Los territorios nunca han pertenecido a nadie. No tienen dueño. La patria es solo una invención de la nostalgia: un engaño de la mente. Todos los pueblos, aún más las naciones, son consecuencia de invasiones y conquistas.
La fiebre de nacionalismos que nos invade en este siglo XXI, es moda disoluta una vez que revisamos las páginas de la Historia. Todos los nacionalistas, los de “rompe y rasga” y los excluyentes separatistas, han tenido un tatarabuelo que pervirtió sus “raíces” al llegar a un lugar que no era el suyo, arrimándose a un pueblo que ya existía, empero un país aún desprovisto de “paisanaje”. Quizá los únicos verdaderos nacionalistas bien pudieron ser los primeros seres pluricelulares del planeta Tierra, sin más.
Así que, las potestades, arrogancias e identidades irredentas, no son más que barquitos de papel naufragando en la Historia.Un viaje sin billete de vuelta a la melancolía. A ver si nos enteramos.
Por ello, después de casi cuatro años de cárcel para esos aprendices de brujo, debemos, a desprecio de nuestras vísceras, ahondar en la política de permitir los indultos, medida de gracia que han ejercido todos los presidentes en democracia, favoreciendo a líderes de los GAL y del 23-F; ministros, secretarios, banqueros, etc., con clamoroso silencio general.
Ítem más, en el entorno del Consejo de la República, a los fugados Puigdemont, Comín y Ponsatí, así como a Elisenda Paluzie (ANC), los indultos son una estrategia contra el independentismo, y su “romántica aquiescencia europea”. Suplican la amnistía. Ahora, me temo, tampoco será la solución (sólo llegará después del Armageddón y la extinción del Universo), pero ayudará en la soportable convivencia de los unos con los otros, de la que tan necesitamos estamos.
Emilio Hidalgo
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