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Recientemente, he asistido a una conferencia del profesor Iñaki Ortega que me inspiró muchas preguntas. Por ejemplo, ¿Quién nos iba a decir que la mayor compañía de alojamiento turístico no iba a tener ni un solo hotel en propiedad? ¿O que la startup más valiosa del mundo -13.000 millones de euros-, que ofrece servicios de transporte, no necesitaría apuntar el coste de ni un solo vehículo en su hoja de gastos? ¿O que un grupo como Radiohead iba a embolsarse 9 millones saltándose a la industria discográfica y regalando su música a sus seguidores? ¿O que la mayor tienda del mundo no iba a tener ni un solo establecimiento físico? ¿O que una batería domestica podría permitirnos liberar a los hogares de la factura de la luz e impulsar una profunda transformación energética? ¿O que dos partidos surgidos del clamor ciudadano frente a la corrupción y la desigualdad iban a ser decisivos en España a la hora de formar ayuntamientos, comunidades y, muy previsiblemente, el Gobierno?

Vivimos una época de cambios atravesada por lo que el influyente economista Moisés Naím llama los micropoderes. Según argumenta en su obra El fin del poder, cada vez es más fácil asaltar los cielos (si se me permite usar esta expresión de moda que, según he aprendido gracias al politólogo José Ignacio Torreblanca, Karl Marx tomó del poeta romántico Friedrich Hölderlin) sobre los que se levantan los cimientos de los colosos económicos y políticos. Pero del mismo modo, advierte Naím, también resulta más complicado mantener un poder que se vuelve escurridizo y tiende a volatilizarse. Esto no significa, ni mucho menos, que las estructuras tradicionales –gobiernos, bancos y grandes empresas, ejércitos…- no sigan teniendo un peso predominante y un papel decisivo, pero tienen que acostumbrase a convivir (ya lo están haciendo) con un contrapoder a quien nadie había invitado a la fiesta: millones de ciudadanos conectados y convertidos, hoy más que nunca, en agentes clave para el cambio. La devoción de los hombres por la hazaña de David, que derrota a ese mercenario del ejército filisteo, el gigante Goliat, no es nueva. Pero es hoy cuando se manifiestan más posibilidades reales de repetirla.

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