No te quedes inmóvil

al borde del camino

no congeles el júbilo

no quieras con desgana

no te salves ahora

ni nunca

no te salves

Mario Benedetti

Supongamos que elegimos un día universal de los buenos deseos y nos cargamos de esperanza, de comprensión, de sensibilidad… de amor, porqué no tratar de que esto suceda muchas veces al año. Estoy seguro que nada más asome la nariz el recién nacido 2007, todos haremos votos para que sea nuestro mejor ciclo: nos prometeremos dejar de fumar, ir al gimnasio o la piscina, leer más libros, hacer las paces con aquel amigo con quien ya no nos hablamos por un malentendido. Y yo me pregunto: ¿por qué esperar al día 2 de enero? ¿No sería más razonable proponerse realizar uno de esos logros cada mes?

Si analizan lo que les ha ido sucediendo en el año que acaba, descubrirán que Navidad cayó un 10 de octubre – pongo por caso – o que el año –su año – comenzó en la fecha en que encontró trabajo, se enamoró o acabó de pagar la hipoteca. Y si hubo momentos tristes, a usted le dio igual que fuese domingo o que España quedara campeona del mundial de baloncesto, las lágrimas no saben de calendarios, ni de logros patrios. Tampoco las risas.

Ya sé que me dirán que la paga extra es por estas fechas, que si los regalos, que si las cenas de empresa, que si los Reyes Magos, que si Santa Claus, que si el árbol de Navidad, que si la comilona, etc., etc. ¡Ah! ¿Pero se trataba de eso? ¿Del consumo, del derroche y de la copita de más? Entonces me temo que no entiendo nada.

Propónganse un cambio, un acuerdo entre ustedes mismos: ser como soñaron ser. Y para eso no hace falta que esperen un guarismo determinado en el calendario de la vida, pueden empezar ahora mismo. Recuerden siempre que otra Navidad es posible

Yo, en mi ignorancia, creí que hablábamos de ser mejores, de saludar al vecino – aunque sea emigrante -, de hacer felices a los niños, de proteger nuestro entorno, de paliar el hambre, de sonreír por la calle; de todo eso. Y ahora resulta que los buenos deseos sólo lo son para quien puede compartir nuestro modo de vida: los que tenemos paga extra, acciones e hipotecas; la sociedad del colesterol y del consumo, la de la especulación y la corrupción. Esa sociedad manejada por las multinacionales, los santones, los pecadores, los programas del corazón, los corazones sin programa, las tonadilleras de los abusos urbanísticos, los abusones de las tonadilleras, los políticos invasores o los inversores políticos, etc., etc. ¿A esos les vamos a desear un venturoso año nuevo?

No amigos, no. La Navidad no es eso, la Navidad es la búsqueda del otro yo que entregamos el día en que nos “salvamos”. El mismo día en que perdimos la inocencia: aquella jornada en la que claudicamos; el momento en el que le reímos el chiste al jefe que nos caía tan mal; el instante en que traicionamos a quien nos quería; el terrible tránsito para convertirnos en masa. Si a todo eso añadimos que los afligidos y los solitarios se sienten peor y más solos cuando en su entorno parece que todo el mundo irradie felicidad, entonces el sueño se complica y se convierte en pesadilla. Y eso sólo tiene un arreglo.

Propónganse un cambio, un acuerdo entre ustedes mismos: ser como soñaron ser. Y para eso no hace falta que esperen un guarismo determinado en el calendario de la vida, pueden empezar ahora mismo. Recuerden siempre que otra Navidad es posible.

Como diría Benedetti: no se salven. Salgan a la calle, saluden a todo bicho viviente, ayuden a su amigo, sonríanle a los niños, canten en la parada del autobús, reconozcan que están enamorados; no se queden sentados al borde del camino. Y eso pueden hacerlo cualquier día en cualquier esquina. No dejen que les digan en que fecha han de ser felices, cuando hay que comprar y como hay que vender. Sean ustedes mismos. Y sepan que sea el día que sea, en el momento que lean este artículo, yo estaré agazapado entre las letras deseándoles mucha felicidad. Y aunque hoy ya sea primavera: ¡Feliz Navidad!