opino que se hacían y siguen haciendo con la finalidad de financiar ilegalmente a sus partidos con los tradicionales porcentajes y los brutales y nunca discutidos, analizados o auditados sobrecostos de estas obras, por las que finalmente lo normal es que haya que pagar diez veces más de lo recogido en el presupuesto sin que a nadie le tiemble un párpado.
Cuando el PP irrumpió en la Comunidad Valenciana, puso el grito en el cielo ante el proyecto del anterior gobierno socialista de instalar en el viejo cauce del Turia una torre de comunicaciones de dimensiones y diseñó lo bastante arrogantes como para que pudieran servir de identificativo de Valencia, a semejanza de la torre Eiffel o el Big Ben. El gobierno del partido popular decía que el proyecto era caro y la Comunidad Valenciana no se lo podía permitir. Unos años más tarde teníamos en el mismo tramo del río el museo de ciencias Príncipe Felipe, el Hemisferico, el océanográfico y otra cosa en forma de cucurucho que no sé para qué sirve pero que es muy grande y creo que muy cara.
Cuando mi entonces suegro, que es alemán, vio todo eso, le escamó que siendo la Comunidad Valenciana objetivo uno dentro de la UE ( significa región prioritaria para recibir fondos debido a su atraso y pobreza) pudiera permitirse esos lujos. En su ciudad, Bremen, hay un museo parecido. Tiene forma de ballena emergiendo de la superficie y por lo tanto el diseño es original, pero el conjunto es pequeño y modesto y doy fe (porque he estado dentro) de que el acabado final es defectuoso.
Yo creo que todas estas obras tan fastuosas, que como podéis comprobar no cesan, tienen por finalidad la financiación ilegal de los partidos políticos. Ellos necesitan hacer continuamente obras y más obras que los ciudadanos no necesitamos pero ellos sí, ya que de otro modo no pueden robar. Hace poco, en un acto público al que tuve el honor de ser invitado, el Presidente de la Generalitat se quejaba de que la Comunidad Valenciana no había tenido más remedio que acudir al endeudamiento para financiar los servicios básicos, como educación y sanidad, y que el culpable del atolladero en que se encontraba, era el gobierno por culpa de una financiación insuficiente. Personalmente creo que eso es mentira y que el dinero se lo han llevado los partidos políticos con sus robos y su financiación ilegal sobre la base, entre otras, de las obras públicas faraónicas e innecesarias.
Pues bien, la consecuencia de todo ello es que las cajas de todas las instituciones oficiales tienen telarañas y somos los ciudadanos los que debemos soportar el correspondiente sacrificio, pero no ya con un aumento de la presión fiscal, sino con avidez recaudatoria en las sanciones de tráfico y otros ámbitos como la Administración de justicia, donde el gobierno no ha dudado en violar el derecho de tutela judicial efectiva, recogido como derecho fundamental de la persona por el artículo 24 de la Constitución, mediante la innoble ley de tasas judiciales.
Francamente, se trata de una combinación de circunstancias especialmente desafortunada: por un lado, los políticos se llevan montones de dinero a su casa y por otro los ciudadanos estamos exhaustos de tanto pagar. En una reciente reunión, el interventor de un Ayuntamiento arruinado se preguntaba en voz alta delante de mí hasta cuándo el pueblo iba a aguantar que le subieran el impuesto de bienes inmuebles un 7% anual.
¿Habéis visto alguna vez una escritura pública de compraventa? Entre las partes no tiene más valor que un contrato escrito en el mantel de papel de un bar de carretera ¿Por qué? Porque en todo contrato lo único importante es la voluntad de adquirir un compromiso. Todo el mundo cree que el contrato es una cosa escrita pero no es así. Lo único importante en él es el elemento espiritual conformado por el acuerdo de voluntades.
Lo mismo sucede en los ámbitos social y político, donde la palabra Ayuntamiento aún remite a la voluntad de las partes y a ese elemento espiritual concretado en la idea de que queremos ajuntarnos. Eso es lo que la sucia casta de políticos ha destruido. Los números pueden mejorarse, la falta de productividad de las empresas puede corregirse y la deuda podría incluso devolverse, siempre que previamente se se audite e investigue. Pero restaurar el elemento espiritual costará mucho más. Mi padre me contaba una vez el caso de un oficial de marina norteamericano que estaba en Cartagena en comisión de servicios, y por lo tanto con dietas para su manutención. Mi padre y otros lo invitaron a comer y él declinó la invitación diciendo que si aceptaba estaría estafando a su país.
¿Alguien imagina una situación paralela protagonizada por un español? Los mecanismos inconscientes a los que se refería Arthur Hocart están haciendo un trabajo demoledor. El ejemplo recibido de las clases dirigentes conduce a los ciudadanos a la imitación, hasta el extremo de que nadie en su sano juicio que pueda engañar a Hacienda y permanecer a salvo dejará de hacerlo, y hasta el punto de que nadie puede sentirse llamado a reivindicar el honor de España o de ser español porque afuera ya sólo nos conocen como el país donde los hombres pegan y asesinan a sus parejas y por ser el país más corrupto del mundo. Creo que somos la única cultura de la Historia que en vez de proponer a sus ciudadanos modelos de conducta ejemplares, les presenta por un lado a una serie de zoquetes y tarados que se limitan a cotillear quién se acuesta con quién, y por otro a una casta de ladrones que parece ser que desde que entran en política no piensan en otra cosa más que en llevar vida de reyes.
En Grecia manejaban un concepto llamado Areté, que traducían como “excelencia”. Precisamente Ortega se refería a menudo a un ideal al que llamaba el hombre excelente. En Sumer, la palabra namlulu designaba “el comportamiento digno del ser humano” y en Egipto el término maat hacia referencia a la “verdad” y la “justicia”.
Vamos a sentarnos a la puerta de nuestra casa, pero no para ver cómo pasa el cadáver de nuestro enemigo, sino cómo los políticos, no contentos con esquilmar y saquear el país, destruyen también todo lo que en nosotros es noble y honrado hasta el extremo de que ya nadie crea en nada.
José Ortega es abogado y autor del blog manifiesto 2012
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