Una globalización de ideología neoliberal que debe ser contemplada como la fase más reciente del capitalismo mundial, fase que alcanzó su auge en los 90 y que ha entrado en una crisis sistémica de grandes proporciones. En 2008 el mundo rico se encontró en medio de una profunda recesión, la más grave desde la Gran Depresión de 1929. Estalló en el verano de 2007 y alcanzó su clímax a fines de 2008 cuando las ondas del crack financiero del sistema afectaron de lleno a la economía real, disparándose el paro y frenándose la actividad económica en prácticamente todo el planeta.

El resultado del proceso ha sido consolidar un poder desmesurado de los mercados financieros, que ha sido propiciado por la desregulación y la libertad absoluta de movimientos de capitales. Esta financiarización ha sido la transformación fundamental introducida por la globalización. Sin duda ha sido la política de desregulación de la globalización financiera la que ha llevado a la actual expansión de los paraísos fiscales. La opacidad casi completa que ofrecen y una baja o nula fiscalidad para las empresas y patrimonios considerados como no residentes los ha convertido en el verdadero lubricante del sistema para uso de la banca, las transnacionales y las grandes fortunas. Los residentes en estos pequeños territorios, muchos de ellos islas, viven de esta industria financiera orientada al fraude fiscal.

La existencia de estos centros financieros supone una competencia fiscal dañina entre Estados, tanto a través de los regímenes fiscales preferenciales, muy perjudiciales para las haciendas públicas, como de la proliferación de verdaderos centros financieros extraterritoriales (offshore) que permiten una evasión fiscal a gran escala: fuentes solventes cifran en miles de millones de dólares las pérdidas anuales por evasión fiscal en todos los países. No hay duda que los paraísos fiscales protagonizan las bolsas de fraude más graves y sofisticadas del planeta pero no hay que olvidar que permiten igualmente  el incremento de la delincuencia financiera, ya que la ausencia de control sobre los flujos financieros posibilita operaciones de dinero sucio que es “legalizado” mediante blanqueo y puede ser utilizado para la financiación del terrorismo, el tráfico de personas y de drogas y expansión de la corrupción política a gran escala, todo ello gracias a la opacidad de los procesos.

Seis años después del estallido de la crisis, esta arquitectura financiera causante de la crisis del sistema se ha reforzado, aumentando su poder sin asumir ninguna responsabilidad. Los grandes bancos que han sobrevivido han absorbido a otros más pequeños, han recibido enormes cantidades de dinero público y sus dueños, y de manera especial sus directivos y consejeros, han aumentado considerablemente sus retribuciones. Estos bancos demasiado grandes para quebrar, sus lobbies y las grandes transnacionales se han convertido en el verdadero poder que domina las finazas neoliberales y la economía mundial.

La Unión Europea no ha sido ajena a este proceso. Todo lo contrario, ha sido uno de los principales protagonistas de la deriva neoliberal de las finanzas globales al convertir a Europa en un espacio financiero con absoluta libertad para los movimientos de capitales, fomentando los paraísos fiscales o abriendo al negocio financiero las empresas y servicios públicos… Una Unión Europea que a través de la llamada Troika (el FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) ha impulsado la hegemonía de las finanzas en el continente europeo e impuesto su lógica especialmente a los países periféricos de Europa (Grecia, Portugal, España, Italia e Irlanda) exigiendo el pago de una deuda ilegítima, privatizando los servicios públicos más básicos (educación, sanidad, pensiones…) e imponiendo medidas draconianas de recortes de derechos sociales, políticos y económicos.

Pero esta sociedad en la que vivimos no es la que quiere la mayoría de la población de Europa y del planeta. Una ciudadanía cada vez más numerosa exige iniciar una transición que logre ir sustituyendo estas finanzas todopoderosas que gobiernan nuestras vidas por otras finanzas que no impongan su lógica suicida del corto plazo y de la rentabilidad inmediata, ni sigan demandando un crecimiento ilimitado que no hace sino acelerar la depredación de la naturaleza agonizante y la imposibilidad de vida en el planeta. Se trataría de unas finanzas al servicio de toda la ciudadanía, no de unos pocos, y que no pongan en el centro de la realización individual y colectiva la búsqueda desenfrenada de la riqueza material y la sumisión de todas las relaciones sociales a la lógica del dinero.

¿Otras finanzas son posibles?

Enunciaremos cinco principios básicos que a nuestro juicio constituyen las premisas de unas finanzas alternativas al servicio de las personas:

Primer principio.- Sacar las finanzas públicas de los mercados financieros: supone permitir una financiación pública democrática de los Estados mediante un banco central europeo controlado democráticamente, y que preste directamente a los Estados miembros de la Eurozona.

Segundo principio.- Escapar de la trampa de la deuda: requiere establecer auditorías que conduzcan a quitas y reestructuraciones de la deuda. Los bancos y actores financieros privados deben responsabilizarse de su parte de pérdidas.

Tercer principio.- Dotar a las finanzas públicas de una base sostenible: implica incrementar los impuestos a la riqueza y a los beneficios corporativos, y armonizar los impuestos a los niveles altos para erradicar la desigualdad fiscal. Acabar con la evasión fiscal e implementar un “embargo financiero” a los paraísos fiscales.

Cuarto principio.- Desarmar a los mercados financieros y poner al sector bancario bajo control: supone prohibir mecanismos especulativos dañinos (por ejemplo: transacciones de alta frecuencia, ventas en corto descubiertas, especulación con derivados, acuerdos extrabursátiles) e imponer un impuesto a las transacciones financieras (ITF) a una tasa de al menos el 0,1%; una regulación bancaria estricta (por ejemplo: separar los bancos comerciales tradicionales de los bancos de inversión, desmantelar los bancos “demasiado grandes para caer”).

Quinto principio.- Permitir una forma de financiación pública y democrática de la economía: plantea recuperar y consolidar una banca pública bajo control democrático, que asegure la financiación selectiva de las necesidades sociales y económicas, garantice los derechos sociales y financie una transición socioecológica. Las políticas comerciales deberían ser también revisadas para adherirse a estos objetivos, en cooperación con los países en desarrollo.

Ricardo García Zaldívar, doctor en Economía y presidente de Attac España

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