Y además, no se pueden condenar todas las clases de guerras en igual medida; y por otra parte, mientras existan estados y naciones que estén dispuestos a la destrucción sin escrúpulos de otros, estos otros deberán estar preparados para la guerra.

Hay otra cuestión en lo referente a la cuestión planteada; creo que la causa principal por la que nos alzamos contra la guerra, es la de al parecer, no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas, porque por razones orgánicas debemos serlo. Digamos, que desde tiempos inmemoriales se desarrolla en la humanidad el proceso de evolución cultural. (Cosa que otros prefieren llamar: Civilización”).

A tal proceso le debemos lo mejor que hemos alcanzado y buena parte de lo que ocasiona nuestros sufrimientos. Sus causas y sus orígenes son inciertos; su solución: dudosa; algunos de sus rasgos, fácilmente apreciables.

Quizá lleve a la desaparición de la especie humana, pues inhibe la función sexual en más de un sentido, y ya hace tiempo que las digamos, “razas” incultas y las capas más atrasadas de la población se reproducen más rápidamente que las de cultura más trabajada. Tal vez, este proceso pueda ser comparable para ciertos pensadores, a la domesticación de ciertas especies animales.

Sin duda, trae consigo modificaciones orgánicas, pero aún no podemos familiarizarnos con la idea de que esta evolución cultural sea un proceso orgánico. Podríamos decir que las modificaciones psíquicas que acompañan a la evolución cultural son notables e inequívocas. Sensaciones que eran placenteras para nuestros antepasados, son indiferentes o aún desagradables para nosotros; el hecho de que nuestras exigencias ideales, éticas y estéticas se hayan modificado, pueden llegar a tener un fundamento orgánico.

Entre los caracteres psicológicos de la cultura, dos parecen ser los más destacables:

  1. El fortalecimiento del intelecto, que comienza a dominar la vida instintiva´
  2. La interiorización de las tendencias agresivas, con todas sus tendencias: ventajas y peligros.

Ahora bien: las actitudes psíquicas que nos impone el proceso de la cultura, son negadas por la guerra en la más violenta forma, y por eso nos alzamos contra la guerra; simplemente, no la soportamos más y no se trata aquí de aversión intelectual o afectiva, sino que en nosotros, los pacifistas, se agita una intolerancia constitucional, por decirlo de alguna manera, una ideología magnificada al máximo. Y parecería que el rebajamiento estético de la guerra, participa en nuestra rebelión en grado no menor que sus crueldades.

¿Cuánto deberemos esperar hasta que también los demás se tornen pacifistas?

Es difícil decirlo, pero quizá no sea una esperanza utópica la de la  influencia de estos dos factores-la actitud cultural y el fundado temor a las consecuencias de la guerra futura-pongan fin a los conflictos bélicos  en el curso de un plazo limitado. Nos es imposible adivinar a través de qué caminos o rodeos se logrará este fin.

Por ahora, podemos decirnos: todo lo que impulse la evolución cultural, obra contra la guerra.

Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional.