El sacrificio del can no fue baldío ya que permitió investigar sobre las condiciones de los seres vivos en una nave espacial.
Casi coincidiendo con el aniversario, el sábado pasado regresó de nuestro satélite la nave china “Chang’e”, el nombre de la diosa china de la luna, que desde el 14 de diciembre andaba por esos espacios siderales que conservan todavía el eco de los ladridos de Laika. La sonda “Chang’e-3” depositó en la Bahía de los Arcoíris un vehículo robótico de nombre “Yutu” que significa “conejo de jade” o “conejo de la suerte” y que desde entonces se pasea por la superficie lunar estudiando su geología e intentando localizar recursos naturales. El conejo robótico tenía una vida prevista de tres meses, pero les ha salido más duro que Roger Rabbit y ya lleva ocho meses analizando rocas y minerales.
Al parecer los chinos tienen sus orientales ojos depositados sobre nuestro satélite y prevista una nueva misión para el 2017, y la llegada de una tripulación humana para el 2020.
Me entusiasman más estas noticias sobre el avance de la Humanidad en el espacio, que todos los proyectos industriales y de explotación terrestres que dañan al medio ambiente y nos condenan a un futuro de recalentamiento fatal, el mismo mal por el que perdió la vida la perrita soviética. Insisto en que el futuro tiene que pasar por la explotación de nuestro satélite y de aquellos mundos sin aparente vida inteligente, para preservar nuestro planeta azul, porque él es nuestro hogar y nuestra supervivencia. Un lugar maravilloso en el que vivir, a pesar de tantos depredadores de camisa y corbata.
Pensemos en que si futuras generaciones tuvieran que emigrar a otras latitudes celestes, la vida sería muy distinta y a buen seguro menos hermosa. Las verdes pradera terrestres darían paso a las formaciones pétreas por donde pasea el conejo “Yutu”, los horizontes azules terrícolas serían sustituidos por paisajes grises y sus evocadores mares por espacios de ceniza y polvo o lavas de basaltos volcánicos.
Lugares donde la vida, como la conocemos, es imposible. Para que se hagan una idea, el contraste térmico de nuestro satélite es tal que durante el día se pueden alcanzar los 123ºC y por la noche descender hasta los -153ºC. Pero lo más espectacular es que este brutal descenso es radical. Un astronauta que abriera sus brazos en cruz en el crepúsculo lunar, recibiría en el que estuviese todavía bajo el calor solar 123º y el alcanzado ya por la sombra los -153ºC. En otros lugares conocidos del Cosmos la situación sería incluso más extrema. Demasiadas diferencias para ser acogedores y resistibles. Sería bueno proteger la Tierra y dejarla habitable para generaciones venideras, y mantener el recuerdo para la perrita astronauta que fue la primera que orbitó este planeta lleno de vida y de belleza.
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