Es algo cotidiano y hasta diría familiar, en el sentido que a la noche cuando vuelves del trabajo y has cenado, enciendes la televisión y te encuentras con noticias estremecedoras del mundo y seriales sobre casos patológicos debidos a múltiples motivos, según nos lo muestran a diario, es decir forman parte de nuestra vida, lo elijamos o no.
Si no se puede captar siquiera la realidad concreta del crimen, sin referir éste a un simbolismo cuyas formas positivas se coordinan en la sociedad, pero que se inscribe en las estructuras radicales transmitidas inconscientemente por el lenguaje, este simbolismo es también el primero del que la experiencia psicoanalítica haya demostrado, por efectos patógenos, hasta que límites hasta entonces desconocidos, repercute en el individuo, tanto en su fisiología como en su conducta.
El presente artículo trata del crimen en tanto expresa el simbolismo del superyó como instancia psicopatológica: si bien el psicoanálisis irrealiza el crimen, no por ello deshumaniza al criminal.
Así, partiendo de una de las significaciones de relación, que la psicología de las “síntesis mentales” rechazaba lo más lejos posible de sí en su reconstrucción de las funciones individuales, se da la circunstancia de haber sido Freud quien inauguró la psicología extrañamente reconocida, sin duda en razón del alcance completamente superficial de aquello a lo que venía a reemplazar.
Y a esos efectos, cuyo sentido descubría, los designó temerariamente con el sentimiento que en lo vivido responde a ellos: la culpabilidad.
Nada podría manifestar mejor la importancia de la revolución freudiana en el uso técnico o vulgar, implícito o riguroso, declarado o subrepticio que en psicología se ha hecho de tan verdadera categoría, omnipresente desde entonces tras habérsela desconocido; nada, a no ser los extraños esfuerzos de algunos por reducirla a formas ”genéticas” u “objetivas”, en apariencia, que supuestamente llevan la garantía de un experimentalismo “behaviorista” o conductual, del que hace mucho tiempo que se vería agotado si se privara de leer en los hechos humanos las significaciones que los especifican como tales.
Además, la primera “situación” por la que aun somos deudores de la iniciativa freudiana de haber inducido en psicología la noción, para que encuentre en ella, con el correr del tiempo, la más prodigiosa fortuna-primera situación, decimos, no como confrontación abstracta delineadora de una relación, sino como crisis dramática que se resuelve en estructura- es justamente, la del crimen en sus dos formas más aborrecidas: el Incesto y el Parricidio, cuya sombra engendra toda la patogenia del Edipo.
Es concebible que, habiendo recibido en psicología tamaño aporte de lo social, el médico Freud haya tenido la tentación de examinarlo de nuevo y que en 1912, con su obra “Tótem y Tabú”, haya querido demostrar en el crimen primordial el origen de la Ley universal.
Pese a cualquier crítica de método a que ese trabajo esté sujeto, lo importante es haber reconocido que con la Ley y el Crimen comenzaba el hombre, después de que el clínico hubiese ya mostrado que sus significaciones sostenían hasta la forma del individuo, no sólo en su valor para el otro, sino también en su erección para sí mismo.
Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional.
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