Algo famosa es alguna cita de leyenda de Bukowsky (que no fue estadounidense sino nacido en Alemania; que leìa bien a los clásicos, entre borrachera y borrachera), en un Congreso Nacional de Escritores en Chile –en algún año de finales de la década de los 50 del siglo pasado–, y en la ciudad de Concepciòn, que ya entonces se barruntaba como “caldo de cultivo” de consciencias altamente revolucionarias (en el sentido “progresista” o de “las fuerzas de la historia”) dentro del imaginario moderno avecindado en Sudamèrica.

Bukowsky borracho (y hediendo) a las diez de la mañana, entrando sonriente al auditorio màs solemne de la Universidad de Concepciòn.  Es decir, el poeta beatnik en pleno personaje…

A su alrededor, especialmente las nuevas mentes “justicieras” del mundo interpretándolo: “èl nos representa” –habrìa que decir, hoy: nos hace la performance individuada de la decadencia de la cultura capitalista mundial.  El poeta para ellos era la otra cara, el lado B, de la cultura exquisita de los últimos siglos de Europa –y de las “riquezas” de ese vasto territorio conocido como de los EEUU. La cultura de un Picasso, de un Debussy, de un Dilthey o de un James Joyce… La música de un Gershwin o los poemas de un Henry David Thoreau.

La obra de un Huidobro o de un Neruda, también, recordando cómo cada uno de ellos hace del periplo europeo un momento estratégico de su poesìa. Huidobro “creando” el creacionismo –imitando los “ismos” de la vanguardia de Parìs–, y Neruda convirtiéndose al marxismo franco-british-alemàn desde las calles de la Madrid ensangrentada de 1936…

Por otro lado, Bukowsky también era “la denuncia de la opresión de las costumbres tradicionales”. O, peor: de la moral burguesa que, a mediados de siglo, hegemoniza la normatividad moderno-capitalista de la existencia concreta e individual, valorando el “conformismo” y las reglas de la “decencia”.

De modo que media botella de whisky antes de las 10 am son un manifiesto diario de rebeldía bien conducida y con objetivos precisos, que la intelectualidad “progresista” de Concepciòn decodifica rápidamente.

Si, ademàs, el poeta escribe algunas buenas líneas, estamos del todo seguros y pagados. Y como esas líneas parecen coherentes con la ideología y la performance –es decir, los versos, el whisky y la entrada al salòn de honor de la Universidad aparecen como una sola obra–, tenemos ante nosotros una leyenda (o “relato”) perfecto de un “para què sirve la poesía”.

Pues un poeta chileno porteño de Valparaìso se preguntò (para mi algo sorpresivamente) la semana pasada (inicios de agosto 2023), en el minúsculo escenario de la “Expo Libros” al final de la avenida Libertad de Viña del Mar, “¿para què sirve la poesía?” –y mientras lo decía se sonreía macarronamente como anticipando que “para nada y mìrenme a mí no màs, a mis 75 años de edad, y pregúntense cuàl es mi trascendencia, dónde están hoy mis docenas de libros, y quièn toma hoy uno de ellos y dice que se deleita con una de sus páginas”. Y cerraba la circunstancia respondiéndose a sì mismo un sintètico: “los poemas y la poesía me han servido para vivir, para ‘entender mejor’ claro està”.

Este colega parece autorreferirse hoy en dìa (cosas de “autoconsciencia”), y a la edad que proclama, como un gran inútil. Un estandarte de la inutilidad de la poesìa; de la calidad completamente de “adorno prescindible” de las pàginas de toda su vida. Aunque èl también “gozò” de n años de alcohol y vida bohemia” –y entonces le parecía que la existencia de ese modo rebelde resultaba al menos casi plena de sentido.

Pareciera este poeta hegemonizado por la ideología de la “vida pràctica” de esa burguesìa que también le parece despreciable. En cambio, algo como “trabajar en una fàbrica” le parece un real aporte al “progreso humano y de la humanidad”, mientras escribir sin un sueldo y sin un fin racionalmente institucionalizado por el medio social, algo asì como una exquisitez por lo menos riesgosa.

Ni el obrero que “crea mundo con sus manos” (las manos del siglo XIX europeo; las del carbón, el vapor y la electricidad), ni el capitalista y propietario de “empresas” que “crea productos para los mercados” (y “da empleo y procura el bienestar de muchos”), necesitan fundamentación cultural. Ene l imaginario que relato, son el “mundo real e histórico (materialista)” en un momento de presencia aparentemente plena.

Y Bukoswky no lo hace mal en este encuadre. Sus whiskies –producto ya entonces asaz industrial y globalizado: importado al Chile de mediados del siglo XX (segùn los nùmeros europeos dominantes), con altas sobretasas de impuestos por culpa de ser “bien de consumo suntuario”–, dicen casi tanto como sus poemas.  Al menos para algunos intèrpretes; al menos en esos ya idos años.

Segùn ese relato, la poesía sirve (en un cierto “hoy”) para la vida disipada y perdida en no hacer nada útil a la sociedad –o, en este encuadre, para confirmar o completar unos discursos “progresistas” cuyo eje es la “crìtica racional del mundo tal cual es y fundamento de un mundo justo”. En ambos casos pareciera, en último lugar, un modo humano disposable –o, en español, un poco prescindible: podemos vivir parece muy bien sin un solo poema en nuestra vida (y probablemente, “vivir en mayor bienestar”).

¿O será que la figura y el sentido del “poeta borracho” (que resulta una variante de la del “poeta maldito”)  ya no sirve?  Pues, seguro que servìa en esas décadas de los 50-60 y en Concepciòn –fortaleciendo las consciencias revolucionarias incipientes que llevarìan a la formación de una organización política que cruzò los escenarios de todas las pròximas décadas (incluidos los días agitados de Allende y los días terribles de la dictadura).

Pareciera que, en este siglo XXI (según la medida hegemónica), los poetas borrachos terminan màs como borrachos que como poetas. Mientras, ¿què pasa con la consulta esa de: “¿para què sirven/servimos?”. Al lado de la inteligencia artificial, pareciera que sirven aùn menos que al lado de los establecimientos fabriles impulsados por el petróleo y la electricidad. Una adecuada IA, dicen algunos innovadores intèrpretes, escribirà mejor poesía que cualquier humano de carnes calientes.

No responderemos aquì tamaña duda. Dejemos, màs bien, un solo verso titilando en esta página:

“Hay que ser absolutamente modernos” 

y es Arthur Rimbaud, desde su pieza adolescente en un villorrio provincial francés de finales del XIX, quien lo hizo. ¿No està, acaso, toda la IA contemplada y meditada ya en esta simple línea? ¿Es acaso esa línea mejor filosofía de la tecnologìa que miles de pàginas de sesudas conceptualizaciones (que prosiguen varias sendas un poco ciegas de sì mismas)? Si respondemos al menos con un tìmido: sì, ofreceremos al poeta de Valparaìso, Chile, un consuelo de la vejez…