El Pokémon Go nos traslada a un mundo virtual y controlado como el que escribiera Aldous Huxley, donde está todo fiscalizado por los genios fordianos. El jueguecito nos evade de la realidad y en nuestro horizonte sólo aparecen bichos raros y cada cazador debe recopilar el máximo de ellos utilizando bolas virtuales que lanzan sobre su presa para prepararle como guerrero en futuros combates contra otros jugadores. En pocos días el juego se ha puesto de moda y pueden observar a multitud de aficionados en posición de jorobado de Notre Dame tratando de localizar y apresar a las huidizas criaturas.

La cosa tendría su gracia porque consigue dos objetivos: distraer al personal y hacerles mover el culo. Efectivamente, la servidumbre de otras aplicaciones que hacen permanecer al usuario sentado frente a su móvil, a su tablet o a su ordenador, donde pasan largas horas, incluso sin comer, ha terminado. Ahora hay que moverse y salir, como reza su propaganda, a pasear, mirar edificios y contemplar la naturaleza; lo malo es que, con la vista pegada a la pantalla preparando los pókeballs para atrapar a las piezas, en estas Poképaradas ya puedes estar en el Museo Británico, en el Louvre  o frente a la más hermosa puesta de sol, que ni te enteras.

La distracción en cuestión tiene un amplio abanico de seguidores. Desde el infante de siete u ocho años hasta el cuarentón, andan eligiendo entre ser pokémon de tipo planta, es decir bulbasaur  o de tipo fuego o agua: charmander o squirtle respectivamente. Dicho de otra forma: coliflor, fósforo o charca. Pero el fabricante, pocos lo saben, ha preparado otro pokémon inicial, nada menos que el famoso Pikachu al que podemos elegir como compañero de aventuras, dejando a nuestro mejor amigo de carne y hueso que se tome las birras solo o que juegue por su cuenta. La verdad es que ver a un tío cercano a los cuarenta gritar en la calle: ¡pikachu, te elijo a ti!, suena muy sorprendente. También causa desazón ver a una pareja de treintañeros buscando “Gimnasiosy no para hacer deporte sino para competir en alguna batalla con niños de diez y once años, salvo que sean sus hijos.

Este mundo feliz y virtual, tiene muchas connotaciones con el de Huxley, incluso puede usted gozar de “polvos estelares” y no piense mal, es otro recurso del juego. La masa se conforma con seguir los dictados, estar alienada y no por consignas sino, simplemente, por unos enanos asexuados, algunos con cola. Es más importante encontrar el bicho de marras que observar lo que en realidad ocurre alrededor. ¿Es mejor vivir en la fantasía? Probablemente sí, durante un rato. Pero las adicciones son eso, fugas de la realidad; y eso es lo que quieren los que controlan al mundo. Y no se engañen, en esa “distracción” que les jurarán que no hace mal a nadie, ya se están creando los alfas, los beta y los gamma, porque los grupos rivales del Pokémon Go se odian lo suficiente para no tragarse entre ellos y ya empiezan a producirse situaciones surrealistas entre los equipos. El pasado fin de semana los servidores fueron atacados y esto sembró el pánico y desesperación entre los usuarios de la aplicación. Incluso angustia.

Así es cómo nos quieren los de arriba: mal avenidos, distraídos y angustiados. Sumisos. Poco pan  y mucho circo. Y que los polvos estelares y las “medicinas”, otro recurso del juego, sólo sean virtuales; ya se están frotando las manos pensando en lo que se ahorrarían en Seguridad Social. Así con unos cuantos caramelos, premios virtuales que ofrece del juego, nos tienen tranquilos y amordazados.

Además de salir fuera y explorar el mundo, como propone el eslogan, deberíamos tratar de levantarnos y cambiarlo de una puñetera vez. Pero de verdad, sin mojigangas. ¿No creen?