Un pueblo cargado de virtudes, pero un tanto histriónicos en nuestras tomas de posición, otro tanto ingenuos con lo que pregonan los políticos en sus juegos de tronos; distantes de lo que cantan los poetas, recelosos con los lecciones de la experiencia y siempre de espaldas a las enseñanzas de la historia. Somos rabiosos en cuanto nos envuelven con una bandera, incapaces de dialogar, indispuestos crónicos a la empatía. Como el chile verde, picantes y sabrosos, como cantaba la Llorona; pero propensos a provocar almorranas de cerebro.
Machado se cansó de repetir que sólo utilizábamos la cabeza para embestir. ¿Tenía razón? Háganse la pregunta cada uno de ustedes y respóndanse honestamente.
Hoy nuestro país se enfrenta a la peor crisis desde que estrenamos esta democracia condicionada y les ruego que me perdonen porque debo, casi sin fuerzas, volver al tema de Catalunya.
Andan como locos muchos inconscientes, unos por interés, otros por ignorancia y otros por pura furia, todos rozando la intolerancia, para que se acabe con el tema del independentismo a golpes ya sean policiales, de códices legales o de porras y exhibiendo como trasmutar el pensamiento de muchos catalanes con el remedio mágico del 155. Compitiendo sobre quién la tiene más larga y me refiero a la lengua y la bandera roja y gualda. Incapaces para dialogar y encontrar una salida.
En el otro lado del extremo militan otros inconscientes y no me refiero a los que tienen como ideario, pensamiento y sentimiento, la secesión del Estado español, porque esto está dentro de la libertad de pensamiento, me refiero a los que utilizan la bandera para tapar sus vergüenzas. Hablo de aquellos que esconden su falta de gestión, su necesidad de encubrimiento a los errores del pasado y el de sus intereses espurios, en fugas hacia delante de dudoso éxito, implicando y utilizando a todo un Pueblo. Proponiendo ejemplos imposibles, peligrosos e indeseados, porque no creen en esta independencia por la que tanto cacarean. Porque si creyeran de veras en esta posibilidad, tratarían de dialogar y encontrar una solución en el tiempo. Entre unos y otros no sólo está Catalunya implicada, sino todo el Estado y el futuro de todos.
Seamos reflexivos, generosos, dialogantes; inteligentes. Tratemos de comprender el pensamiento ajeno, aunque no lo compartamos. Difícil, muy difícil será encontrar una solución. El tema es verdaderamente complejo porque se ha creado un antagonismo militante en una y otra facción.
Sería pedante por mi parte dar consejos o sugerencias, donde expertos y sabios se han equivocado tantas veces. Pero permítanme apelar a lo único que puede arreglar la situación: el diálogo y el sentido común. Y esa plática debe versar sobre los derechos de TODOS los catalanes, no sólo de una parte de ellos. Primero hay que conocer la voluntad popular, aunque no sea vinculante, para calibrar los términos de la negociación, informando a la población de los pros y de los contras, sin presiones, sin presos, sin egoísmos, sin agravios, sin amenazas, sin victimismos. Nunca un cincuenta por ciento, sea de un bloque o de otro, debe imponer su criterios. Una decisión de tal calibre precisa de altos porcentajes generales y que sean mayoría en las cuatro provincias. Luego, a la vista de estos resultados, dialogar sin descanso. Dialogar sobre las distintas posibilidades, con generosidad y empatía. Dialogar sobre derechos y obligaciones. Dialogar sobre la bondad y necesidad de seguir juntos. Dialogar sobre el futuro, sobre sentimientos. Dialogar como si no hubiese mañana… aunque muchos no quieran, ni lo uno ni lo otro.
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